Performa. Cómo gestionar nuestras políticas
- Paco Montaño
- 11 abr 2017
- 2 Min. de lectura
Comunicólogo,FCPyS,UNAM
Consultor Político
@Paco Te
Soy un firme creyente de que somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. Y precisamente por eso, creo que es necesario pensar quiénes somos, qué hacemos y cómo queremos cambiar. Estos textos en Contratiempo serán un intento de motivar que estas preguntas sean una constante cuando somos, hacemos y queremos cambiar a partir de la política, porque a la realidad hay que escucharla, verla, aceptarla e intentar cambiarla.

Reconocer el valor de los múltiples actores en cualquier situación de la realidad me parece fundamental para mantener la perspectiva fresca y no perderse en el dogmatismo de no aceptar nuevas ideas o descalificar puntos de vista ajenos. Porque más de una vez he visto a activistas cometer el error de no investigar al de enfrente, y más de una vez he visto los aportes de tecnócratas y hombres de negocios contra la corrupción institucional y corporativa. Más de una vez, hemos visto que el sentido común de personas sin estudios es más coherente que el academicismo snob de los doctores. Aunque la constante, en nuestro país, sea ver a activistas perseguidos, tecnócratas abstraídos y comunicadores de bandera, generalizar puede llevarnos a dejar de formar alianzas.
Porque la pureza ideológica después puede llevarnos a quedarnos solos y creer que las diferencias son entre blanco y negro, y no entre distintos conceptos de blanco. Encontrar aliados en una situación específica puede ser difícil, mucho más si se les somete a un riguroso examen después del cual no se pueden compartir fines si no hay compatibilidad ideológica absoluta. La ideología contiene otro gran peligro: dejar de censurar conductas negativas cuando las cometen personas con ideas afines a las nuestras (pregúntenle al PRD). Aprovechar la diversidad también implica apreciar la diferencia, incluso cuando no son las que nos gustarían, y aceptar las circunstancias -y las ideas- de aquellos que nos rodean.
Que la condición de una alianza sean los fines y no la exactitud de nuestras ideas también trae una consecuencia positiva, desde mi punto de vista: saber distinguir entre la batalla y la guerra. A menudo, desde la sociedad civil, pensamos que no ganar una batalla equivale a perder la guerra. Nada más alejado del sano optimismo y la crítica constructiva que puede surgir de la clase ciudadana. “El 68 no marcó diferencia”, “los zapatistas no pudieron cambiar a México” o “El 132 no hizo que Peña Nieto perdiera”, pueden ser excusas fáciles de enunciar, pero ocultan el cambio gradual y la presión, siempre necesaria, de los ciudadanos a sus gobernantes, además de cambios reales y concretos en realidades específicas. Los resultados nunca serán ideales y el camino del conflicto tendrá que transitarse frecuentemente.

Las condiciones anteriores de multiplicidad de actores, conflicto constante y cambio paulatino, apuntan, en última instancia a que vivimos dentro de un sistema, que sirve para definir historias individuales, que resultan ser expresiones de la complejidad. Que esas historias no nos hagan perder el foco. Somos parte del sistema y, en toda la contradicción posible, él nos define, pero nosotros también podemos definirlo. Desde aquí pensaremos algunos temas de la realidad en México.
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