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González Martínez; el devenir del cisne al búho

  • Viviana Gutiérrez
  • 21 ago 2016
  • 6 Min. de lectura

Abstract: A través de un breve recorrido biográfico entorno a la figura del poeta Enrique González Martínez, el presente trabajo explora algunos de los aspectos más destacados que sirvieron como parteaguas de una nueva actitud crítica impulsada dentro del ámbito literario. Desenmascaró la figura modernista del cisne, evidenciando la superficialidad en que había incurrido el movimiento estético representado principalmente por Rubén Darío. Fue a partir de esta ruptura, y la renovación de su propia obra poética, que González Martínez trazó una nueva senda, con el búho como guía, en la que se reconciliaron diversos aspectos de la cultura mexicana.



Nunca supe quién soy, y no sé nada

del principio y el fin de mi jornada.

Yo sólo sé que en la llanura incierta

de mi peregrinar, llegué a tu puerta;

que mi cansancio pide tu hospedaje,

y que a la aurora seguiré mi viaje.

Destino, patria, nombre…

¿No te basta saber que soy un hombre?[1]

En vano se ha intentado circunscribir la obra del poeta mexicano Enrique González Martínez a los movimientos literarios de finales del siglo XIX y principios del XX. La época en que desarrolló su actividad creativa le permitió adoptar una perspectiva dinámica, pues fue testigo del auge de la corriente modernista liderada por Rubén Darío y, en 1911, en su libro Los Senderos Ocultos, el mismo González Martínez denunció el anquilosamiento de esta corriente, posibilitando así la aceptación de las nacientes propuestas literarias de corte vanguardista.

Jalisciense nacido en el año de 1871, desde muy joven mostró una inclinación hacia las letras. De su madre, doña Feliciana Martínez, heredó la vivacidad de un espíritu sensible atraído por el mundo de los libros; mientras que de su padre, don José María González, adquirió una rigurosidad en el cuidado de los detalles para realizar cualquier actividad de manera clara y distinta. Bajo la influencia de estas dos personalidades, estudió medicina y, al mismo tiempo, se dedicó a cultivar la actividad poética mediante la traducción y creación de versos que publicaba en los periódicos del momento. Aún después de concluir sus estudios y graduarse como médico, cirujano y partero, no abandonó sus inclinaciones literarias.

Las primeras creaciones poéticas de González Martínez se vieron directamente influenciadas por el modernismo, pues fue una corriente literaria que surgió y se impuso en el marco de sus años mozos. Por lo que cuando nuestro poeta decidió incursionar en la esfera de la cultura mexicana, se encontró rodeado de una necesidad de pulir el lenguaje para poder describir escenarios idílicos y llenos de elementos insólitos, muchas veces parte de lugares y culturas exóticas.

En 1895, se trasladó con su familia (sus padres y su hermana, Josefina) a Sinaloa, en donde conoció a su futura esposa, Luisa Rojo y Fonseca, con la que tuvo tres hijos: Enrique[2], María Luisa y Héctor.

A pesar de haber formado una familia dentro de un ambiente estable, pues su labor de médico le brindaba seguridad económica y un cierto estatus social, González Martínez no se encontraba satisfecho. Después de desempeñar algunos cargos políticos, en plena Revolución Mexicana, decidió dedicarse a la vida literaria, ya como profesor, ya como poeta. Esto le permitió codearse y hacer amistades con personalidades como Alfonso Reyes, Luis G. Urbina, Amado Nervo, Ramón López Velarde, José Juan Tablada, Ricardo Arenales (posteriormente conocido como Porfirio Barba-Jacob), Saturnino Herrán, Rafael López, entre muchos otros.

A partir de este momento, su producción poética se vio afectada por el intercambio intelectual de esos años, pues fue testigo de la decadencia del movimiento literario tutor de sus primeras obras. Aquel cisne de elegancia y belleza indiscutibles que representaba la lírica modernista, se volvió una mera apariencia, una belleza superficial y extravagante que no llegó a colmar el espíritu reflexivo de González Martínez. Motivo por el cual decidió torcer “el cuello al cisne de engañoso plumaje/ [que] pasea su gracia no más, pero no siente/ el alma de las cosas ni la voz del paisaje”[3] para abrir una nueva visión del mundo desde los ojos del búho. “Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta/ pupila, que se clava en la sombra, interpreta/ el misterioso libro del silencio nocturno.”[4] Fue el comienzo de una faceta creativa en la que no estaba de acuerdo con alimentar al preciosismo exagerado de los modernistas decadentes, más bien buscó, a través de su poesía, “en lo invisible, la significación y la esencia de lo visible.”[5]

Algunos años más tarde, en 1920, fue designado por el gobierno mexicano como Ministro Plenipotenciario de México en Chile, y posteriormente, Ministro de Argentina, España y Portugal. Su viaje diplomático concluyó en el año de 1931, lo que le permitió participar de la vida culta de cada país y mantener contacto con personalidades como Gabriela Mistral, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Luisa Luisi, entre otros. En la segunda parte de su autobiografía, La apacible locura[6], cuenta cómo su poesía inquietó gravemente algunas de estas almas. Recién había publicado la primera edición de El Romero Alucinado (1923), recibió una carta amistosa que alababa su labor poética. Aún después de enviar la laudatoria carta, Emilio Berisso decidió visitar a González Martínez para expresar de manera verbal los sentimientos que despertaron en él aquellos poemas. “Noté, sin embargo, cuando me habló de mis versos, una emoción que no me pareció fingida, y más cuando terminó por decirme que especialmente un poema mío lo había conturbado. […] Agradecí al escritor amigo sus palabras y su visita. Al día siguiente, se pegó un tiro en el corazón.”[7]

A lo largo de su trayectoria como poeta, González Martínez recibió diversos homenajes y se le otorgaron premios y reconocimientos por sus méritos literarios que pueden rastrearse desde 1911, año en que fue nombrado miembro de número de la Academia de la Lengua. En 1944 ganó el recién instaurado Premio Nacional de Literatura, Miguel Ávila Camacho; y en 1949, fue postulado por Antonio Castro Leal para recibir el Premio Nobel de Literatura.

Debido a los conflictos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que amenazaban con desencadenar una tercera masacre, en el mes de abril de 1949, se llevó a cabo un Congreso Mundial por la Paz con sede en París, Francia. Estuvo encabezado por personalidades de la talla del poeta Paul Éluard, Pablo Neruda y el ex presidente de México, Lázaro Cárdenas. Este movimiento, de inclinaciones comunistas, repercutió en los países latinoamericanos obligados a someterse ante el yugo de la expansión capitalista de los Estados Unidos, por lo que, en septiembre del mismo año, se inauguró el primer Congreso Continental Americano por la Paz, siendo Enrique González Martínez, presidente del Comité Organizador. Dos años después, con una situación política mundial que no mejoraba, González Martínez y otros intelectuales del momento, como David Alfaro Siqueiros y Vicente Lombardo Toledano formaron parte del primer Congreso Nacional Mexicano por la Paz, sin embargo, sus esfuerzos por lograr comunión internacional se vieron mermados por el descrédito de la prensa y las diferencias ideológicas irreconciliables entre Siqueiros y Lombardo.

González Martínez murió en el año de 1952 en la Ciudad de México, dejando un legado poético que refleja acontecimientos personales, literarios y de la vida política sumidos en una profunda reflexión filosófica. Jaime Torres Bodet, amigo entrañable de González Martínez y González Rojo, define la actividad del primero como la de un poeta que pretendía abarcar la integridad de lo humano, en sus cimas o en sus abismos y en sus fracasos tanto como en sus éxitos, González Martínez se veía incesantemente apremiado por la vocación de encontrar en todo –y para provecho de todos- el sentido de la belleza y de la verdad. De la verdad, que es belleza oculta, y de la belleza, premio de la verdad.[8]




[1] Destacado poeta, como su padre, murió a los 40 años de edad dejando una profunda impresión en quienes lo conocieron y a través de su obra literaria. Perteneció al grupo Los Contemporáneos, junto con Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, entre otros personajes destacados de la literatura. Su hijo, Enrique González [Rojo] Arthur, es un reconocido filósofo.

[2] González Martínez, Enrique, Parábola del huésped sin nombre, en “Tuércele el cuello al cisne y otros poemas”, Selección y Prólogo de Jaime Torres Bodet, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 77.

[3] González Martínez, Enrique, Tuércele el cuello al cisne…, op. cit., p. 49.

[4] Ibídem., p. 50.

[5] Ibídem., p. 20.

[6] González Martínez, Enrique,”La apacible locura”. Segunda parte de “El hombre del búho”, en Enrique González Martínez. Prosa I, El Colegio Nacional, México, 2002, págs. 141-271.

[7] Ibídem, págs. 221, 222. El poema al que hace referencia lleva por título Un fantasma.

[8] González Martínez, Enrique, Prólogo, op. cit., pág. 21.

 
 
 

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