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La redención del pasado como tarea jurídico-filosófica

  • Sergio Guillermo Valentín
  • 17 oct 2016
  • 7 Min. de lectura

Y entre libros y canciones un día pensé

que tal vez el tiempo se podría detener.

Nacho Vegas



El tiempo mundano se ha instaurado en nuestras formas de vida en una manera tripartita y lineal. Tenemos un pasado por el cual se cree, ya no hay nada qué hacer; un presente que es el ahora y que se difumina constantemente, traducido en un instante que tenemos que disfrutar, gozar, vivir… eternizar; y un futuro, que aún no es y que probablemente no será, o como lo decían los punks españoles de la época franquista: no se ve.


Partiendo de lo anterior y con lo arraigada que tenemos esta concepción, es complicado tener una asimilación del tiempo de una forma distinta. No obstante, en las siguientes líneas me atreveré a decir que el pasado es hoy, y precisamente ante un mundo que se desmorona y que se encuentra ante distintas catástrofes consecutivas, es necesario que el pasado sea hoy.



La memoria y su ausencia


Es conveniente como siempre volver a la prolífera mitología griega, ya que Mnemósine (Mνημοσυνη) es la personificación de la memoria, además de madre (con Zeus) de las nueve musas. Cuenta la historia que los dioses le pidieron a Zeus que creara divinidades capaces de cantar el nuevo orden establecido en el Universo, así pues, disfrazado de pastor, se unió durante nueve noches consecutivas con Mnemosine, hija de Gea y Urano, hermana de Kronos y Okeanos. Se dice que ella “sabe todo lo que ha sido, es y será”; posee el conocimiento de los orígenes y de las raíces, en este sentido, su poder supera cualquiera de los límites imaginables.


Hoy, Mnemósine no está más entre nosotros. Para nadie sería descabellado afirmar que en nuestros tiempos lo que impera es el olvido, es la falta de una memoria, entiéndase en lo individual o en lo colectivo. Tampoco sería decir algo nuevo, pues existe un gran conglomerado de estudiosos (historiadores, filósofos, politólogos, etc.), quienes han hablado, escrito y teorizado sobre esto; sin embargo, es necesario precisar el porqué de la necesidad de esa memoria, el porqué de la necesidad de una consciencia de la historia, el porqué de la urgencia, como ya se ha dicho, de un pasado siempre presente, en lo político, filosófico, jurídico y cultural.


Una historia para la acción


Parafraseando un poco a Nietzsche, es cierto que el hombre que no recuerda nada puede ser el más feliz de todos, y por ello es que envidiamos en una gran medida a ciertos animales que poseen esta característica del no-recuerdo. Por otro lado, es seguro que aquel que pasa recordando toda la o su historia, cargando sobre sus hombros el peso de todos los recuerdos, será el más infeliz de todos debido a un exceso de historia, o lo que podría ser lo mismo: un exceso de pasado.


Así pues, tenemos que resolver determinadas cuestiones que se irán presentando a lo largo de estas líneas: ¿para qué queremos a la historia? ¿para qué queremos un pasado afectando constantemente al presente y condicionando al futuro? Si nos remontamos a la segunda intempestiva nietzscheana, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida, encontramos posturas en torno a una historia que sirva para la acción; es decir, que sirva para la vida. Aquí dejamos de lado la idea de aquel que sabe/conoce de historia como una biblioteca andante, con datos y referencias en sentido histórico, pero que solamente de queda en eso. Nos interesa un conocimiento histórico que vaya de la mano con un compromiso intelectual que, como decía Adolfo Sánchez Vázquez , colabore a mantener, transformar o reivindicar una realidad inmediata.


Si bien, existe aquel dicho “Todo tiempo pasado fue mejor”, hay que tener cuidado de no excedernos del mismo, de no embellecer de más lo que ha sido, pero al mismo tiempo ser conscientes de eso que ha sido y de la forma en la que directa o indirectamente está afectando a nuestra realidad fáctica.


Tal vez lo anterior no nos ayude a encontrarle el sentido a la existencia e historia de la humanidad, pero puede ayudar a encontrarle un sentido a la existencia individual; ese compromiso intelectual podría llevarnos de la mano a encontrar el fundamento y la posibilidad de poder perecer por lo más grande; justamente es a partir de ese conocimiento histórico que podríamos hallar una forma de reivindicar lo que han hecho los grandes hombres de la humanidad, los más congruentes, a quienes no hace falta mencionar por su nombre y apellido, pues nos vienen a la mente de inmediato. Partiendo de lo anterior, podríamos tal vez, encontrar la manera de colocar por encima de la vida misma aquello por lo que vale la pena vivir.



La redención del pasado


La palabra redimir viene del latín redimiré, formada con el prefijo red (hacia atrás) y el verbo emere que es comprar. Así pues, podemos entender el acto de redención como el acto de comprar lo que una vez se ha vendido. En este sentido, recuperar el pasado que hemos dado por perdido.

Walter Benjamin nos dice en su tercera tesis sobre filosofía de la historia que:


El cronista que hace la relación de los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños responde con ello a la verdad de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia. Aunque, por supuesto, sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado. Lo que quiere decir: sólo a la humanidad redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno de sus momentos. Cada uno de sus instantes vividos se convierte en un punto à l’ordre du jour, éste que es precisamente el día del Juicio final.[1]


Es necesario que la humanidad se redima para poder citar al pasado en cada uno de los momentos presentes. Volvamos a la cuestión: ¿para qué queremos al pasado en cada uno de los momentos presentes? Sólo teniendo presente esa fuerza aplastante de lo que ha ocurrido, pero sobre todo cómo ha ocurrido, es como puede resaltarse una conciencia inquebrantable en torno a todas las problemáticas que se suscitan día con día. Se nos ha vendido la idea de que nuestra generación debe luchar y crear un mejor mundo para aquellos que vienen atrás de nosotros, para las próximas generaciones que, necesitan llegar y habitar una realidad, al menos más soportable.


No obstante, partiendo de la idea de un pasado siempre presente, ese mundo mejor que tanto se anhela, no se hace por los que vendrán (quienes realmente no sabremos si sí vendrán), la conquista de una mejor realidad, la lucha constante contra las catástrofes, el posicionase en una postura crítica frente a los vendavales político-económicos que acaban con cualquier rasgo de fuerza mental, y que nos ha conducido a lo que se ha denominado como la era en donde las ideologías han muerto, toda aquella lucha interna y externa, contra la existencia y contra los poderosos que cada día oprimen más, se hace en nombre de los caídos.


Se hace con la bandera por delante que cargaban aquellos que se posicionaron en la misma línea y que por azares del destino y por el infortunio, dejaron inacabada la tarea de modificar la estructura social, aquella que encontramos cada vez más impregnada y cargada de irracionalidad, y aquella tarea inacabada la deberíamos vislumbrar en cada pequeño detalle que acontece, en cada pequeña acción que realizamos e incluso en nuestras omisiones. Esta es la necesidad de un presente cargado de pasado, en pro de su redención y en búsqueda de una consciencia activa, así como de una historia para la acción.


Reflexión jurídica


Al parecer, muchos hemos olvidado cómo es que los derechos de los cuales gozamos hoy, han sido conseguidos. En la historia de la humanidad, ningún derecho ha sido regalado, todo ha sido obtenido gracias a una lucha del pueblo; no está de más recordar aquello que decía el notable jurista alemán Von Ihering en su pequeño libro La lucha por el derecho, si bien se gana el pan con el sudor de la frente, de la misma forma se gana un derecho con la lucha del pueblo. No hay otra opción, el pueblo que no lucha por su derecho, no merece tenerlo.


El problema se presenta ante la falta de memoria, ante la falta de conciencia de cómo es que en la actualidad, por ejemplo, los horarios laborales han sido disminuidos (aunque falta mucho por hacer en materia de seguridad social); cómo es que la mujer pudo acceder al voto, y en general a la vida política; cómo se eliminó la esclavitud; cómo es que se ha colocado a la educación como un derecho y, en este sentido, podríamos hacer un listado de los derechos que hoy tenemos en un catálogo para poder elegir y disponer de ellos en el momento deseado.


El cuestionamiento más grande versa sobre la falta de su funcionamiento, pero ¿dónde surge la falla? Sin duda va de la mano de una ineficiente cultura jurídica para no abogados, pero sobre todo por la falta de conciencia de cómo es que esos derechos han sido puestos en esas disposiciones jurídicas. No se ejercen los derechos porque se cree que han sido regalos de algún alma buena, cuando en realidad ha costado torrentes de sangre y miles de muertes el poder colocarlos ahí.


La lucha por el derecho es la poesía del carácter, sentencia Ihering, y con ello surgen pequeñas conclusiones: es necesario redimir el pasado de quienes han luchado, porque el nacimiento u origen del derecho siempre ha sido mediante una lucha, y esa lucha es férrea para que un derecho se consiga, pero la misma debe continuar y aun con mayor fuerza para que una vez conseguido, se mantenga y se ejerza. Si no tenemos el entendimiento de esto, podremos seguir siendo fieles admiradores de las catástrofes, al igual que el ángel de la historia, "Angelus Novus" del cuadro de Paul Klee, sin poder hacer nada para frenarlas.



[1] Benjamin, Walter. Tesis sobre filosofía de la historia, Traducción de Bolívar Echeverría http://www.bolivare.unam.mx/traducciones/Sobre%20el%20concepto%20de%20historia.pdf


 
 
 

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