Las dos caras de la fiesta y la tradición de diciembre en México
- David Cuenca Orozco
- 24 dic 2016
- 6 Min. de lectura
Las tradiciones de diciembre pueden entenderse simultáneamente como fiesta y al mismo tiempo como culto religioso, fenómeno que da como resultado una amalgama entre elementos propios de dos cosmovisiones al interior de unas mismas fechas, en las que se presenta un ciclo de cierre en cuyo centro emerge disruptivamente una renovación que incluso puede permitir celebrar de formas distintas, pero de alguna forma incluso iguales, esas festividades.
Para no pocas personas las fiestas decembrinas representan actualmente una época de gasto, un motivo para derrochar y disfrutar a un nivel más elevado que aquél con el que se vive el resto del año. Sin embargo, dentro de algunas comunidades de nuestro país figura más bien un tiempo para guardar, una ocasión para la oración y la conciencia no solo en agradecimiento por los frutos y éxitos recibidos sino también por la posibilidad de consagración real de lo divino en aquello que se cree con fervor.
En la actualidad ambas dimensiones se han fusionado. Las tradiciones de diciembre pueden entenderse simultáneamente como fiesta y al mismo tiempo como culto religioso, fenómeno que da como resultado una amalgama entre elementos propios de dos cosmovisiones al interior de unas mismas fechas, en las que se presenta un ciclo de cierre en cuyo centro emerge disruptivamente una renovación que incluso puede permitir celebrar de formas distintas, pero de alguna forma incluso iguales, esas festividades.
Este fenómeno cultural, como lo afirmaría Nestor García-Canclini en Culturas híbridas, precisamente se ubica en el corazón cultural de lo que es nuestro vasto y contradictorio país. Se trata de una región en la que el pasado se encuentra constantemente con lo actual, en donde la ciudad se cruza con el campo todos los días, donde lo colonial y lo mexica habitan en las ciudades modernas del siglo XXI, donde un crisol de identidades coexiste bajo una constante actualización e influencia de factores globales externos a su universo de sentido propio, mismos elementos que se incorporan en su conjunto todo el tiempo como una bola de nueve a cuyo paso se suman nuevos sentidos pero cuyo derrotero, aunque en constante cambio, parece incierto.
Aunque dentro de algunas comunidades del país la celebración de las fiestas de diciembre sostiene aquel cariz religioso que les diera pie, como es el caso de las posadas, su consagración ritual actualmente se encuentra permeada incluso por una hibridación de elementos provenientes de la fiesta en su sentido más reciente. Además de llevar a cabo el acto de romper la piñata o pararse frente a la puerta para simular el pedir alojamiento tal como lo contempla el mito judeocristiano, hoy en día bandas de rock o el karaoke bien pueden amenizan estas festividades. También es común dentro de estos actos ubicar la realización de bailes con sonidos y conjuntos musicales de moda que vuelven la fiesta religiosa en un ‘toquín’ o una borrachera.
Para no pocas personas el día dedicado a la consagración de ‘la virgen de Guadalupe’, fiesta emprendida tras la conquista de México por los españoles en 1521 para unificar e imponer la religión católica a lo largo y ancho del continente, como refiere Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, en la que actualmente miles de fieles creyentes realizan un peregrinaje desde su comunidad hasta la Basílica de Guadalupe es también ahora el punto de partida para iniciar una maratón de alcohol y borrachera que pretende terminar por lo menos hasta el día de los Reyes Magos, el 6 de enero del siguiente año. A tan señalada fecha se le conoce hoy en día como el Maratón Guadalupe-Reyes.
Nuevas tradiciones y rituales, nuevos sentidos, se funden con los del pasado dentro del mes de diciembre. Prueba de ello es la consagración de todos los eventos religiosos y festivos ‘tronando cohetes’. El uso de estos artefactos explosivos, a pesar de su peligrosidad y de su estricta prohibición dentro de algunas comunidades de nuestro país, es recurrente durante todo el año. Aún a pesar de esas advertencias se precisa de ellos con mayor frecuencia justo para el año nuevo. Tal como si se cumpliera un mito escatológico de cierre, de fin, para buscar una renovación, el derroche es la tendencia para el año nuevo y el arrojar cientos de cohetes, cuyo valor supera hasta los trescientos pesos cada uno (o pueden valer incluso más) es algo común a lo largo y ancho del país. Una moda extranjera importada directamente por los chinos, maestros inventores de la pirotecnia, y diseminada por casi todo el mundo desde hace miles de años.

En la actualidad existen dos rituales que bien pueden sintetizar el espíritu con el que se pretende dar cierre al año. El primero de ellos es la fiesta de fin de año del trabajo. Se trata de un evento que es organizado principalmente por los jefes o directivos para fraternizar y enviar los mejores deseos a los compañeros y subalternos; incluso dentro de esos eventos se convocan a aquellos empleados que resultan desagradables entre sí para ese sistema social artificial, en el que los roces, los malos entendidos, el rumor y la envidia se vuelven una constante.
Aunque estas fiestas pueden resultar molestas para algunas personas el desahogo con el que bien pudieran sustentar su presencia dentro de esos eventos se aloja en la capacidad para hacer presencia dentro de las redes sociales digitales. Facebook e Instagram son solo dos de esos espacios donde abundan las fotografías de grandes grupos de comensales que se reúnen para cerrar el año de la oficina con una fiesta realizada dentro de un salón, un jardín e incluso algún bar o disco de moda. Husmeando un poco dentro de esas imágenes todo aparece armonía. Pero al ir profundizando en ellas, lo que figura ser un ambiente de fraternidad y alegría entre propios y extraños en realidad parece convertirse gradualmente en una pose para la foto: las rivalidades y el desencanto se dejan de lado para buscar aparentar bajo una máscara de normalidad la sensación de tener un entorno laboral envidiable para aquellos que contemplan dichas imágenes.
Otra tradición actual en diciembre es el intercambio de fin de año. El hecho de gastar en alguien que no es familiar de uno o el simple acto de pensar en alguien a quien se finge pretender conocer y estimar, deriva en ocasiones en una festividad obligada. Aunque, el acto de recibir y dar un obsequio además se convierte en una forma de mostrar una clase y también es el gancho perfecto para lograr comprometer a otros, para someterlos a no negar un favor en un determinado momento, como bien Pierre Bourdieu ya señalaba en El sentido social del gusto.
Si bien desde las piñatas (objetos importados de Italia dentro de España y posteriormente traídos a México la tras la conquista pero traídos originalmente de la antigua China, mismos objetos que coinciden con las efigies empleadas en Mesoamérica antes de ese proceso colonizador) que representan hoy en día no únicamente los pecados capitales sino que caracterizan figuras de héroes de la cultura popular contemporánea o los rostros de políticos y personajes de los dibujos animados, es posible identificar un cambio constante en la forma de representar los elementos propios de lo mexicano en las consagraciones del fin de año. Sin duda las fiestas y tradiciones de diciembre siguen y seguirán en constante transformación, porque el cambio se encuentra en el mundo mismo y en sus personas. Y tal como comentara Lao Tse en el Tao Te Ching: ‘lo único que permanece es el cambio’.
Fuentes consultadas.
Bourdieu, Pierre (2010). El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la cultura. Siglo XXI Editores. México.
Galeano, Eduardo (2014). Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI Editores. México.
García-Canclini, Nestor (2006). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Paidós. Barcelona.
Tse, Lao (2006). Tao Te Ching. Editorial Colofón. México.
[1] David Cuenca Orozco. Doctorando en Ciencias Políticas y Sociales y Maestro en Comunicación por el Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Profesor de Licenciatura adscrito al Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación dentro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Profesor de Licenciatura dentro de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Coordinador Académico de La Finisterra, centro para la investigación científica de industrias culturales y creativas dentro de la UNAM.
Comentários