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La borrachera que (no) tuve con Eusebio Ruvalcaba

  • Vidal Guerrero Márquez*
  • 27 feb 2017
  • 12 Min. de lectura

Vodka con agua mineral. Es lo que siempre vi en tu mano. A veces lo paladeabas con delicado temple, mirabas el vaso después de cada beso al frío cristal como queriendo encontrar algo en aquellas gotas que resbalaban, otras lo apurabas con prisa, como si se te fuera la vida en empujarte ese trago entre pecho y espalda. Casi siempre Vodka con mineral, a veces tinto, nunca ron. Lo que no recuerdo es dónde fue aquel encuentro ¿Tlalpan? ¿Coyoacán? ¿En la Clave azul? ¿El gallito? ¿En Regina? Sin duda fue en una cantina, lugares al que eras devotamente parroquiano, “lugar de cortesanos” solías decir. Templos del saber y del beber en donde se puede realizar un examen de conciencia e introspección sin cortapisa alguna. “Me gustan las cantinas porque hay conflicto, y donde hay conflicto hay vida, y donde hay vida hay literatura” solías decir, y yo, absorto a tus enseñanzas te creía en todo.

Contraviniendo a tus rituales me ordené una coca cola fría, pelaste los ojos y encontré un poco de condescendencia en ellos. Mi intención no era desairarte, sólo deseaba permanecer lo más lúcido posible (error derribado después del tercer vodka tonic que me bebí) para absorber con total vehemencia todo lo que me dijeras. Sobre Chopin, sobre Brahms, Paganini sobre Higinio Ruvalcaba y sobre sus años en Guadalajara, sobre cuando lo mandaban a comprar pan y metías la cara en la bolsa para respirar aquel inefable aroma, sobre tu aversión a los celulares, sobre los aforismos y sobre las mujeres, ¡por Dios! ¡Sobre las Mujeres! Yo quería escuchar cualquier cosa que dijeras acerca de las mujeres.


  • “Escuchar música, hablar sobre música, escribir sobre música y hacerle el amor a una mujer, es lo único que he aprendido a mis 61 años, que hoy, 3 de septiembre de 2012, cumplo. También conducir un automóvil en carretera. Y digo aprendido porque se aprende. Pero uno aprende por sí mismo. En el caso de las mujeres, cada negativa es un paso firme en el aprendizaje. Alguna vez le pregunté a mi padre, más bien dicho, le pedí, que me hablara sobre la vida, sobre las mujeres. Yo tendría esa edad capitular que son los 13 años. Estábamos en Guadalajara, el ombligo del mundo. ¿Qué quieres saber? Lo que sea, cualquier cosa, lo que tú quieras decirme. Sobre la vida no te puedo decir nada, la vida se vive, no se platica. Sobre las mujeres sí te puedo dar un consejo: no te metas con casadas ni con menores de edad porque te pueden matar —lástima que no hice caso.”

No parabas de hablar, y me preguntabas qué era lo que quería sabes; eso parecía más un interrogatorio a una charla y parecía que el interrogado era yo. Absorto sólo atinaba a recordar algunas cosas leídas por ahí, intentando dar en el blanco con algún comentario o juicio atinado…

  • “Teníamos un perro que se llamaba Mezcal. Le enseñé a atrapar ratas. Yo las agarraba y las metía en una cubeta. Llamaba a Mezcal y meneaba la cubeta para que se le antojara el bicho. De pronto volteaba la cubeta y la rata salía disparada. Mezcal la perseguía y la trituraba en un santiamén. Pero una vez me metí debajo de la cama para agarrar a Mezcal. Le quedé a tiro y me mordió la cara. Casi me arranca la nariz. Cuando mi padre llegó de su ensayo con el cuarteto, mi madre lo enteró. La sangre seguía manando. Vi la ira en los ojos de mi padre. Agarró al perro del cuello, lo aventó al carro y se lo llevó. Cuando regresó le pregunté por Mezcal y simplemente me dijo jamás te volverá a morder. Aún conservo la cicatriz arriba del labio.”


En algún momento en verdad deseaba interrumpir y sacar el fan from hell que hay en mí. Decirte que eres inspiración, que eres toda una leyenda viva entre los incipientes jóvenes que encuentran en la gruesez bukowskiana el tan necesario respiro a la cotidianidad, que al igual que tú, muchos hemos sentido la necesidad der mandar todo al carajo, de a poquito, o como avasallante ola que se traga la totalidad…

  • “Además de mis talleres de creación literaria y cursos de apreciación musical, coordino un círculo de lectura. Nos reunimos el último miércoles de cada mes. Leemos una novela y la comentamos. Aprovecho para leerle al grupo un cuento y poemas. De tantos autores como moscas hurgan en mi arroz. Desde luego, dejo mis autores favoritos. Dostoievski. Salinger. Capote. Revueltas. Chéjov. Releer es uno de los placeres punzocortantes más eficaces. Solamente en una relectura se descubren los secretos de un libro. O de un cuento. O de un poema. Siempre quise escribir un poema. He escrito algunos. Sobre todo para mujeres. Y para el alcohol. El alcohol se filtra entre los versos. Los raspa. Hasta hacerlos que sangren. El alcohol es una bendición. Te abre los ojos. Y los oídos. Beethoven se aprecia más cuando de la sangre bulle el alcohol. Lo mismo acaece con Panait Istrati. Y con unos cuantos más. También entre los músicos acontece esta brutalidad. Son pocos los músicos que nos sacuden el alma. Beethoven. Mozart. Brahms. Schubert. Schumann. Tchaikovski. Dvorák. Hay quienes se percatan de que tienen el poder del arma y la ocultan. Se vuelven fresas. Como Stravinsky.”

Quería preguntarte un consejo para los jóvenes….

  • “Chavos: fajen, no estudien. Porque si no lo hacen ahora, el día de mañana ni tiempo van a tener. Ni ganas. Estudien lo mínimo para pasar, para que sus jefes no la hagan de jamón. Que se vayan con la finta de que están aprovechando el tiempo a lo bestia. Consideren las ventajas: primero que nada, llevarse la fiesta en paz —no hay nada más insensato que tener todos los días broncas con el jefe; porque los weyes son vengativos: empiezan restringiendo el uso de la nave (ya se les olvidó cuando eran chavos), o por bajarle el domingo (si te da, digamos, 200 morlacos, le quita 50 como si nada), o por insinuarte que en la casa hay muchos gastos, que le metes al MB o mejor te vas buscando chamba. (Pero la culpa es tuya porque tienes acostumbrado a tu jefe a que cuando quieres la haces, que nadie te supera, que eres muy piola, sácale punta y te la vienen pérez prado y sus cometas. De cualquier modo para qué te esfuerzas. Si al cabo de los años vas a acabar trabajando en cosas que ni te gustan.)


  • Siempre que doy una charla en prepa, me asombra que haya tantos chavos. Entonces les digo que les hacen falta huevos, que qué hacen ahí, a la expectativa de escuchar a un —perdónenme la palabra— escritor. Y les digo las cosas como son: que yo a su edad pues en primer lugar nunca iba un escritor —repito, perdón por el terminajo—a dar ninguna charla de nada, porque ni quien pelara a semejantes perdularios (córranle al diccionario). Que si no podrían estar haciendo algo mejor: como quemar en el coche del hijo de papi, o estar fajándose a una chava, o bebiéndose un jale nomás para soportar la melancolía, la decepción de que la vida es tan vacía, o simple y llanamente para quemar con lágrimas y mocos tanta tristeza, miseria y podredumbre que ni se explican. Me oyen los chavos y en los ojos de uno, de otro, de aquél, de pronto descubro el gesto de que este wey tiene razón, pero de aquí no me puedo mover porque la maestra me reprueba. Pobres.



¿Por qué un hilito de sangre?

  • “Veíamos la televisión en la sala. Mi madre nos daba de cenar en una mesita. Estábamos mi padre, mi hermana y yo. Recuerdo hasta el nombre del programa: Patrulla de caminos. Estábamos cenando caldo de frijoles con pan, cuando de abajo del mueble de la televisión salió una tarántula. Mi hermana gritó. Yo me quedé impactado. No pude mover ni un dedo. Mi padre se levantó y fue hasta ella. Levantó el pie y la pisó. De la suela escurrieron hilitos de sangre.”

Dime algo sobre los poetas, por favor

  • “Y si en lugar de médicos fuesen poetas. Y levantar la bocina y marcar un número y pedir a la agencia de empleos que te envíen un poeta, que necesitas que te curen, que te digan poemas al oído, que te peinen con poemas, que te desnuden con poemas para vestirte con ellos. Que cuando esté uno triste y solo se pudiese abrir el directorio y buscar en la p, y correr a la dirección citada y escoger un poeta, y usarlo y gastarlo y deshacerlo, y por fin tirarlo y quedarse solamente con su pluma tibia."

Después de este punto ya no podía preguntar más, perdí la cuenta de lo que bebí y tú simplemente no podías dejar de hablar…

  • “Estoy enfermo. Enfermo de creatividad. No sé en qué momento voy a estallar. De palabras. Las palabras me desbordan. Aunque no esté escribiendo, mi mente no deja de ejercer la creatividad. De inventar personajes, metáforas, historias, imágenes, escenarios, diálogos. Todo el tiempo. Sin parar. De pronto me descubro pensando como un personaje salido de mi pluma. De pronto me descubro actuando como un personaje de alguno de mis cuentos. No puedo evitarlo. Sé que voy a morir porque el mundo ha dejado de ser para mí la asidera a la que aspiran los hombres. Ahora sólo es un crisol donde el principal ingrediente es el dolor. Siempre creí que tú estarías conmigo en la vida y en la muerte. Que eras la mujer ideal para un artista devastado por su creatividad. Pero lo que me dijiste ayer fue terrible. No hago nada más que estorbarte. Ser un obstáculo.


  • Creí que me amabas a muerte. Que habías hecho tuya mi situación. Que me esperarías el lapso que habíamos acordado. Pero lo único que hago es provocarte un daño. Llamas dañino a mi amor. Lo único sagrado que soy capaz de dar. Lo único valioso que me atrevo a poner en tu mano. Creí que ibas a estar conmigo en las buenas y en las malas. Me dices que no puedes más. Que mi amor te causa un sentimiento devastador. Eso no es amor. Qué mal me hiciste sentir. Te amo con toda el alma. Con toda el alma. Como nadie más te amará en la vida. Como nadie te había amado nunca antes. Y me dices eso. Como hombre soy un cero a la izquierda para ti en el sentido del júbilo amoroso. Soy nadie. No soy nadie para ti. Tú estás atrás de cada palabra que escribo, aun sin escribirla. Pero mi energía me desborda. Estoy loco. Loco de palabras. Parezco un hombre tranquilo y ecuánime. Pero no lo soy. Todo el tiempo estoy levitando. Soy escritor de tiempo completo. Todo el tiempo las palabras se presentan ante mí como moscos venenosos. Todo el tiempo. Mientras camino, mientras me baño, mientras como o manejo, las palabras me acometen. Quieren ver la luz. Quieren salir al mundo y respirar. Pero necesito alguien a mi lado. Una mujer fuerte, que me dé energía. Que sepa lo que es esto. Que sea receptora de mi vigor, que le dé cauce a mi pasión, a mi ímpetu creador. Que se interese por lo que escribo, por lo que sueño, por lo que aborrezco, por lo que odio, por las ilusiones que me colman cuando escribo. Porque soy un individuo como cualquier otro. También sueño. Y cargo en mis espaldas una caja fuerte de ilusiones. Como cualquier idiota. Sueño con llevar un bálsamo a un lector. Sueño con proteger el corazón de un hombre. A través del amor. Sueño con aliviar la pesadumbre de un hombre de la calle. Ése sería el momento más alto al que yo podría aspirar como escritor. A ningún otro. Pero tú me has mandado al diablo. Para ti ese Eusebio es un bicho raro. Tú sólo piensas en ti. Haces caso omiso del trato que establecimos. No tienes palabra. Me lo habías prometido. Siempre pensé que mi trabajo como escritor te ilusionaba. Siempre creí que me admirabas y que por eso estabas conmigo en este derrotero punzante de la escritura. Pero ya me di cuenta de que no soy nada para ti. De que lo que te importa es construir, consolidar. Y nada más. No arrojarte al abismo. No estar al lado de un hombre sin el capital suficiente para que no pases penalidades. Porque no tienes por qué pasar estrecheces. Pero déjame decirte algo. Aunque tú digas que no, eres mi mujer. Porque te adoro. Porque por ti escribo. Porque a lo único que aspiro es a una mirada tuya. Ni siquiera a una sonrisa. Porque tu olor me vuelve loco. Porque tus piernas son las más hermosas que he visto, acariciado, olido y besado en mi puta vida. Porque sólo a través de ti vivo y alimento mi hombría. Por eso me duele tanto escribirte estas líneas. Me dijiste que no puedes seguir más conmigo porque “ya esta situación me hace sufrir”. Y eso no lo tolero. No quiero hacerte sufrir. Aunque el sufrimiento forma parte del amor. No quiero que sufras. Pudiendo ser feliz, inmensamente feliz al lado de un hombre convencional, que te dé las satisfacciones que te mereces. Reflexiona sobre esto. Si quieres que sigamos, seguimos. Si quieres que lo dejemos, lo dejamos. Tú eres la mujer de mi vida. Lo sabes y lo sabes, y lo sabes. Quiero que crezcas a mi lado. Que sufras a costa de tu crecimiento.”


Eusebio, dime algo sobre la muerte, por favor…


  • “Todos morimos, pero muy pocos están preparados para morir. Esto es, cuando se tiene la muerte en las manos. Que de suyo es un privilegio. En una sociedad caracterizada por la violencia. En una época en que la violencia es el pan de todos los días, la posibilidad de que cada quien escoja su muerte está cada vez más alejada. Es un imposible. Porque además el hombre de nuestro tiempo no está educado para enfrentar la muerte. Ni siquiera tiene valor para hacerlo. Que de la muerte se encarguen los doctores, piensa.

El hombre está hecho para la resistencia. Es decir para hacer frente a la adversidad, o, mejor aún, a la muerte. Hasta que sus fuerzas se lo permitan. Pero eso en el fondo no es cierto. Porque dicha resistencia se pulveriza cuando la maquinaria brutal de la medicina interviene. Hospitales, laboratorios, especialistas integran un organismo que se llama mercantilismo médico. Y en aras de abultar las cuentas bancarias, la muerte se prolonga como la vía de un tren cuyo fin no se avista. Que un hombre sobreviva con sus facultades mentales a la baja, es la peor insensatez. Dilatarla vida a costa del sufrimiento del enfermo y de quienes lo rodean es acto vil. Vivir por vivir no siempre se justifica.

En una antigüedad no muy lejana, el hombre estaba bien dispuesto a la muerte. Desde niño se le hacía ver la fugacidad de la vida. Todo lo que principia termina era el precepto que se aceptaba y bajo cuya égida se vivía. No se le daban tantas vueltas a las cosas. Pero de pronto la vida dio un giro dramático. Conforme la ciencia evolucionó, los contenedores de la razón le adjudicaron a la medicina un poder por encima de todo, sin preguntarse las consecuencias.”


¿Alguna vez ha dedicado alguno de sus escritos y poemas?


  • “Se pueden dedicar muchas cosas: un combate boxístico (“dedico esta pelea a mi madrecita, que me está viendo”), una sinfonía (Beethoven dedicó su tercera sinfonía a Napoleón, aunque finalmente destruiría esa dedicatoria por considerar que el general había pasado de ser un héroe a un tirano), una película (como Tess, que Polanski dedicó a la memoria de la que fuera su esposa, Sharon Tate), un libro (Stefan Zweig dedicó su libro Tres maestros a Romain Rolland, y Borges Los justos a María Kodama: “De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas?).

Pero también una dedicatoria significa agregarle un peso a una persona. De todas las tribulaciones por las que tiene que pasar un hombre, en buena medida una dedicatoria contribuye a aumentar el infortunio. Qué bien estarían Jomi García Ascot y María Luisa Elío antes de que García Márquez les dedicara Cien años de soledad, y doña Clara antes de que Juan Rulfo hiciera lo propio con El llano en llamas.

Hay de dedicatorias a dedicatorias. Las más cándidas son las que figuran en las primeras páginas de las tesis: “Dedico esta tesis a mis padres Emiliano y Rosa María, que con su ejemplo me mostraron el camino del triunfo. A mis hermanos Emiliano, Rosa María y Germán, que siempre estuvieron cerca de mí, apoyándome con su ejemplo y abnegación. A mis tíos Filemón, Margarita y Amílcar, a mi padrino Fausto. A todos mis amigos que he tenido desde la primaria yque no menciono por no herir a nadie que no incluya en la lista, bien sea por olvido u omisión. A mis maestros y compañeros de generación, que vieron en mí un futuro triunfador”.

Bien podría decirse que la dedicatoria —que no el autógrafo— es género literario (como el obituario o el epitafio). Pero sobre todo las líneas que pergeñan los escritores cuando se ven presionados. Por ejemplo, en la presentación de un libro de su autoría. Es inaudito suafán por ser inmortales. Como si de veras cualquier palabra salida de su pluma habría de ser memorable. En efecto, el escritor se prepara. Hasta su actitud cambia cuando ve venir al lector con el libro en la mano. Permanece a la expectativa. Aquel individuo que se acerca obtendrá una firma del ungido. Observa pues que se aproxima sigilosamente, ceremoniosamente, y lo espera como un señor feudal al siervo. El supuesto lector extiende el libro delante del hombre de letras, quien lo mira como preguntándose ¿y qué querrá este pobre diablo, que lo traduzca? Por último, le pregunta su nombre, y firma: “Para Fulano, con afecto”. O más simple todavía.

Hay coleccionistas de dedicatorias. Pero no se sabe si la razón que obliga a un coleccionista es el amor a la literatura o la ambición. El amor a la literatura porque cuántas personas no atesoran como oro molido un libro de su autor favorito que lleve su firma. La ambición porque, quién no lo sabe, un libro dedicado, digamos, en una edición príncipe, vale más que uno sin dedicatoria alguna. Y eso el tiempo lo valora.

Cioran cuenta que alguna vez compró un libro usado precisamente por su dedicatoria: “Que en estos momentos difíciles la lectura de Cicerón te procure alivio”. “


Señor Ruvalcaba, ya no puedo beber más…


  • “pusilánime…”


Vidal Guerrero Márquez: Egresado de la licenciatura en Filosofía por la FES Acatlán (UNAM), actualmente es el responsable del área de Publicaciones en el Instituto mexiquense de la Juventud (IMEJ).






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