Con los ojos cerrados
- Óscar Guerrero
- 22 jun 2016
- 4 Min. de lectura
Existen momentos en que podemos ver más claramente al cerrar los ojos. Cuando nos dejamos llevar por el deseo, cuando nos entregamos a nuestros más profundos sentimientos, aquellos son parte de nuestros rituales diarios. Cuando cerramos los ojos nos abrimos ante lo incierto, lo excitante, lo imposible.
Poder despertar nuestros sentidos, nos debemos entregar a la vida misma, lograrlo es una virtud que muy pocos pueden hacerlo, es revitalizar cada poro de la piel; percibir el más mínimo y explosivo sonido a nuestro alrededor; deleitarnos con las mezclas caprichosas de los aromas más sutiles; saborear las cosas sin separar los labios y sobre todo, mirar con los ojos cerrados, poder mirar con el cuerpo entero, todo a disposición del deseo y la entrega.
Estoy hablando al viento porque es mi medio predilecto. Mis palabras se deslizan por los tejados, vienen y van, atraviesan calles y callejones, suben y bajan, bailan y seducen a los árboles, los mueven y los agitan, los enamoran y estos, al no poder seguir su ritmo, no hacen más que derramar lágrimas verdes que caen al suelo. Cada mañana, cuando el sol domina con su luz sobre todos nosotros, llega el viento presuroso a tocar mi ventana con sus delicadas manos, se regocija al verme nuevamente pues lo siento abrazarme de la cabeza a los pies, me recorre con invisible cuerpo, su delicadeza me reconforta. Lo saludo con mis sentidos recién despertados, cierro los ojos para mirarlo, le estrecho la mano y le agradezco su puntual visita: pausa al mundo insomne.
Es la hora de dar gusto al gusto, el sentido más húmedo de todos, mi ritual consta de un ataque sin piedad a mis papilas gustativas, un desborde de sabores y texturas que me transportan a lo incierto pero también a los recuerdos de una infancia no muy lejana.
Basta decir que son las frutas mi alimento preferido, todas por igual, ya que el solo hecho de sentir la tersa piel del durazno, la dureza y peligrosidad de la piña, el gracioso sabor de la guayaba o la complejidad artesanal que es descubrir al mango me transportan a un lugar misterioso, los mundos de las delicias; cada una de estas frutas me representa uno de esos mundos sin comparación.
Son ellas, las frutas, las que me unen de alguna manera con los árboles mágicos de la vida, me alimento de ellos en cada mordida; me siento ya, parte constitutiva de alguno de esos árboles, sea este de peras, de capulines o de manzanas, da igual. Puedo sentir como mis pies echan raíces para navegar incesantemente en búsqueda de otros brazos iguales, otros brazos subterráneos que gritan en silencio y que presumen el dominio de la tierra al desplegar su ser; son esas raíces las que nos sostienen, las que impiden que nosotros caigamos en el vacío. Me convierto en raíz que penetra el suelo, me vuelvo uno con la Naturaleza, perfecta manera de entrelazar mi vida y la del árbol, así, en un entretejido de secretos y vidas entregadas, lluvias, primaveras y tempestades reunidas en la circunferencia de una fruta perfectamente coloreada por los artistas del sabor.
Sin duda alguna aquellas raíces son una red rellena de voces que vienen del exterior, los sonidos son atrapados en el tronco del árbol, las voces de los hombres y mujeres llega hasta las puntas de las raíces, bajo la tierra, estas se entrelazan y se exaltan, se hablan muy despacio con voces ajenas, se confiesan desamores, alegrías y dolores, intimidades que necesitan ser escuchadas. Y solo podemos escuchar esas voces cuando, con los ojos cerrados, echamos raíces para volver nuestros pies en nuestros oídos.
En mi ritual del día a día existe un momento sublime, devastador ante mis deseos, es decir, aquel en el que mis raíces encuentran las raíces del amor, amor encarnado en un cuerpo magnifico, perfecto ante mis sentidos. Aquella figura se enreda en mí, deja fluir sus caricias en todo mi ser, logra erizar mi piel y me hace cómplice de sus íntimos deseos. Encuentro de raíces insaciables; y encuentro de labios devoradores. Los besos, como es bien sabido, se disfrutan con los ojos bien cerrados, pues así logramos percibir el cuerpo de la otra persona con todos los sentidos plenamente despiertos. Caricias, aromas, besos, palabras, ciegas miradas y sonidos leves se mezclan para evocar los sentimientos más puros que uno jamás pueda experimentar. El encuentro con el amor encarnado es similar a las batallas que el fuego declara al agua, una busca apagar y controlar al otro mientras que el otro busca evaporar la fuerza del rival; esto no es más que una lucha sin tregua por volverse uno mismo, por atraer al otro al fuego o al agua, para arder o para diluirse.
Nuestro cuerpo completo es sensibilidad dispuesta, nuestro cuerpo puede ver lo invisible, abrazar lo intangible, escuchar lo silencioso, saborear lo inexistente y percibir aromas que nadie más haya conocido.
Nuestro cuerpo puede hacer de lo simple algo verdaderamente complejo, algo inexistente puede materializarse, algo jamás pensado puede volverse realidad, solo basta con cerrar los ojos, dejarnos llevar por los sentidos, encontrar en lo imposible la fuente de las motivaciones, de los sueños, de los anhelos.
Escuchemos las voces que bajo la tierra nos hablan, aquellas voces que necesitan volverse realidad, echemos raíces para entrelazarnos con quienes desconocemos, dancemos a ritmo del aire para encontrarnos con más almas inspiradas, que nuestro cuerpo se estire y se encoja, que aparezca y desaparezca, que fluya como el agua, que arda como el fuego, que viaje como el aire y que se fortalezca bajo la tierra, todo ello con los ojos cerrados.
Ritual concluido, el sol desciende y me devuelve mi astro miniatura, la Luna. Cuando cae la noche dejo caer mi cuerpo en la cama, respiro levemente y abro los ojos. Llegó el momento de los sueños compartidos, ha llegado a nosotros el reino de lo imaginario, lo imposible, lo que fácil se olvida…
Estoy listo para ello, pues quiero darme cuenta de que ese mundo en verdad existe y quiero grabarlo para siempre en mi memoria, cada detalle, cada absurdo y cada personaje, pues quiero sentir el mundo de lo imaginario… con los ojos bien abiertos.
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