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En México hay de muertes a muertes

  • Fabián Bonilla López.
  • 29 may 2017
  • 4 Min. de lectura

*Doctor en Comunicación y Política (UAM).


Este texto reflexiona sobre el aspecto visible de la muerte en nuestro país. Y sobre cómo hay muertes que son más visibles y dolidas que otras, por las condiciones asimétricas en la que estamos instalados.



Dice Roland Barthes que la fotografía traumática cuenta con la certeza de que: el fotógrafo tuvo que estar allí. Y a pesar de dicha certeza sobre esta fotografía es poco lo que se puede decir; el silencio, es otra certeza que se suma a la primera. “(…) la foto-impacto es insignificante en su estructura: ningún valor, ningún saber, en último término; ninguna categorización verbal pueden hacer presa en el proceso institucional de la significación” (2013, p. 29). Precisamente se cortaría la posibilidad de mitificar la fotografía. El trauma es lo que se significa y, no la narración parasitaria que pretendería la denotación.


Por eso Barthes insiste en que el efecto mitológico de la fotografía es inversamente proporcional a su efecto traumático (2013, p. 29). Recuperemos, para ilustrar lo anterior, un episodio trágico: la muerte del periodista Javier Valdez Cárdenas. Así fue la narración del primer compañero de Ríodoce que llegó a la escena del crimen: “Fui el primero que vio a Javier tirado boca abajo sobre el pavimento (…) Iba en mi auto hacia la oficina y me pareció que habían atropellado a alguien. Más de cerca me llamaron la atención el sombrero ligeramente caído y los zapatos de minero. Me detuve y sin salir del auto pregunté, tratándome de engañarme…” (Proceso, 21/05/2017).


Esa misma imagen la significamos sin haber estado allí, pero con la certeza de quien tomó la fotografía si lo hizo (o quien escribió las anteriores líneas). Fotografía y narración que denotan. El registro por sí mismo significa. Sin embargo, ¿qué sucede cuando no hay imagen, no hay representación o no hay “rostro” en la muerte del otro? ¿Cuál es la implicación ética-política de esta ausencia?


Judith Butler nos recuerda que Emmanuel Levinas introdujo la noción de “rostro” para pensar la relación ética con el Otro. El “rostro” del Otro serviría de vínculo ético con los demás, que nos acerca a su precariedad y que al mismo tiempo lanza la demanda de cuidado, de no atentar contra vida del Otro. El “rostro” nos instala en “en la precariedad de la vida misma” (Butler, 2006, p. 169).


Pero a través de una ligazón doble, pues para Levinas, este encuentro con la precariedad del Otro nos produce la tentación de matar y la demanda de paz, al mismo tiempo. “Si el Otro, el rostro del Otro, que después de todo es el que comunica el sentido de esta precariedad, me tienta a la vez con el asesinato y me prohíbe ejecutarlo, entonces el rostro sirve para producir una lucha en mí e instalarla en el corazón de la ética” (Butler, 2006, p. 170).Y es precisamente esta experiencia la que permite la relación ética, pero también el gesto político de exigir conjuntamente, en el caso del asesinato de Javier Valdez, justicia o de acabar con la condición precaria con la que los periodistas ejercen su trabajo a diario. Es configura una dimensión ética y política: mi relación afectada con el otro me conlleva a una acción.


En este sentido, es la imagen del “rostro” que nos permite esta conexión, aunque no hayamos visto el rostro del periodista directamente sino su espalda cubierta por una manta azul o sólo el sombrero y los zapatos de minero. Y luego se dice que estas partes del cuerpo lloran, sollozan y gritan como si fueran un rostro o, más bien, un rostro con una boca y una garganta o, incluso, sólo una boca y una garganta de las cuales surge una vocalización que no puede fijarse en palabras. El rostro puede hallarse en la espalda y la nuca, pero no es exactamente un rostro (Butler, 2006, p.168). El “rostro” es la metáfora de la agonía.


Ese sufrimiento que nos interpela para humanizarnos. “En términos más simples, y tal vez no exactamente los que trataba de usar Levinas, el Otro nos habla, nos demanda, antes de que asumamos el lenguaje por nuestra cuenta. Podemos concluir entonces que somos capaces de hacer uso del lenguaje con la condición de la apelación” (Butler pág. 174). Aquí hay un cierto paralelismo con lo que Barthes nos decía sobre la anteposición de la denotación, frente a la multiplicidad de connotaciones. Y si retomamos la pregunta del inicio del texto sobre los casos en que no existe para posibilidad de dar cuenta de un “rostro”.


Sin restar los elementos de tragedia del asesinato del periodista Javier Valdez, me interesa advertir las relaciones asimétricas de representación que existen, las cuales nos conllevan a pensar que en medio de esta maquinaria de violencia extrema: existen de muertes a muertes. Muertes que ocupan los medios de información, de las que se hablan, de las que se lamentan, pero hay otras que no son siquiera mencionadas, invisibilizadas totalmente. Allí donde no hay ni siquiera un compañero o un fotógrafo profesional para captar una fotografía. Allí donde no hay ni siquiera la posibilidad de saber/sentir el sufrimiento del Otro.


En un texto anterior publicado en Contratiempo Mx, mencionaba la muerte de Isidro Baldenegro, quien a pesar de su defensa por la vida, no tuvo la repercusión mediática como la del periodista Valdez, pero como tampoco el asesinato de “otros 12 activistas indígenas en los últimos 30 años (por) la defensa del territorio ancestral tarahumara” (Sin Embargo, 21/01/2017). Pocas veces podemos ver de estas víctimas sus “rostros” ocultados por siglos de violencia y de despojo, que se suman y se acumulan en cifras de terror. En el caso de Baldenegro hasta ahora no ha habido justicia y no la habrá.


Pues la sistemática imposibilidad de autorrepresentación cancela su humanización: hay de vidas a vidas, de muertes a muertes. “(…) quienes no tienen la oportunidad de representarse corren mayores riesgos de ser tratados como menos que humanos, considerados menos que humanos, o directamente no tomados en cuenta” (Butler, 2006, p. 176). Siendo ésta una marca de las experiencias coloniales que aún hoy arrastramos y sufrimos, los que provenimos de una nación originaria en este país.


Pues hasta hoy son otros los que han reproducido nuestro “rostro”.


Bibliografía:

Barthes, Roland (2013) Lo obvio y lo obtuso, Paidós, Barcelona.

Butler, Judith (2006) Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós.

Hemerografía:

Semanario Proceso, No. 2116, 21 de mayo de 2017.

En línea:

Portal Sin embargo, 21 de enero de 2017.



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