Redes Sociales
- Dr. Mauricio Porras
- 28 feb 2017
- 5 Min. de lectura
“El hombre se ha convertido en una suerte de dios- prótesis, por así decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca todos sus órganos auxiliares; pero estos no se han integrado con él, y en ocasiones le dan todavía mucho trabajo”. Sigmund Freud
Al nombrar redes sociales en la plática de cualquier encuentro, es constante escuchar el acercamiento de los que están lejos, y la distancia de los que están juntos, por lo que no abordaré el tema desde ese ángulo. Escribiré desde los pros y contras que brindan las redes de una manera más específica.
Qué nos atrae de las redes sociales sino el querer saber del otro, del otro que no somos nosotros, del otro que es diferente, del otro que quisiéramos ser, pero que es imposible ser. De ese del que quisiéramos ocupar incluso su lugar en la existencia, transformarnos imaginariamente en ese que digamos, aceptemos o no, es nuestro ideal.

Desde el campo laboral y escolar, las redes sociales tienen muchas herramientas, entre ellas los llamados grupos, donde los integrantes pueden interactuar de una manera más directa entre ellos, compartiendo no solo información, sino también videos, fotografías, lecturas en PDF, etc. Son de tan buena calidad que en empresas y en universidades se utilizan para estar en contacto y responder dudas y cuestionamientos sin estar en el salón de clase. En la academia suelen colocarse desde el programa, textos a trabajar en tareas, videos y películas que se requieran para la materia.
Ver al otro en múltiples pantallas en formato HD, acompañado de un audio también de alta calidad, es re-escenificarlo, casi palparlo por medio de bites. De ahí que muchos de nuestros cercanos convivan tanto con su “smartphone”, tanto que la inteligencia se la quede al dispositivo, y el usuario termine en la actitud de un bebe de meses, el cual es inseparable de su mamila, ahora su celular, sabrosa y nutritiva, deliciosa y seductiva en el caso de los usuarios.
Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis, señalaba en 1930 en el “Malestar en la Cultura”, que el ser humano “con ayuda del teléfono escucha desde distancias que aun los cuentos de hadas respetarían por inalcanzables; la escritura es originariamente el lenguaje del ausente, la vivienda un sustituto del seno materno, esa primera morada, siempre añorada probablemente, en la que uno estuvo seguro y se sentía tan bien”[1].
[1] Sigmund Freud, “El Malestar en la Cultura”, pág. 90.
Hay ciertas redes en las que aunque no se desee obtener la información y archivos, una vez compartidos, se quedan en la memoria del dispositivo utilizado, creando actualizaciones de manera más activa, y avisos del más mínimo comentario, así se desee saber o no de ese grupo. Es posible silenciarlos, pero si hay compromisos laborales o académicos, se corre el riesgo de no saber qué es lo que los dirigentes están exigiendo.
Saber del otro a cada instante es no efectuar separación. Nuestra época es un tiempo en que la frustración muy difícilmente es aceptada. Por lo general, aceptar la frustración siempre crea ruido, pero en nuestros tiempos en que la música, videos, e incluso la persona amada es localizada en segundos para tener una videoconferencia, ha creado que cosas tan sorprendentemente increíbles, nos parezcan día con día de lo más trivial.
Lamentablemente, van de la mano con la corta esperara a todo conflicto, pues también se desea que los problemas tengan una solución en segundos, instantánea. “No sólo parece un cuento de hadas; es directamente el cumplimiento de todos los deseos de los cuentos —no; de la mayoría de ellos”[2], esos smartphones son un sueño hecho realidad en la palma de nuestras manos. Muchas veces la diferencia entre la realidad y lo virtual se pierde. No hay herramientas para dar una respuesta cuando las cosas no se resuelven como se desea.

Para varias situaciones, involucradas con el cuidado de menores de edad, también en actividades escolares, dan la oportunidad de que los profesores y autoridades estén al tanto de lo que ocurre en la institución, tanto con ellos como con los alumnos, sin invertir un centavo en interfonos. Para paseos organizados por los colegios son igual de efectivas. Si varios grupos están en distintas actividades y sitios de algún museo, la comunicación por redes sociales es demasiado efectiva inclusive para encontrar algún elemento de los pequeños que se haya perdido.
Al ser un uso tan frecuente, y con afortunadamente, tanta libertad, cierta falta de regulaciones también tiene sus contras. En universidades, donde se emplea el formato “A Distancia”, las plataformas permiten el trabajo en un marco muy amplio de conocimiento, y difusión de información. El punto a remarcar llega cuando la ética es olvidada ¿cuando sucede esto?
En los momentos en que gracias a la costumbre de escribir en mensajes de 150 caracteres, dando opiniones personales, con las cuales esos usuarios piensan que van a cambiar mundo, pero que en la realidad son más similares a los gritos dentro de una cantina, esos mismos usuarios pierden el piso de estar en una plataforma universitaria, para colocar ahí mismo sus puntos de vista sin regulaciones, como lo hacen en las demás redes, desvalorizando y faltando el respeto, tanto al conocimiento, al status de la institución, y por supuesto, a ellos mismos.
También podría hacer una crítica al “Sexting”, el compartir en el formato que sea temas sexuales o privacidad sexual. Pero si checamos un poco, entre adultos, y por supuesto, en una relación consensuada, no hay problema alguno. Sin embargo, cuando el sexting se da entre menores, el conflicto se hace presente. No obstante, aquí aparece un gran pero, un gran pero que es la causa de la producción de quebrantos a las leyes, la supervisión de los padres, o de quien esté al cargo del crecimiento de nuestros menores.
En primer lugar, un menor de edad no debería tener un teléfono de 15 mil pesos. Darle uno deja en claro la falta de imposición de limites por parte de los padres. Peor aún, otorgárselo y darle libertad en las redes sociales, la cuales señalan de entrada no ser aptas para menores de edad, pero donde los mismos padres les crean una cuenta, cuanta en la que su amiguitos y amiguitas, por no estar supervisado y sin regulación de algún tipo, entre ellos mismos se animan a realizar acciones de las que si algún adulto por fortuna se entera, puede llegar a frenar, como el mismo “sexting”.
Es aún más impresionante que muchos padres reclamen que a altas horas de la noche sus hijos reciban mensajes con palabras e imágenes sin censura, cuando los que pueden poner un alto a dichas molestias son ellos mismo restringiendo el uso de dichas redes. Incluso con mis pacientes he dado la propuesta de apagar el Wi-Fi después de ciertas horas, pero me devuelven la extraña respuesta “es que si lo hago se enoja el niño se enoja y quiero darle todo”.
Darle todo a un hijo es muy bonito en literatura. En la vida real es no responsabilizar a los hijos a valerse por sí mismos en un futuro, a querer resolver cada diferencia con razonamientos de 150 caracteres. No necesitamos un futuro lejano, ni cercano para saber que podría suceder si continuamos la educación de nuestros niños de esa manera. Pongamos la mirada en el vecino del norte, no hay mejor ejemplo de irresponsabilidad en opiniones y comunicación.
Cierro con las palabras del Psicoanalista Vienes :
“Épocas futuras traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable, en este ámbito de la cultura, y no harán sino aumentar la semejanza con un dios. Ahora bien, en interés de nuestra indagación no debemos olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un dios”[3].
Ojalá en algún momento logremos sobrellevar nuestras frustraciones. Cuando suceda, la felicidad está más cerca que un celular en nuestra mano.
[2] Sigmund Freud, “El Malestar en la Cultura”, pág. 90.
[3] Sigmund Freud, “El Malestar en la Cultura”, pág. 90.
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