El arte de saber morir
- Vidal Guerrero Márquez
- 4 nov 2016
- 5 Min. de lectura
Abstract: Todos morimos, pero decir que todos estamos preparados para morir es muy distinto. ¿Se muere como se vive? tal vez la Filosofía pueda ayudar a encontrar esta respuesta.

“Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. El último acto de su salvaje libertad.” Sirvan estas palabras del periodista Héctor Aguilar Camín sobre tan conocido y reciente suceso para introducir la atención en el tema que se va sospechando desde el título del mismo. “Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, por ende; Sócrates es mortal” nos enseñaban en la clase de Lógica y después vimos a Woddy Allen regarla terriblemente en la formulación de la misma al intentar cortejar a una chica. Todos morimos, de eso no cabe duda y el entimema silogístico se concede per se, pero decir que todos estamos preparados para morir parece ser harina de otro, y muy diferente, costal.
En esta sociedad en la que la violencia resulta el pan nuestro de cada día (para algunos será pan duro, por aquello del susto) la simple idea de entender la muerte y su buena venturanza como un arte que se puede aprender y controlar, resulta casi incomprensible. La posibilidad de que cada quien pueda escoger el contexto de su muerte parece imposible, ¿Por qué? Porque el hombre moderno la entiende así, siempre es a causa, efecto o voluntad de otro, de circunstancias médicas, físicas y fisiológicas o de imprevistos designios del destino. Irónico comprender que nuestra muerte no nos pertenece. Casi ajena, es de todos menos nuestra.
¿Por qué el hombre moderno? Porque sí, porque pareciera que antes, aunque pueda parecer contradictorio, había más libertad sobre esta elección y ya fuera en el coliseo siendo la diversión de escribas y fariseos o dignificando una causa en la Bastilla, el hombre era aún más dueño de su destino que en esta época en que la muerte nos remite a batas azules y olores asépticos, a medicinas y tratamientos… a simple y llana prolongación.
Sócrates -sí, el mismo de líneas más arriba- nos enseñaba en la famosa apología que un hombre bueno, libre y verdadero (enumerando intencionadamente las características que debía cumplir un filósofo) no debía huir de su destino y el beber la cicuta representaba el último acto de libertad que puede permitirse; abonando a la idea, dicen que Cicerón dijo “filosofar es aprender a morir” e incluso Michel de Montaigne tituló de esta manera su obra más reconocida; pero bueno, ¿La Filosofía en verdad puede prepararnos para la muerte? Porque de ser así, ya vamos encaminados a esta idea del bien morir como un arte.
No será difícil conceder validez a la siguiente idea: Se muere como se vive. Se muere con claridad o con atolondramiento. Justo como se vive cada día, a cada suspiro hasta el último estertor. Se muere con sensatez y en cabales o se muere en melancolía y sedado hasta el marasmo. He aquí la idea de este fino arte: me muero dueño de mí e incluso por mis propias manos, o sin coraje ni aplomo, justo como la hoja arrancada de la rama por la tempestad.
Suicidio y eutanasia (tan similares o no, dependiendo de la perspectiva) parecen estar más próximas a ese buen arte del que se habla; y claro está, los puristas y vitalistas no tardarán en ponerse de uñas y rasgarse las vestiduras, las transmutación valórica nietzscheana les pasó de noche y las doctrinas cristianas tan enquistadas en el inconsciente (colectivo y personal) los catapultan a emitir un juicio ya conocido y escuchado. Es como ponerle play a una canción cansado de escuchar.
Se muere como se vive, ya habíamos acordado eso, y de verdad son muy poco quienes están ejercitados y preparados, en vida, para convocar a la muerte y recibirla con beso en la mejilla. Participar de la eutanasia o zorrajarse un balazo en el pecho representa una decisión, un acto volitivo -importantísima palabra- y un acto de rebeldía (el último si lo que se quiere es ser recordado como ese eterno rebelde sin causa marlonbrandiano) pasando por encima cualquier montaña de mediocridad; sólo quien es dueño de su voluntad es capaz de tomar esa determinación. Es la voluntad llevada hasta el último extremo. El definitivo.
Pero bueno, esto pensándonos con el cuerpo listo para dar clases a próximos forenses o con la mente y sensibilidad convertida en un lote baldío; ¿pero dueño de ti? ¿En tus cabales? ¿Puede esto ser meritorio de reconocimiento? ¿Quiroga? ¿Pavese? ¿Plath? ¡Hemingway o Yukio Mishima que lo llevaron a una categoría casi de culto! Hombres plenos que llegaron a un nivel de conciencia superior al de muchos, auténticos coleccionistas (incluso cazadores) de experiencias humanas. ¿Dime tú qué le dirías a Hemingway para que no se suicidara sabiendo todo lo que él vivió y tú no? Todo lo que experimentó y tú no, todo lo que pensó, escribió e hizo y tu no.
Imposible juzgar las razones que los llevaron a su cometido, pensando en la idea de “una muerte elegida” no podría imaginarme prefiriendo un azaroso y abrupto fin. Porque en verdad se puede morir como queramos, como vivimos, como nos de la gana, ejerciendo sin límites la autarquía y la libertad que nos ha sido dotada por la bendición de la razón. Siempre por voluntad propia e incluso en complicidad con tormentos que llevamos por dentro y que convierten la decisión un acto de liberación.
En una antigüedad no muy lejana, el hombre estaba bien dispuesto a la muerte. Desde niño se le hacía ver la fugacidad de la vida. Todo lo que principia termina era el precepto que se aceptaba y bajo cuya égida se vivía. No se le daban tantas vueltas a las cosas. ¿Puede el filosofar ayudar al buen morir? Sí, y es así porque filosofar ayuda al buen vivir; y quien bien vive no teme a la muerte, entiende de principios y fines y por nada intentaría prolongar innecesariamente el pináculo de una vida llevada por los lineamientos de la libertad y la voluntad.
“Uno es el hombre —lo han llamado hombre— que lo ve todo abierto, y calla, y entra." Me encanta esta frase de Jaime Sabines y la recordé justo cuando estaba escribiendo esto… tal vez no la entiendo del todo bien, pero algo me dice que la ponga.
El pleno dominio de uno mismo, de eso se trata este fino arte de bien morir, es aquel áspero vino que reservan para el placer los bravos, frase cuya autoría González de Alba le adjudicaba a Kavafis, siendo en realidad de José Emilio Pacheco.
Morir bien, placer para los bravos… por cierto, Aguilar Camín comienza su escrito con la siguiente cita de Montaigne: “La premeditación de la muerte es la premeditación de la libertad”. Habrá que decir salir con ese vino áspero.
DATA
StartFragmentVidal Guerrero Márquez: Egresado de la licenciatura en Filosofía por la FES Acatlán (UNAM), actualmente es el responsable del área de Publicaciones en el Instituto mexiquense de la Juventud (IMEJ). EndFragment
Imagen: Pintura de Gonzalo García. Título: "Nuestras pérdidas", de la serie Retratos del poder.
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