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La calle Veracruz; una mirada a los espacios de los seres invisibles (parte I)

  • Adrián Rodríguez Tonche
  • 14 oct 2016
  • 12 Min. de lectura

Abstract: Al poniente de la Ciudad de México en la delegación Cuajimalpa de Morelos, existe la calle Veracruz, que principia desde la Avenida Juárez hasta Avenida Contadero. Sería exhaustivo, pero no imposible, realizar un trabajo etnográfico en el área, por lo que delimité el trabajo de campo sólo a la cuadra que es perpendicular con las calles Ocampo y Castorena.

La vertiginosa carrera de los peatones sobre la calle Veracruz es efímera ante la posibilidad de detenerse. Siendo éstos desplazados del espacio de transito por el comercio informal y la basura urbana. Este hecho nos muestra a la sociedad distraída de los elementos y símbolos que se muestra en ella. El objetivo principal de este texto es mirar a través de la calle el uso del espacio de ésta. Así mismo estudiar las estructuras de convivencia e interacción entre el peatón y los comerciantes, con los espacios de tránsito.




La ciudad vive, es una gran ciudad rodeada y habitada de los más extraños seres, objetos y formas que la construyen día a día. Observar la ciudad y habitar dentro de ella es un gran reto; caminar en ella parece imposible, conducir un auto en el Distrito Federal (ahora Ciudad de México) es un reto más grande aún. Es en esta ciudad, no en otra, donde ahora me encuentro. Cuajimalpa, cuyo significado es: el lugar de las astillas de madera, está ubicada al poniente del Distrito Federal. Así mismo, puedo agregar que mi estancia en esta delegación ha sido corta. Las pequeñas ciudades del sur del país no muestran parecido alguno a las calles del Distrito Federal. Evocar aquí las calles de las ciudades del sur no es ahora importante, pero sí es importante hacer una comparación de los espacios entre las calles del sur del país y las calles del Distrito Federal. La megalópolis es, por más que no se quiera reconocer, un caos. Encontramos dentro de las calles que los espacios de tránsito se distribuyen de manera aleatoria; entre el peatón, basura urbana, indigentes, comerciantes y obstáculos de todo tipo. No obstante, en una pequeña ciudad y pongo como ejemplo las ciudades del sur del Estado de Veracruz, aquello de los espacios de tránsito no es siquiera percibido como un caos; ni el espacio, ni el tiempo es fundamental. Puesto que las calles están sin ninguno de los actores mencionados antes, a excepción del peatón.

I. La calle como espacio de supervivencia


Escribir sobre las calles de la Ciudad de México en el siglo XXI constituye un arduo trabajo para quien se lo proponga. El objetivo principal de este texto es mirar a través de la calle el uso del espacio de esta. Así mismo, estudiar las estructuras de convivencia e interacción entre el peatón y los comerciantes junto con los espacios de tránsito. La calle se ha presentado como un reto para quien la habita, puesto que las acciones de los actores (comerciante – peatón) son siempre diversas dentro de ella. Hay en la calle los más peligrosos riesgos, como el mismo acto espontáneo de tropezar y caer o ser arrollado por un automóvil. Los cambios en las acciones de los diferentes actores dentro de la calle, llevan a hacernos una pregunta para comprenderlos. Esta pregunta se fija de la siguiente manera: ¿Cómo se construyen las relaciones entre el peatón y el comerciante, en una perspectiva de cambios de espacio, los obstáculos urbanos y las interacciones con estos? Por un lado, la mirada a los espacios de tránsito refleja a la ciudad misma y su relación con los que la habitan. “Pero la ciudad no es solo un espacio físico, sino un espacio habitado, vivido y con significado; la vida de la ciudad es vida humana” [1]. Es en este punto donde la calle muestra vida; una vida invisible y soslayada frente a los ojos de la multitud. Es una metáfora el enunciar una mirada hacia los seres invisibles. Pero es aquí donde pretendo mostrar que, en una ciudad como el Distrito Federal, existe no solo una relación indirecta con los espacios, sino que también éstos están habitados. La supervivencia en la calle no es una situación Darwiniana, donde sobrevive el más fuerte; esa depende del uso y del cambio de los espacios intrínsecos en ella. Así mismo presenta diferentes obstáculos de los cuales el tejido social actual presenta: la relación entre lo público y lo privado, el poder de dominación, el sistema de leyes normativo que regulan los espacios, así como las cuestiones de poder derivadas tanto del Estado y actualmente de asociaciones criminales.


Así pues, la demanda de los espacios de tránsito está siempre en constante movimiento. La utilidad que en ello se genera es siempre una apertura para que, en el momento que sea, está presente un cambio entre el comerciante y el peatón. Intervenir en la calle día a día es un reto difícil para el comerciante. Ahora bien, en el Distrito Federal el reto es exponencial y la causa que genera es la supervivencia.



II. Los personajes


Mientras los minutos pasaban en el lugar, muy de mañana aún, bajo los primeros rayos de sol, la humedad de la calle se presentaba suave cuyo reflejo hacía de esta un sitio apacible y tranquilo. Me había propuesto caminar con una mirada única, cuya esperanza era encontrar las cosas sutiles y al mismo tiempo, aquello que las miradas distraídas no distinguen por más cerca que se encuentren. El hecho ocurrió en la calle Veracruz en la delegación Cuajimalpa al poniente del Distrito Federal, en México; durante los meses de octubre y noviembre del año 2014. La calle Veracruz cuya fama es llamarse a sí misma Veracruz, no alberga grandes compositores como Agustín Lara, tampoco es heroica, ni mucho menos Puerto. Es una de las principales calles de la delegación Cuajimalpa ubicada en el centro de esta. Estoy en el cruce de la calle Ocampo y Veracruz en las primeras horas de la mañana. Los automóviles se mueven de forma vertiginosa sobre la pendiente que baja en la calle Veracruz. Las primeras señoras que venden café, atole, pan dulce y tamales se colocan en el cruce peatonal sobre la esquina de la calle Ocampo y bajan de sus pequeños diablitos [2] el material necesario para empezar la venta. Las primeras personas se empiezan a ver sobre las calles; los motores detenidos de los autobuses se escuchan impacientes, los choferes gritan desde la ventanilla para pedir un atole y una guajolota.[3] Los primeros pasajeros cuyos rostros reflejan el cansancio, abordan las diferentes rutas para ir a su destino. Las cortinas del mercado se abren sonando de forma estrepitosa. La calle está vacía y cada sonido es escuchado con eco sonoro. El grito de Eduardo es la única voz en la calle que es diferente a los susurros y bostezos que se escuchan. Un sonido de voces lejanas y motores de automóviles se oyen más allá del cruce Ocampo. El “Muégano” como conocen a Eduardo, se divierte con la conversación efímera que sostiene con el chofer mientras invita a abordar el autobús detenido. Eduardo lleva consigo una pequeña libreta de no más de cincuenta hojas engargolada en la parte superior, detrás de la oreja un cigarro y entre su mano derecha, un lapicero. Él trabaja como checador de ruta. El Muégano anota sobre su pequeña libreta los minutos de las rutas que lleva asignadas.


Al pasar las primeras horas de la mañana, la calle Veracruz se llena de peatones apresurados y vagabundos que toman la acera como el mejor lugar para dormir; de automóviles particulares y del transporte público como autobuses, taxis y combis. Madres e hijos corren sobre la acera para alcanzar el autobús que marcha lento sobre la calle; una señora alza el brazo y lo estira tanto como si su vida dependiera de ello, entonces el autobús se detiene y aborda con su pequeño hijo. Las personas caminan con acelerado paso y esto es un eufemismo ante tal acto de desesperación. Se escucha la voz de un hombre sobre la calle, ahora el Muégano, no es el único que grita sobre ella. La invitación de abordar el autobús proviene de una voz diferente. Es Federico el “Ruco” o “Bu-bu-lubu” como se le conoce entre los comerciantes; es el de mayor edad, setenta y cinco años, su voz es más débil sobre la calle; entre las manos sostiene una pequeña bolsa de chocolates y de un momento a otro aborda el autobús. El Muégano le saluda cuando advierte su presencia, el Ruco alza la mano y le saluda. Más allá del cruce Ocampo y Veracruz se encuentra el “Panda” un joven vendedor de periódicos con uniforme rojo y una gorra sobre su cabeza del mismo color. Muestra una sonrisa mientras charla con un chofer de autobús; aborda para entregar un ejemplar y baja despidiéndose. Lleva consigo una pequeña bolsa donde guarda los periódicos. De un momento a otro, grita sobre la calle ¡El metro! ¡El metro! ¡Lleve el Metro![4] La mirada del Ruco advierte la presencia de uno más allá, es “Aguigol”, comerciante al igual que el Ruco e hijo de este. La calle Veracruz ha perdido la tranquilidad de las primeras horas. Las aceras se han llenado de peatones y los automóviles han aumentado. Ahora hay una polifonía de voces y de cláxones sobre la calle. En un momento llega un comerciante más, es Arturo el “Paletas”, como le conocen sus compañeros.


III. El espacio de encuentro, los obstáculos urbanos y el peatón


Las horas transcurren y la actividad de los comerciantes es ardua; la calle se ha llenado de personas, de obstáculos y de automóviles. Una hielera aparece frente a la zapatería “Elite”, dentro de esta hay paletas congeladas de diversos sabores. El Ruco deja la calle y se dirige a la zapatería donde se coloca a vender paletas. Arturo toma una pequeña hielera y sube a los autobuses donde anteriormente el Ruco vendía chocolates. Hay que hacer notar que el espacio entre los comerciantes está en constante cambio, la llegada de un nuevo comerciante implica un cambio de posición en la calle. A los comerciantes que trabajan en la calle me dice Aguigol, se le conocen como vendedores de línea de autobús y quienes se mantienen en la acera, como vendedores de piso. Es común llamar a las personas que se establecen en la calle como: vendedores ambulantes. Pero dentro del sistema de vendedores, ellos se distinguen como comerciantes de piso y de línea. El Ruco se encuentra frente a la zapatería “Elite” cuyo lugar ahora se vuelve el espacio de encuentro de los comerciantes. En la entrada de la zapatería están dos jóvenes que son conocidos por los comerciantes como el “Chong” y el “Jhovas”, éstos venden Cd´s y Dvd´s piratas.[5] Una pequeña caja de madera sobre un pequeño espacio dentro de la zapatería es donde colocan su mercancía. “Aquí no le estorbo a nadie” me dice Chong cuando le realizo algunas preguntas. “Ahora en la calle es bien difícil vender por estas pinches macetotas[6]” dice el Ruco.


En particular los obstáculos urbanos en la calle Veracruz son factor importante para la tarea del comerciante de piso ya que estos obstáculos ocupan mucho espacio en la acera donde venden. Con respecto a los obstáculos, el peatón encuentra la necesidad de caminar por la calle ya que el espacio de tránsito peatonal se encuentra congestionado la mayoría de las veces. El uso del espacio de tránsito se encuentra limitado por los peatones, comerciantes y las grandes macetas, todo esto forma un laberinto. El caminar sobre la acera es lento, se camina en fila por ella, un saludo ocasional detiene el movimiento y empieza la desesperación del peatón. El espacio de la acera no es adecuado para una persona en silla de ruedas puesto que es imposible para una persona en estas condiciones moverse a través de ella. Sobre las grandes macetas que obstruyen la acera, se colocan vendedores de frutas y verduras, ellos usan las macetas como una herramienta a favor para su trabajo de vendedores; pues colocan pequeñas tablas de madera entre una maceta a otra como si fuese un pequeño exhibidor. Entre los espacios de una maceta a otra se coloca Jorge el “Bolas”, cuyo trabajo es de bolero[7]. Saluda al Ruco, al Paletas, a Chong y Jhovas mientras baja de su diablito una mochila y dos bolsas. El espacio de la acera donde él se coloca es el más reducido ya que no son más de dos metros. Una pequeña silla y su caja para asistir la No termina de colocar sus herramientas cuando un peatón le pide limpieza de calzado. El espacio frente a la zapatería sobre la calle Veracruz alberga a los comerciantes; es el punto de encuentro para saber quién llegó a la calle y quien no llegó. Es donde se desarrolla una parte del día a día de los comerciantes.


Habitar la calle representa un comportamiento dentro de ella, una forma de ser del otro, estar en un espacio como la calle es relacionarse con el espacio mismo. Tal como es el caso que nos cita el antropólogo Roberto Zirión.


El habitar puede entenderse como una respuesta adaptiva recíproca, como un diálogo o una retroalimentación entre el hombre y su entorno; el habitar implica una plasticidad mutua. Es decir, la relación entre el hombre y espacio es bilateral; puede entenderse como un ir y venir, un constante vaivén de influencias, condicionantes y determinantes.[8]


En el caso del comerciante este mantiene ese dialogo con el espacio; es en ese dialogo donde el espacio (su entorno) entra en juego con él. Sobre la calle Veracruz, una valla metálica divide los espacios de tránsito; esta valla además de las macetas, es otro gran obstáculo en la calle ya que no permite el libre tránsito del peatón sobre la acera. “Esta valla está bien, le da seguridad a la gente” dice el Muégano. “Esta madre nomás estorba”, le contesta el Ruco. El espacio de los vendedores de línea es la calle, ellos se mantienen bajo la acera. “Cada quien tiene su lugar; ni yo paꞌ allá ni ellos paꞌ cá”, dice el Ruco haciendo referencia a los vendedores de piso.


Sobre la calle el riesgo es constante. La aglomeración de la gente sobre la acera hace que los peatones caminen por la calle. Un descuido por parte de los comerciantes y el choque con el peatón es inminente. “Esta nos tocó vivir joven”, dice el Aguigol y camina apresuradamente a la puerta del autobús para abordarlo. “No hay de otra y a chingarle”; dice el Ruco mientras fuma un cigarro.


IV. El dicho: la cultura en la calle

Otro de los puntos importantes en este estudio son las distintas formas en las cuales se dan las relaciones sociales entre los diferentes actores, cabe mencionar que éstos pueden entenderse como una comunidad; al referirme a “comunidad” puede entenderse como personas que comparten algo en común. Los comerciantes de la calle comparten el mismo fin, que es vender tanto en la acera como en los autobuses. La coordinación adecuada de los movimientos para abordar cada autobús es apalabrada. Uno sube mientras el otro espera. “Nosotros tenemos una concesión con la ruta urbana de las diferentes líneas” me comenta Aguigol. Durante algunas horas el Paletas ocupa un lugar en el espacio de los vendedores de línea, lleva consigo una pequeña hielera donde guarda paletas congeladas. “Está bien culero[9] el día, hoy si voy a tardar en acabar” dice mientras señala una hielera mucho más grande que está sobre el suelo con aproximadamente doscientas paletas. Al frente de la zapatería se encuentra el Ruco, la nueva tarea del Ruco es vender las paletas dentro de la hielera que Arturo colocó en el suelo. “Ahora soy de piso joven, aquí me gano otra feria [10]; ahora me vine para acá un rato, paꞌ chingarle a las paletas”, me dice el Ruco.


V. Días de lluvia; hay veces que el pato nada, hay veces que ni agua bebe

Los días de lluvia son malos para la venta, los comerciantes saben que la gente no sale de sus casas, esto implica que tanto las calles como los autobuses estén vacíos. La calle Veracruz se mantiene por momentos quieta; los peatones se han detenido bajo los pequeños claros de los techos para cubrirse de la lluvia. La lluvia es fuerte, el olor a humedad se impregna en la calle. Frente a la zapatería las cortinas promocionales se bajan para cubrir las vitrinas de exhibición. Los comerciantes de piso que ocupan las grandes macetas se cubren con paraguas y la mercancía es cubierta con bolsas de plástico. El ambiente parece distinto ahora; personas con paraguas corren al claro más cercano para cubrirse de la lluvia. El Ruco se mantiene frente a la zapatería para cubrirse de la lluvia mientras grita ¡Paletas, compré sus paletas! “Hoy esta de la chingada el día, ya me voy” dice el Paletas, mientras cierra la hielera grande que está sobre el suelo. El Paletas sube a su auto y se marcha. El Ruco regresa a la calle con su bolsa de chocolates para seguir abordando autobuses.



[1] Zirión Pérez Antonio, La construcción del habitar Transformación del espacio y cultura albañil en la ciudad de México a principios del siglo XXI (México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2013). P.16


[2]Instrumento de carga que es utilizado para llevar objetos de mayor peso, muy común en comerciantes de comida en la Ciudad de México.

[3] Se le conoce así a una torta de tamal, elaborada con pan bolillo y un tamal de elote dentro de este.


[4] Periódico de circulación matutina de la Ciudad de México.


[5] “El comercio de CD y DVD piratas se ha convertido en una opción atractiva para los vendedores en los mercados y calles de México. Sin embargo, la piratería está cambiando los productos disponibles y su cultura material” G. Aguilar José Carlos Nuevas ilegalidades en el orden global. Piratería y la escenificación del estado de derecho en México (Foro Internacional, n. 196, 2009).


[6] Macetas de gran tamaño colocadas como adorno en el espacio de tránsito peatonal (acera). Para los comerciantes estas macetas representan una forma de represión por parte del jefe delegacional para no vender sus mercancías (véase fotografías en el apéndice).


[7] Bolero: conocido comúnmente a la persona que trabaja el oficio de aseador de calzado.


[8] Zirión, La construcción del habitar, p. 18-19.


[9] Culero: palabra utilizada para asignar a algo como feo, desagradable o malo.

[10] Feria: sinónimo popular como se le conoce al dinero.



Adrián Rodríguez Tonche, Coatzacoalcos Veracruz 15 de julio de 1990. Estudiante de la licenciatura en Humanidades en la UAM Cuajimalpa. En 2014 recibió la primera mención honorífica en el concurso de poesía de la ciudad de Coatzacoalcos con la obra Astilleros. Durante los años 2010-2015 ha participado en diversas publicaciones de antologías poéticas así como en lecturas de poesía en el sur del estado de Veracruz y la Ciudad de México. Ha colaborado para diversas revistas digitales como A Buen Puerto, Minificción, Hologramma, Revista La Otra, Revista Raíces, Entreverando, Revista Revarena, Revista Monolito. Actualmente es colaborador de la revista digital Contratiempo Revista.


Fotografía por Ximena Mendoza Calderón.


 
 
 

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