Lecciones mexiquenses
- Armando Luna Franco
- 13 jun 2017
- 6 Min. de lectura
Politólogo, FCPyS ,UNAM
Twitter: @drats89
Con el término de los cómputos distritales en el Estado de México —y el anuncio de las estrategias jurídico–políticas que seguirán los partidos políticos, a la luz de los resultados obtenidos— da inicio un nuevo momento del proceso político que es la sucesión presidencial de 2018. Si bien los resultados obtenidos en la elección de la gubernatura del Estado no predicen o determinan los resultados de la elección presidencial, sí son una coyuntura que obliga a los principales actores políticos a replantear sus posturas y relaciones en el campo.

En las elecciones, los resultados obtenidos son un reflejo del trabajo hecho en las condiciones planteadas. El triunfo de Alfredo del Mazo Maza —candidato de la alianza PRI-PVEM-NA-PES— representa un parteaguas en la entidad, pues obtuvo el porcentaje más bajo de votación para el partido titular en la historia local; asimismo, el cerrado margen de victoria (2.78%) en relación con Delfina Gómez de Morena, es significativo de un proceso mayor de alternancia política que ha iniciado en la entidad.
¿Qué dicen, entonces, los resultados? En primer lugar, se dio el porcentaje de participación ciudadana más alto desde 1993: 53% de la lista nominal. En las elecciones anteriores (2005 y 2011) los porcentajes fueron de 42 y 47% respectivamente. El aumento en la participación ciudadana desempeñó un papel importante en los resultados: puede atribuirse el aumento al atractivo de la candidatura de Morena, y la idea difundida en las opiniones públicas de una posible derrota del PRI.
En segundo lugar, aumentó la votación por los partidos de izquierdas: Morena obtuvo el 30.91% de los votos, y el PRD el 17.89%. Se han usado estos porcentajes para argumentar la necesidad de una alianza entre partidos para obtener una victoria, de cara a la elección de 2018. Sin embargo, es necesario darles más materialidad a estos números. Los triunfos de Morena y el PRD se dan en zonas donde ya estaban presentes, no fuera de ellas. De nada serviría una alianza entre los partidos si no amplían su zona de influencia.
En el caso de la entidad, es importante que esos triunfos se traduzcan, en las elecciones del próximo año, en diputaciones locales, federales y presidencias municipales. Que el aumento en la participación ciudadana signifique también un mayor incentivo para atraer a nuevos votantes a sus opciones políticas. Como mencioné en un texto anterior: sólo controlando la estructura territorial en la entidad es posible el cambio político.
A diferencia de 2006, cuando la oposición logró arrebatar gran parte del territorio al PRI (dejándole sólo 54 municipios) para perderlo en 2009, es momento de solidificar ese cambio ampliando la presencia más allá de sus zonas de influencia (la Zona Metropolitana de la Ciudad de México), y extenderse en las zonas rurales. También es necesario ampliar su votación hacia sectores de la población que no se sienten representados por ellos, como lo son personas con menores grados de escolaridad, por ejemplo.
Ese trabajo sólo será posible, e insistiendo en otro argumento planteado en ese mismo texto, desarrollando estructuras de trabajo político locales y permanentes. Sí se reflejó el trabajo inicial al aumentar la participación, y ganar en territorios de la Zona Metropolitana donde no habían ganado antes, como Coacalco, mas no fue suficiente. Es importante que dicho trabajo produzca perfiles locales, de reconocimiento local y relaciones fuertes, que les brinden a los partidos de izquierdas puentes de trabajo común, y posibilidades reales de gobernar.
En tercer lugar, está el papel de la maquinaria electoral priista. El 33.7% de votación obtenido por Alfredo del Mazo habla más de esa maquinaria que del candidato. Nos habla también de una exposición de su tamaño real, en relación con la votación. Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila ganaron con porcentajes de 45 y 67% respectivamente. Si extrapolamos los datos, se observa que del Mazo llega con una severa crisis de representación, no sólo entre la ciudadanía sino al interior de su partido.
La disciplina partidista cumplió con su trabajo, obtuvo los votos, y aseguró las victorias, pero no significa que dicho trabajo represente apoyos locales al próximo gobernador. Los siguientes meses, así como la elección de 2018 son muy importantes para él y para la oposición: para el primero porque debe reconstituir las alianzas y convenios que sostengan la viabilidad de su gobierno en el orden municipal, y para la oposición para aprovechar el vacío y ocupar esos lugares con lo comentado en el párrafo anterior.
Cuando la base militante de un partido no se siente representada por las decisiones que éste toma, o por los personajes que las encarnan, se presentan desplazamientos hacia otras opciones políticas, o una simple desmovilización. Es peligroso que los partidos de oposición recluten, en ese escenario, nuevos militantes; se complejiza evitar el oportunismo. Sin embargo, es una apuesta necesaria: si no se amplían las bases locales de los partidos de oposición, el PRI reagrupará a sus bases para mantener el control político de la entidad.
En cuarto lugar, está el papel de las autoridades electorales. Ampliamente cuestionadas —y con justa razón—, se muestra un árbitro electoral deslegitimado y debilitado. El claro control político del gobierno estatal y federal sobre el proceso electoral produjo desconfianza por parte de la ciudadanía y de los diferentes actores políticos. Es fundamental que, desde la ciudadanía, se construyan mecanismos de control autónomos que sean contrapeso viable a la injerencia externa al proceso, pues la autoridad electoral se ve rebasada.
Por último, tenemos los escenarios que nacen de esta elección, de cara al proceso electoral federal de 2018. Basados en la idea, mencionada al principio y que considero equivocada, de que esta elección puede predecir la elección presidencial, se endurecen las tomas de postura de los diferentes actores políticos. El PRI reforzó la estrategia discursiva de concebir a Andrés Manuel López Obrador como un peligro por ser un populismo de izquierda similar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela (comparación errónea y malintencionada).
Las dirigencias del PAN y el PRD insisten en la posibilidad de la alianza, con el PRD buscando también la idea de una alianza de izquierdas con Morena, PT y Movimiento Ciudadano. Morena, por su parte, a través de Andrés Manuel, responde que con el PRD no va, que su actuación en la elección del Estado de México (la no declinación de Zepeda a favor de Delfina), sellando su destino. Ambas posturas son erróneas.
En el caso del PRD, es errado buscar por varios frentes las alianzas. Si algo demostró la elección del Estado de México, para el partido, es que aún es un actor político preponderante, y que sus bases pueden ofrecerle suficientes recursos para sostenerse de esa manera, y competir por sus propios medios en ciertas elecciones. No es erróneo que busque una alianza de izquierdas, pero sí es erróneo que dicha alianza busque la supeditación de una opción a otra.
Esto me lleva al problema, que se ha comentado ya por diferentes espacios y personas, de Andrés Manuel y Morena: insistir en la supeditación del PRD —mientras busca seguir desfondando al partido de militantes (cuestión ya agotada)— sólo generará una fragmentación y desconfianza en las izquierdas y hacia ellas. Su insistencia a su vez, de ser el principio y fin de la representación de dicho discurso, y su desconfianza hacia otros perfiles que no le sean afines en las izquierdas, impide la articulación de un proyecto conjunto.
Es fundamental que los resultados de esta elección abran la puerta del análisis y autocrítica al interior de los partidos políticos. La elección de 2018 será importante, sí. El entorno nacional e internacional produce un conjunto de condiciones donde se demanda un cambio social y político que responda a las adversidades económicas y políticas que vienen (particularmente en nuestra relación con Estados Unidos, y el ascenso a nivel mundial de los discursos de derechas —xenofóbicos, ultranacionalistas y de cierre económico y social).
Las lecciones que arroja el Estado de México y su elección son muestra de cómo responder a ese entorno: es fundamental aumentar la participación ciudadana, que es el único mecanismo para poder contrarrestar la maquinaria electoral del partido en el gobierno. Dicha participación se logra postulando perfiles que emanen de la comunidad, que fortalecen y construyen lazos de confianza, y trabajando en una estructura permanente de vigilancia y movilización ciudadana ante las irregularidades.
Asimismo, se trata de construir proyectos políticos de largo plazo con la ciudadanía, que reflejen sus inquietudes y problemas, y no sólo la persecución de proyectos personales, o de una supervivencia política para explotar las necesidades ciudadanas en beneficio de recursos políticos y económicos. Se trata, en suma, de replantear el eterno problema de la representación, de aprovechar el descontento social desde sus bases, darle voz y voto, un lugar en esos espacios que le han sido negados, tanto por la oposición como por el gobierno.
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