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Trump y Peña Nieto: la decadencia de un régimen decadente

  • Diego Bautista Páez
  • 2 sept 2016
  • 5 Min. de lectura

La visita que Donald Jhon Trump, candidato electo por el Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos para las próximas elecciones del 8 de noviembre, realizó en la residencia presidencial, Los Pinos, puso de manifestó la geometría política entre ambos países. El también fundador de la empresa de apuestas y casinos, Trump Entertainment Resorts pisó territorio mexicano porque Enrique Peña Nieto se lo pidió tanto a él como a la candidata demócrata Hillary Diane Rodham Clinton.



La intempestiva visita –fuera de todo protocolo institucional y mientras la opinión pública aún se encuentra consternada por el plagio que EPN realizó en su tesis para obtener el grado de licenciado en derecho, sin castigo a la vista– es prueba fehaciente del desgaste acelerado del régimen durante el mandato caótico de EPN y “el nuevo PRI”.


La estadía de poco más de dos horas de Trump en México fue reveladora en varias dimensiones tanto de la política exterior como interna de ambos países. En primer lugar, la palpable condescendencia y servidumbre voluntaria que mostró el máximo representante nacional hacia el candidato estadounidense (segundo en todas las encuestas); formas con las que Peña Nieto trató a su invitado después de que éste lanzara en su dilatada campaña electoral, calificativos de “ladrones”, “estafadores” y “violadores” hacia los mexicanos.



“Malinterpretaciones” llamó EPN a las arengas racistas que Trump utiliza para construir culpables y así ganar la simpatía y voto de los sectores medios estadounidenses empobrecidos por la crisis –sobre todo blancos, de edad avanzada y residentes de las regiones industriales desmanteladas–, además del sufragio conservador y racista que cuenta con antiguos miembros del Ku Klux Klan, la National Rifle Association y creacionistas antidarwinianos entre sus incondicionales.


En su intervención Trump dijo conocer a los “mexicoamericanos” no tanto como conciudadanos sino por ser sus empleados. Dicha aproximación no dista mucho del papel que han tenido las últimas generaciones de políticos instalados en Los Pinos, respecto a sus pares norteños y los lobbies empresariales que representan (ahora petroleros, y desde antes armamentísticos, automotrices, agroindustriales y manufactureros por mencionar algunos).


Relación acentuada a raíz del financiamiento para la cooperación en materia de seguridad regional, Iniciativa Mérida firmada por George Bush y Felipe Calderón en 2008; y la “Guerra contra el narcotráfico” en su versión mexicana –“la original” fue instaurada por los gobiernos de Nixon y Reagan para contener el descontento, juvenil, feminista, afro estadounidense y latino durante la década del setenta –, que desde 2006 ahoga con sangre al territorio nacional con más de cien mil asesinados, miles de desaparecidos y decenas de miles de desplazados (que en muchas ocasiones tienen como único punto de huida la migración hacia EUA).



Otro de los puntos en común de la conferencia, fueron las preocupaciones por la seguridad fronteriza y el trasiego de drogas. Como bien informó un avezado en el tema, Joaquín “Chapo” Guzmán, en su más reciente detención, el multimillonario negocio de la droga, que tiene en EUA su gran mercado, implica una infraestructura logística y de transportación trasnacional que supera con creces la frontera terrestre entre ambos países.


Ante los números y volumen que manejan los cárteles, resulta muy difícil pensar que las autoridades tanto mexicanas como estadounidenses –quienes cuentan con la mayor cantidad de personal de sus agencias de seguridad en territorio mexicano como en ningún otro momento de la historia– no conocen las rutas y avalan el trasiego de estas mercancías propias del capitalismo criminal que se ha configurado en los últimos años. Las imputaciones penales a exgobernadores priistas como Andrés Granier y Mario Villanueva Madrid, o al prófugo de Tamaulipas, Tomas Yarrington, así lo avalan.


Es así que la respuesta al famoso muro que Trump quiere construir en los 3, 185 km de la frontera México- EUA, no debe buscarse en la retórica de la seguridad y el combate al narcotráfico, sino en otro tema de su speech en Los Pinos. Buena parte de su corta intervención estuvo dirigida a las condiciones de trabajo que prevalecen en ambos países: hard working people, mexicanos, quienes son un engrane vital para poner a funcionar la economía estadounidense.



Por supuesto que Trump quiere que los migrantes mexicanos sigan siendo sus empleados, aunque bajo peores condiciones que no son admitidas bajo ningún contrato legal en EUA, sino a la sombra del trabajo ilegal. A mayor dificultad para ingresar y permanecer por parte de los migrantes sin papeles, podrán contratarse en peores condiciones y desecharse con la misma facilidad. Así lo sugiere que pocas horas después de su paso por México, Trump presentase su plataforma migratoria en Arizona uno de los estados insignia en las leyes de criminalización y persecución de los migrantes indocumentados.


La criminalización de la mano de obra mexicana es necesaria para mantener los costos competitivos frente a China –no dejar que la industria se vaya del hemisferio dijo el candidato republicano–, y poder ofrecer los pocos puestos de trabajo estable a, algunos, americanos blancos. El muro de Trump es una conveniente ecuación de racialización y criminalización de la clase trabajadora de origen latinoamericano, a partir de medidas xenofóbicas y seguritarias.


Estos cambios requieren, en palabras de ambos mandatarios, una adecuación de su marco de acción económica, es decir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés), el cual después de 22 años de vida merece “algunos ajustes” de acuerdo a la nueva realidad regional. Ese es el plan de fondo, son detalles para otra reunión si el muro sería construido por las empresas mercenarias de seguridad privada estadounidense, tipo Blackwater, o por las corruptas constructoras de la Casa Blanca y demás residencias del gabinete presidencial mexicano, como HIGA.


Durante la conferencia, la relación inequitativa no sólo fue un sentir generalizado sino que se expresó en aspectos concretos como el destinatario y respuestas de las pocas preguntas que la prensa pudo formular. Estampa exacta del momento que atraviesan las relaciones bilaterales. La invitación al altisonante candidato también fue una fuga –desesperada– del priismo para quedar bien con su socio mayoritario, apuesta que lejos de adelantarlo en la carrera hacia las elecciones de 2018, en 25 minutos, terminó por dar duros reveses a algunos de los pilares que le aseguraron el poder autoritario en el pasado: el presidencialismo mexicano, la auto asumida política exterior neutral y la retórica nacionalista frente a la intromisión extranjera.


La reunión Trump-Peña Nieto ya se está instalando, por méritos propios, como uno de los episodios más bochornosos y decadentes dentro de la crisis que vive el país, la más grave de su historia reciente. El “America togehter, amigo” pronunciado por Trump en el corazón de México, no es más que un ladrillo mediático en la arquitectura de un régimen que construye muros de xenofobia, odio, explotación, guerra y muerte. Nos toca a nosotros –la gente común de EUA y México– decidir si los seguimos cimentado o lo hacemos caer.

 
 
 

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