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La feria de San Miguel

  • Tarambana Castro
  • 12 oct 2016
  • 7 Min. de lectura

Abstract: Cumplir el encargo de tu mamá, ganarle dinero a los gitanos, cortar a tu amiga que se cree tu novia e invitar a salir a quien siempre te ha gustado, son algunas de las cosas que deben pasar para poder narrar una tarde en la feria de San Miguel Arcángel. La celebración del santo patrono de la colonia San Miguel Chapultepec resulta en un evento bullicioso y folklórico, en donde las pequeñas historias de quienes la habitan ayudan a conformar la memoria e identidad de esta fiesta.

-¡Cinco! Avanzas cinco espacios. ¡Uy! Ve namás lo cerca que estás, te faltan cuatro espacios para llegar a la meta.

Saca un fajo de billetes de debajo de la mesa.

-Todo esto te lo vas a llevar si tiras un cuatro exacto, acuérdate de darme a mí una parte, eh. Entre los dos nos llevamos el dinero del patrón. Pero a ver, obvio le vas a seguir jugando ¿no?

Me quedan sólo $50 pesos en la bolsa. Me quedaría sin dinero, pero estoy muy cerca de ganar ese bonche de billetes. Fácil son como 2 mil pesos.

-Juega, sigo.

Guarda el fajo de billetes debajo de la mesa.

-¡Eso, campeón! Traes toda la actitud, algo en ti me dice que vas a ganar, lo siento, lo puedo sentir. Pon tu dinero en la mesa y sóplale a tus dados… Eso… un cuatro, un cuatro, un cuatro… ¡No! ¡un cinco!

Mi ficha llega a la meta pero luego se va un cuadrito para atrás, me explica que tenía que caer cuatro exacto o el sobrante son los pasos que se regresa la ficha.

-Te juro estás a nada, ve namás lo cerca que estás, te falta uno para llegar a la meta.

Saca un fajo de billetes de debajo de la mesa.

-Todo esto te lo vas a llevar si tiras un uno exacto, acuérdate de darme a mí una parte, eh. Entre los dos nos llevamos el dinero del patrón. Recuerda que ahora como jugaste $50 pesos tu apuesta se debe doblar a $100, pero obvio le vas a seguir entrando, ¿no? No te vas a quedar en la orilla.

Ya no traigo lana pero recuerdo que tengo $200 ahorrados en mi alcancía de los Pumas.

-Oiga, ya no traigo pero lo puedo conseguir, vivo a cinco minutos de aquí, ¿me aguanta mi juego? Por favor, en verdad no tardo nada, voy y vengo, se lo prometo, mire…

-Tranquilo, amigo, estás tan cerca de hacer ganar a los dos que no voy a dejar ir este juego, ve por el dinero y vuelve, aquí te espero, nadie más va a participar hasta que tú ganes.

Voy corriendo a mi casa. Entro y atravieso la cocina a toda velocidad.

-¿Y el pan que te pedí?

-Aguanta, mamá, ¡estoy a punto de ser rico!

-¡Tarambana! ¡Hijo de tu repinpina madre que soy yo! ¿Te gastaste el dinero? ¿No estarás jugando con los gitanos, verdad? ¡Ellos nada más te roban y nunca ganas algo!, ¡tráeme mi pan dulce de la feria!

Salgo corriendo y vuelvo con el gitano.

Maldito, hijo de perra, me bajó 350 pesos y ahora no me va a alcanzar más que para dos piezas de pan de nata con piña. Mejor me apuro antes de encontrar alguna otra tarugada en lo que me lo pueda gastar.

Cuando la feria de San Miguel Arcángel se instala, toda la colonia enloquece. La calle principal se cierra y se instalan en ella juegos mecánicos, puestos de comida y juegos de mesa. Desconozco cuándo es el día de San Miguel, pero el evento siempre está la última semana de septiembre.

A mi familia nunca le gustó este desmadre y para conocerla tuve que esperar a tener edad suficiente como para ir por mi cuenta. Aunque la verbena funciona en un horario de mediodía a medianoche, siempre conviene ir cuando el sol se oculta. Ahí es cuando se pueden observar todos los foquitos de colores de los carritos chocones, las luces neón de la rueda de la fortuna, el brillo de la cobertura glaseada de los panes y la flama del carrito de camotes. Es sentirte en la fiesta patronal de cualquier pueblo pequeño, te olvidas que estás entre Polanco, la Condesa y Tacubaya, en una de las zonas más conflictivas de la Ciudad de México.

Desde hace algunos años, los métodos anticonceptivos han sido ignorados en la colonia y la densidad de gente que asiste a la fiesta creció notablemente. Para atravesarla de norte a sur es necesario no ser claustrofóbico y contar con la paciencia adquirida y trabajada dentro de cualquier estación del metro en hora pico.

Los ríos de gente son de uno en uno, en filita sorteas los puestos y contribuyes al milagro de evitar muertes por el atropellamiento del bendito barco mecánico que se mece de izquierda a derecha. Veo pasar a Meme, el tecladista de Café Tacvba, acompañado de su esposa y su bebé-carreola. ¡Qué valiente meterte a este mar de gente con el vehículo de tu cría humana!

-¡Tarambana!, ¡Tarambana!, ¿a dónde vas?, ¡espérame!

-¡Ay, Julieta! Perdón no te había visto…

-¡Te mandé mensaje a tu celular, taradito! Ven, subámonos al ‘gusano rápido’.

(Sí, el trenecito que va rápido se llama “El gusano rápido”)

-No traigo más que $50 y me encargó el pan mi mamá, neta no puedo.

A Julieta la conocí un día afuera de La Moira, la casa más embrujada de toda la colonia. Yo estaba intentando ver por una ventana hacia el interior de ésta cuando ella pasó y me preguntó qué hacía. A partir de ahí siempre se despedía de mí con un beso en la boca, a mí no me desagradaba pues sus labios eran delgados y suaves, parecía que siempre los traía con lipstick.

Tenía el cabello chino obscuro, unos ojos negros saltones y un cuerpo bastante bien desarrollado. Tal vez por esto último fue que me fijé en ella. No era mi tipo, su forma boba de ser me desesperaba y la aparente inexistencia de sus cejas me perturbaba, pero por desgracia ella vivía en mi calle, nos separaban tan sólo unas casas. Ella habitaba junto al doctor, José Narro Robles y yo frente a la galería de arte Kurimanzuto.

La pura verdad a mí me gustaba una de las ‘gemelas del barrio’. Así llamaban a unas gemelas rubias y de facciones finas, las cuales eran hijas de unos rusos que por la cercanía a la embajada de su país, habían hecho vida en la colonia. Esta chica tenía la nariz respingada, los ojos miel y las caderas bastante marcadas. Siempre que pasaba junto a mí en la calle me sonreía pero jamás tuve el coraje de hablarle.

La gemela vivía en una de las tantas vecindades que hay en el lugar, particularmente junto a la famosa Casa de los Perros (la llaman así porque tiene cuatro cabezas de perros sobre el balcón), la cual de no haber sido porque la rescató la Universidad Autónoma Metropolitana hubiera desaparecido.

Me quedan 20 pesos, estúpido gusanito rápido. Julieta me presenta con unas amigas suyas como su novio, la verdad me da un poco de pena pero por fin tengo una salida a toda esta horrible situación.

-…de verdad vamos muy rápido y quiero pensar mejor las cosas.

-Estás enojado por tu pan de nata, no estás pensando lo que dices.

-El pan de nata siempre me ha valido madres, de verdad perdón, vamos a tomarnos un tiempo.

-¿Siempre te ha valido madres?, ¿no que por el no te querías subir al ‘gusanito’?

(De verdad odio más al pinche ‘gusanito’)

-Mira, déjame ir a ver si tienen un pan más barato, voy a mi casa y mañana hablamos.

Julieta me da un último beso y se pierde entre el río de gente. Una señora que escuchó toda la discusión me ve con cara de desaprobación pero por fortuna me doy cuenta que vende pan dulce. Todo me lo da arriba del valor de mi billete restante y por más súplica de mi parte, ella no cede a un descuento.

Ya valí madres, ir por el pan era mi pretexto para andar de ocioso por la feria, llegar sin él a mi casa dejaría muy expuesto mi alma de vago y por tanto vendría una buena regañada de mi mamá.

Me recargo en la pared de una casa de estilo porfiriano, como ésta hay muchas en la colonia. Son como el recuerdo de que alguna vez la zona fue el área de descanso de gran parte de la aristocracia de aquella época.

-¿Ya vienes para acá?

-Es que no alcancé pan, se terminó antes de que llegara por él.

-No te creo nada pero no te preocupes, tu hermana trajo unas conchas de su chamba, ya vente para cenar.

Cuelgo mi celular.

Tengo una sensación de derrota, un gitano me robó 350 pesos, no pude comprar el susodicho pan de dulce, dejé a lo que creo era mi novia y por la cantidad de gente no pude disfrutar nada la feria. Mejor me voy de regreso a casa por otras calles, así me evito el gentío.

Alcanzo a ver a lo lejos, casi en la otra esquina, a una pareja discutiendo. Gritan y se alcanzan a empujar. Él le da una bolsa a ella y se marcha. ¡Es la gemela! Cuando me acerco noto su cara de consternación. Se llama Ana y me ofrece su bolsa…¡llena de pan dulce!

-Ya está bajando la niebla del bosque y aquí está muy solo. Tengo 20 pesos, ¿tienes $10?

-Sí…

-Vamos a la feria, conozco el mejor juego del mundo, se llama “El gusano rápido” y te va a poner de buenas, te lo aseguro.

Ana me acompaña de vuelta a la feria de San Miguel Arcángel, no me platica mucho pero tiene ganas de distraerse. Mi mamá entendió perfecto cuando le marqué y le dije:

-Perdón, mamá, voy a llegar tarde a cenar, la neblina que viene del Bosque de Chapultepec le está dando un toque místico a la zona y sabes que me aterra caminar así por las calles. Voy a atravesar otra vez la feria para volver a casa.

-¿Otra vez? Ya te gustó mucho el desmadre.

-Es que cada vez que paso es como si estuviera en un pueblo mágico.

-Ay, cálmate, Tarambana; es sólo la San Miguel Chapultepec.

Llego a la entrada del juego mecánico, le brillan más fuerte los focos de la entrada, tal vez sea eso o hay menos gente.

-¿Te sientas junto a mí, no?

Ya sé porque todo me parece que brilla más fuerte.

Tarambana Castro (Ciudad de México, 5 de noviembre de 1989.): Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México, su única especialización es la vagancia por la Ciudad y a pesar de haber ocupado varios trabajos como lo son: actor en Televisa, mesero en la Condesa, reclutador de talentos en una ONG; ninguno le ha enriquecido tanto como el de ser profesor de literatura en una casa de cultura. Actualmente edita y publica sus textos en el blog Bullaranga.


Fotografía por el autor.

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