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"Rezago social" en tiempos de globalización

  • Daniela Sánchez de la Barquera Colín y Daniel
  • 28 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

El pasado 27 de abril de 2016, se publicó en la Gaceta Parlamentaria el Decreto de la Ley Federal de Zonas Económicas Especiales, su entrada en vigor queda subrogada a su publicación en el Diario Oficial de la Federación.

La Ley en comento es de extrema relevancia para el país, no sólo desde el punto de vista económico, sino cultural. Es en éste último sentido que va el desarrollo del presente escrito. La pregunta es imprescindible: ¿qué consecuencias habrá en la identidad cultural de las sociedades que se pretende afectar a partir de la entrada en vigor de la Ley?



Exposición de motivos de la Ley



El texto de la iniciativa de Ley menciona como motivos para su promulgación, el hecho de que hay un claro “rezago social” en algunas entidades federativas, situación que refleja una relación directa entre las tasas de crecimiento económico y los niveles de bienestar en la población.


Es en ese tenor que, tomando como modelo económico a China, Corea del Sur y Chile, abatir la pobreza y promover la generación de empleos de calidad, está íntimamente relacionado con la integración de la economía global a las economías locales. La premisa genuina de la Ley es clara: hay que globalizar la economía de los estados de la federación con mayores índices de pobreza -v. b. Chiapas, Guerrero y Oaxaca, según el texto del documento- y erradicar el rezago social. Se trata de incrementar la productividad, a nivel regional, para que los habitantes del sur tengan las mismas posibilidades de desarrollo y bienestar que los del resto del país.


Bajo ese contexto es que la iniciativa de Ley pretende la creación de las llamadas Zonas Económicas Especiales: territorios con una ubicación geográfica estratégica y de los que se permita aprovechar el potencial productivo y logístico. Su propósito es crear un “clima de negocios favorables”, pues se busca atraer la inversión nacional y extranjera, a través de incentivos económicos y estímulos fiscales.


Una Zona Económica Especial, según el texto de la Ley, es un área delimitada geográficamente; ubicada en un sitio con ventajas naturales y logísticas para convertirse en una región altamente productiva. Estas Zonas, ofrecen un entorno de negocios para atraer las inversiones -nacionales y extranjeras- y generar empleos de calidad, considerando entre otros elementos: beneficios fiscales y laborales, un régimen aduanero especial, un marco regulatorio ágil, etc.





Globalización cultural de las Zonas Económicas Especiales



El discurso establecido en la Ley de ampliar los sectores económicos al mercado global, trae intrínsecamente aparejado una afectación a la cultura y que necesariamente se refleja en una afectación a la identidad de una determinada sociedad.


Creemos que el discurso fundante de la iniciativa de la Ley plantea cambios en el ámbito del mercado económico, pero sus repercusiones alcanzan lo psicológico a nivel individual y trasciende el ámbito de la cultura indígena, produciendo cambios en sus hábitos, actitudes y en el modo de vivir, que se imponen de manera sutil.


Por ejemplo, detrás de la textualidad de la Ley, como el "combatir la pobreza y el rezago social" o “la productividad constituye la principal determinante del crecimiento de una economía”, sobresalen los valores y principios centrales del modelo neoliberal de globalización. Se hace presente un lenguaje detonador de que sólo importa la producción y su consumo desenfrenado.


Así, los postulados de la Ley chocan contra la realidad cultural de las comunidades establecidas en esas entidades federativas: lenguaje, tradiciones y costumbres. Éstas ahora serán consideradas manifestaciones aberrantes, a la espera de ser reemplazadas por una sola lengua nacional estandarizada para todos, una versión única de la historia común para todos, un calendario común, conmemoraciones comunes y un mercado común.


Es como si todo aquello considerado parte de las comunidades locales representase el “atraso”, y la globalización, sinónimo de “progreso”, implica la supresión de la vida local a fin de lograr un modelo de cultura nacional compartido por todos. En suma, la Ley proclama que dentro de las fronteras de México haya espacio para una sola lengua, una sola cultura y una sóla memoria histórica.


Esta globalización cultural al son del mercado global, es la venta del american way of life, que se extiende a golpe de consumo. Una cultura conforme con los valores del modelo capitalista: produce, consume, gana, compite, arrasa. El ideal de vida de este modelo es la vida de lujo, de orden, de éxitos y triunfos que tienen una única medida: ganar dinero.





Con la Ley Federal de Zonas Económicas Especiales, el Estado mexicano deja en claro que la producción masiva de bienes de consumo es de interés público, desvelando esa complicidad ingenua de apoyar al capitalismo con políticas que eliminan las barreras del crecimiento económico a costa de la identidad cultural de los pueblos de las comunidades del sur. Recordemos que el capitalismo es, como lo estudió Marx, un modelo de producción, pero es también, como Weber lo predijo, un modo de vida: un vivir conforme a los valores de la sociedad de consumo, donde el dinero es la medida de todas las cosas.


Bajo el velo de la experiencia capitalista, un "clima de estabilidad económica y la generación de igualdad de oportunidades", como reza la Ley, no logrará sino un estallido en los pueblos, de individualismo exacerbado, pues la competitividad y la acumulación será su nueva ideología.


Parece ridículo que el gobierno mexicano promueva la competitividad y la acumulación de capital como una forma de alcanzar la libertad y la dignidad de los pueblos con rezago social. Cualquier intento que busque incrementar el bienestar de las personas debe partir del hecho de que las personas son más que consumidores. Personas que tienen una vida que no se limita a aspectos económicos, pues se rigen por valores, creencias, aspiraciones, intereses, en fin, un proyecto de vida a su modo.

Estamos convencidos que el derecho -sus instituciones y leyes-  ha perdido toda pretensión humanista, todo valor comunal, toda forma de resistencia contra los factores reales de poder, para pasar a convertirse en cómplice del mundo globalizado. Se trata de un derecho ingenuamente alentador de una globalización voraz, incapaz de pregonar una pizca de comunidad.


 
 
 

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