Juventud, contracultura y participación política
- María del Ángel Monterrosa Fuentes
- 27 mar 2017
- 6 Min. de lectura
“La juventud no es más que una palabra”
(Pierre Bourdieu)
El imaginario social que rodea la palabra juventud se ha configurado, por lo menos desde inicios del siglo pasado en el que los jóvenes se hicieron visibles social y políticamente, con ideas de rebeldía, entendiendo por ésta última como la confrontación de cánones de comportamiento y una serie expectativas que los jóvenes deben cumplir desde la mirada de la sociedad adultocéntrica.

La juventud, cobró mayor fuerza durante la década de los años 60 del siglo XX a raíz de una serie de manifestaciones sociales, políticas y artísticas, que el teórico social estadounidense Theodor Roszak discutió en su libro El nacimiento de una contracultura. Reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil, publicado originalmente en 1970, en donde consideraba lo siguiente:
La contracultura de los jóvenes posee importancia suficiente tanto por su alcance numérico como por su fuerza crítica, y merece una atención particular e independiente. Desde mi propio punto de vista, la contracultura más que «merecer» atención, la «exige» desesperadamente, puesto que yo al menos ignoro por completo desde dónde pueda encontrarse, además de entre esa juventud disidente y entre sus herederos de las próximas generaciones, un profundo sentimiento de renovación y un descontento radical susceptibles de transformar esta desorientada civilización nuestra en algo que un ser humano pueda identificar como su hogar… (Roszak, 1970: 11).
La contracultura tuvo sus primeras manifestaciones en el ámbito musical con el surgimiento del jazz en los años 20, en la literatura se manifestó tres décadas más tarde con el surgimiento de la Beat Generation, con un discurso centrado en el rechazo a la cultura hegemónica estadounidense y su expansión por la vía bélica; además, defendían el uso recreativo de las drogas, la libertad sexual y poseían una marcada revalorización de la filosofía oriental en contraposición con los valores exaltados por la cultura occidental.
Con este punto de partida, podríamos afirmar que lo artístico es una de las venas de la contracultura, sin embargo, lo artístico no solo se limita a un asunto estético, sino que también se extiende hacia lo político. El descontento de la juventud de la década de los años 60 y su necesidad de anteponer otro tipo de valores centrados en el individuo y en su relación ecológica con la sociedad, se hizo patente en los diversos movimientos juveniles suscitados en la década del 68.
Basta recordar la primavera francesa y otros países europeos y desde luego, el movimiento del 68 en México, que sin lugar a dudas fue un movimiento esencialmente político que puso de relieve el poder y sobre todo, la necesidad que tienen los jóvenes de incidir activamente en su entorno y en la toma de decisiones como actores políticos.

En un primer momento, la contracultura como manifestación juvenil supuso una categoría para analizar la estructura social, y la necesidad de entender estas nuevas conformaciones, dio paso a que el diálogo y la investigación se abriera a tal grado que actualmente, los estudios sobre lo juvenil y la juventud son nuevas categorías de análisis de lo social y de lo político, aunque no son definitorias en cuanto a las realidades que viven los jóvenes, pues lo juvenil y la juventud adquieren matices diferentes de acuerdo a la matriz contextual a la que pertenecen.
A estas alturas, la contracultura ha devenido como una forma de manifestación política que desarrolla y lleva a cabo sus propias prácticas, sin necesariamente adscribirse a instituciones políticas. Esto lo podemos ver en las formas autónomas que tienen algunos jóvenes para organizarse dentro de sus propias comunidades, crear sus propios espacios de intercambio sociocultural, erigiéndose como colectividades mínimas que actúan de acuerdo a sus convicciones y necesidades, pues una parte esencial de éstas ha sido su alejamiento de las instituciones políticas.
El rechazo a lo institucional se vio claramente reflejado en la abstención del voto joven en elecciones pasadas, y por otro, la intensa movilización juvenil que precedió los comicios presidenciales de 2012, aunado al rechazo del actual presidente con el movimiento #yosoy132, ̶ discutido y discutible desde varios lugares y posturas ̶ ; las innumerables marchas por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, así como las manifestaciones por parte de los estudiantes del IPN en contra de las reformas al reglamento interno de la institución, todo ello suscitado en los últimos cinco años y por mencionar sólo unos casos.

A un año de realizarse nuevamente la elección presidencial, la contienda por ocupar el máximo cargo del país se debate entre algunas figuras que sin dejar del todo claras sus pretensiones políticas, sí habría que comenzar a identificar cuáles son sus propuestas y en qué medida, su discurso apela a los y las jóvenes.
Asumo, que desde los partidos políticos tradicionalmente conservadores, difícilmente encontraremos propuestas sólidas y claramente definidas orientadas a mejorar las condiciones actuales y permitir verdaderas oportunidades de crecimiento y desarrollo para los jóvenes en temas de educación, salud sexual y reproductiva, empleo digno, acceso a la vivienda, por mencionar algunas.

El panorama actual hace constar que los jóvenes carecen de símbolos de rebelión que los inciten a participar activamente en la política sin ser bastiones de partidos políticos históricamente institucionalizados, como sucedió en la década del 60. A falta de estos líderes que simbolicen las expectativas y esperanzas de la juventud, vemos el paulatino surgimiento de organizaciones políticas y políticos independientes que comienzan a hacer ruido en el entorno.
Tal es el caso de Pedro Kumamoto, quien en 2015 y con 25 años de edad ganó la elección para ocupar un lugar en el congreso de Jalisco, convirtiéndose en el primer candidato independiente en lograrlo, dejando atrás en la contienda a representantes de partidos como el PRI, el PAN y Movimiento Ciudadano, partido que gozaba de buena aceptación en dicho estado.
Su estrategia se centró en el trabajo en red a partir del proyecto WikiPolítica, que de acuerdo con una nota del semanario Proceso, es una asociación civil que surgió después del movimiento #yosoy132 y cuya filosofía define a la política como “una herramienta de la ciudadanía para la toma de decisiones”. Su razón de ser se debe, justamente a una crisis de representatividad que sufren los actuales partidos políticos y ve en la tecnología una vía de acción para incidir en la política: “porque las redes sociales son redes de personales reales”, reza uno de sus slogans de campaña.
En el mismo tenor de lograr incidencia y visibilización política desde la base social se encuentra la organización AHORA, presentada en febrero de este año en la Plaza de las Tres Culturas por su representante Emilio Álvarez Icaza, ex Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, quien además ha colaborado con organizaciones civiles tales como Alianza Cívica, el Centro Nacional de Comunicación Social (CENCOS) y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta y activista político Javier Sicilia.
En la presentación, Álvarez Icaza hizo referencia al movimiento del 68, al reconocer los ideales de los estudiantes cuando advirtió “sus sueños son nuestros”. La propuesta de AHORA apunta a cambiar las actuales condiciones de impunidad, corrupción, pobreza, desigualdad e inseguridad que tienen al país mermado, las cuales consideran, son producto de la partidocracia y de su marcado interés por conservar el poder sin ofrecer opciones viables ni atender las necesidades de la población en general.
De igual manera, el uso de plataformas y nuevas tecnologías, así como de otros mecanismos presenciales, forma parte de las estrategias para desarrollar su programa e impulsar las propuestas de AHORA respecto a las acciones que consideran posibles apuntando a la implementación de políticas públicas que incidan en lo económico, lo político y lo social para superar la difícil crisis que enfrentamos.
El “profundo sentimiento de renovación y un descontento radical” del que habló Roszak hace casi medio siglo atrás continúa vigente. El poder de los jóvenes respecto a su intervención política resulta más relevante que nunca, puesto que demográficamente representan la mayor población del país, según el último estudio realizado por el INEGI. México es un país de jóvenes que nacieron en la crisis y han vivido en ella toda su vida, no conocen lo que significa la estabilidad económica ni la ven reflejada en su vida cotidiana, viven en la precariedad y sus decisiones se toman con vistas a corto plazo.
En este sentido, se erigen como una fuerza transformadora, pero que carece de plataformas propiamente juveniles, puesto que las propuestas actuales son una mezcolanza de lo añejamente instituido y lo novedoso, pero no hay un discurso que directamente apele a ellos. La descreencia y la desconfianza aumentan su marginalidad en el terreno político, pero no su manifestación política ¿qué hacer entonces? El discurso tiene que materializarse en acciones y propuestas a partir de las necesidades reales de la juventud alejadas de la perspectiva adultocéntrica, o por lo menos, encaminadas a proveerles un mínimo de bienestar social.
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