Lo indiciario en una verdad puesta en entredicho… los 43 estudiantes desaparecidos
- Alexis González
- 11 jul 2015
- 5 Min. de lectura

La escritura de la historia tal y como hoy la concebimos es producto del triunfo del pensamiento racionalista del siglo XVIII, que en su vertiente newtoniana pretendía descubrir las leyes que regían a la naturaleza y con ello tener certezas sobre la realidad, y por otro lado, de la premisa cartesiana de dualismo que se hizo presente al separar la esfera de la mente de la de naturaleza.
En el triunfo de esa nueva visión de mundo, los objetos se colocaron fuera del sujeto a disposición de ser conocidos, comprendidos, y por ende, de ser utilizados. En este escenario, las ciencias sociales nacieron en el siglo XIX bajo la idea de que existen “hechos sociales” que pueden ser observables y que sirven para entender la realidad. Para esa concepción, lo social acontecía de la misma manera que lo natural, de tal forma que su observación debía llevar ineludiblemente a entender las “leyes de las sociedades”. El pensamiento positivista se erigió entonces como la posibilidad de entender lo que aparentemente sólo era interpretativo: lo social.
Imbuido por esas “nuevas conquistas”, Leopold Von Ranke se propuso la búsqueda de wie es eigentlich gewesen ist (“lo que ocurrió en realidad”), aunque esa premisa llevaba consigo una importante pregunta: ¿qué es eso que ocurrió en realidad? La respuesta se dio como aquello que aconteció y se consignó. ¿Por quién? Por el Estado y su aparato de producción documental. Para Ranke, el Estado era la única institución merecedora de confianza, asegurando además que lo resguardado en sus archivos es lo que verdaderamente importa. En el Estado se depositó el garante de verdad y la historia decimonónica se pensó como la construcción de una historia de las naciones. La historia positivista se apropió del concepto de verdad, enlazándolo con el de realidad y revistiéndolo de significantes como «Estado» y «Nación».
Hago todo este rodeo porque frente a la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, el Estado mexicano salió a ofrecer una versión oficial que pretendía convertir en “verdad histórica”. Declaración que para cualquier historiador suscita desconfianza, en primer lugar porque desde hace mucho, las diferentes escuelas historiográficas, rompieron con esa noción positivista de la historia, demostrando que un fenómeno o proceso histórico puede tener múltiples lecturas. En segundo lugar porque, tal vez sin ser del todo consciente, el entonces procurador Murillo Karam salió a argumentar haciendo uso del discurso cientificista para explicar un fenómeno de índole social. La intención del Estado fue naturalizar la desaparición de un grupo social, presentando fuentes de información producidas por él mismo.
No deseo relatar nuevamente lo explicado por Karam, pues sobre ello existen muchas notas y artículos en la red, más bien desearía concentrarme en aquello que Carlo Ginzburg ha llamado el paradigma indiciario. Para este historiador italiano, el paradigma indiciario se entiende como el conocimiento producido a partir de todas aquellas señales despreciadas por la ciencia galileana. Seré más claro, Freud sólo pudo comenzar a problematizar las formaciones del inconsciente a partir de los sueños, los chistes, lapsus y síntomas, es decir, echó mano de aquellos elementos no observables, no medibles, no repetibles, ni generalizables que el método científico descartó como utilizables; no obstante, el trabajo de Freud demostró que son capaces de ser interpretables y de mostrar nuevas problematizaciones de “la realidad”.
Frente a una versión ofrecida por el Estado, que es aparentemente racional, científica, y cerrada, algunas señales comienzan a quedar afuera pero circundando el fenómeno y, como lo haría un Sherlock Holmes, es necesario comenzar a prestarles atención para producir una conjetura distinta sobre aquello que, según la versión oficial, debería de ser “incuestionable” porque es verdadera.

Infografía elaborada por Deyanira Morales, colaboradora de Contratiempo MX
Ser detenidos, entregados, asesinados, quemados, colocadas las cenizas en bolsas, son acontecimientos que aparentemente quedan inscritos en el pasado, y para cuyo entendimiento, no hace falta sino unir esos acontecimientos en un hilo cronológico; no obstante, el acontecimiento aparece como un signo de la ausencia. Por sí mismos, esos acontecimientos no son capaces de decir nada, ya que tan sólo cobran sentido a través de la operación historiográfica que construye un relato. Como en una telaraña, los nodos (acontecimientos) se encuentran conectados por un entramado que los tensa y que efectivamente les hace ser una telaraña, ella tiene huecos e inconsistencias, pero a pesar de todo se mantiene. ¿Cómo lo hace? A través de un discurso legitimador: la ciencia.
En ese paradigma científico, la evidencia determina. Así, el Estado produjo evidencias, las revistió de la autoridad de una institución como la Procuraduría General de la República, y se adjudicó el criterio de autoridad como garante de verdad. La operación historiográfica quedó montada por una estrategia de validación que sin embargo, no se sostiene.
Los indicios ignorados por la construcción discursiva de la versión oficial, insinúan una conjetura distinta a la esbozada por su pretendida “verdad histórica”. Esas señales apuntan a un solo lugar: el cuartel donde se ubica el 27 batallón de infantería, que por los elementos dejados al margen, parece indicarnos una participación directa en la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos.
El Estado utilizó el discurso de “ciencia” para construir un argumento que respalde la confección de una serie de pistas (fuentes) que aparecen como neutras y objetivas. A partir de ellas se elaboró un relato que dijo cimentarse sobre hechos ocurridos, y por ende, el relato supuso convertirse en verdadero.
En la disputa por lo verdadero, el hecho social no aparece como objetivo, como pretende hacer creer la versión positivista del Estado. Los grupos movilizados han apuntado al actuar del Estado frente a sus detractores, y en la construcción de “lo que pasó”, queda expuesto que el relato del pasado, aquello inscrito ineludiblemente en el tiempo, no es sino una trama construida desde el tiempo presente. El Estado creó un relato para evadir su responsabilidad directa, ya que hacerlo habría sido asumir implícitamente una práctica naturalizada por la estructura de poder, no obstante, esas huellas descartadas demuestran que el Estado es responsable de la desaparición de los 43 estudiantes, ahora queda hacerlos reconocer el crimen y obligarlos a revelar de qué manera el 27 batallón de infantería sirvió como instrumento para ejecutarlo.
Más allá de eso, los 43 de Ayotzinapa han trascendido en la opinión pública por ser un grupo social organizado y movilizado, no obstante, también es necesario responsabilizar al Estado por los miles de muertos y desaparecidos, pues ellos no son miles de “infelices acontecimientos”, ellos son claves de un fenómeno más amplio donde las políticas de Estado han producido la vorágine de violencia en la que se encuentra la mayor parte de la población mexicana.
Hace una década o dos, el fenómeno que a todo mexicano alcanzaba era el de la migración, todos teníamos un pariente o conocido en Estados Unidos, hoy, sin duda, es el de la violencia. Hace unos meses un conocido, desapareció sin dejar rastro, y una sobrina quedó huérfana de padre, porque como hoy todo mexicano sabe, no tener noticias de alguien significa, probablemente, que ese alguien está muerto. ¿Quién nos va a explicar dónde están los 43 estudiantes y los miles de desaparecidos?, ¿quién se va a responsabilizar por el horror en el que hoy está nuestro país?
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