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Miradas conjuntas ante un problema común: #MiPrimerAcoso

  • Itzel García y Mariana Miguel
  • 28 abr 2016
  • 9 Min. de lectura

En México, el acoso se presenta como una práctica frecuente que trastoca la vida de miles de mujeres, en tanto que la violencia sexual se ha convertido en una problemática ampliamente normalizada entre la población.


En el estudio Los sistemas de transporte más peligrosos para las mujeres, dirigido por la fundación Thomson Reuters y YouGov en 2014, se coloca a la Ciudad de México como el segundo país más peligroso para el desplazamiento femenino con seis de cada diez mujeres que han recibido algún tipo de agresión.


La inseguridad vivida en el transporte público por parte de las mujeres es sólo una muestra de los múltiples ataques que, a diario, se llevan en su contra. Sin embargo, hay diversos ámbitos en los que estas prácticas se han establecido por años: la escuela, la calle, el trabajo, etc.


La situación estructural de vulnerabilidad a la que se ha orillado a las mujeres no es fortuita, ha sido una construcción añeja, en la que diversos actos han propiciado la proliferación de diversos tipos de violencia. La situación límite se presenta cuando las víctimas, después de padecer la agresiones, son minimizadas e incluso enjuiciadas o culpadas por el tipo de violencia que reciben.


La siguiente recopilación de historias muestra testimonios de mujeres que han estado frente al acoso sexual o frente a situaciones violentas cotidianas que, la mayoría de las veces, han quedado impunes. Todos los testimonios fueron recopilados vía Facebook, con motivo de la viralización del hashtag #MiPrimerAcoso, así como con autorización expresa de las víctimas (algunas de las cuales pidieron el anonimato).


¿Qué tanto se puede soportar antes de reaccionar y sensibilizarse ante la violencia?



Paola Martínez Alonso, 23 años, estudiante


Pasé todo el día pensando en lo que me ha tocado vivir por el simple hecho de ser mujer y realmente me sentí mal cuando no supe con qué historia comenzar a hablar de ‪#‎MiPrimerAcoso, porque todos se sienten así, como el primero, como algo a lo que jamás te vas a acostumbrar. Recuerdo el día que un tipo me agarró una nalga en el tren ligero, mientras yo iba hablando con mi entonces novio por teléfono, mismo hombre que me gritó enfrente de todo el mundo que era una pinche vieja loca cuando voltee a gritarle con la sangre hirviéndome en el cuerpo.


Pienso también en aquella vez en dónde me puse un vestido debido al calor infernal y me dispuse a tomar un camión rumbo al Estado de México, en dónde un tipo no se movió de mi lado, hasta que la incomodidad me hizo cambiarme de lugar. Justo a la hora de bajarme y volver a pasar a su lado, me di cuenta de que el tipo se estaba masturbando. En ese momento de mi vida era tan joven y no tenía idea de que así comienzan las historias de asesinatos de miles de mujeres en esas tierras de nadie, historias que terminan en terrenos baldíos, en canales de aguas negras, en casas a medio construir, en bolsas de basura...


Justo ahora me doy cuenta de que ya escribí bastante, pero también sé que tengo más cosas qué decir, que también puedo contarles de la vez que iba camino a mi casa y una calle antes de llegar, un tipo me arrinconó con su bicicleta y me manoseó hasta que sentí mi propia ropa interior en otra parte de mi cuerpo... Y siento tanto asco al recordar todo esto.


Estoy harta de tener que cuidar la forma en que me visto, en que camino, en que me maquillo, en que me relaciono con los hombres. Estoy harta de odiar ser mujer en tantos momentos de mi vida, cuando en realidad quisiera poder disfrutarlo.


Ahora me queda luchar desde mi trinchera, educando a mis hijas para que sean mujeres fuertes e independientes, alzando la voz por mí y por las hermanas que han sido violentadas, estudiando la violencia obstétrica desde un enfoque de género y como un problema que nos atañe a todos como sociedad, y gritando que NO, que esto NO ES NORMAL.


Ni una más. ‪#‎NosQueremosVivas.



Anónima, 22 años, estudiante


Me encontraba recargada en una pared del metro Hidalgo, dirección Universidad, esperando a mi amiga. Ese día decidí llevar vestido. Cuando comenzaron a bajar las personas de los vagones, muchos hombres me observaron de arriba a abajo de manera grotesca. Yo me sentí muy incómoda; sin embargo, el colmo fue cuando un bastardo intentó tocarme las piernas.


En ese momento sentí asco, pero sobre todo terror. Una señora se acercó al escuchar mis gritos ofendiendo al tipo, al igual que un joven, y me ayudaron a detenerlo; después llegó un policía, pero me dijo “mejor ni haga nada, señorita, se va a llevar todo el día, que le pida una disculpa.”


Y así fue como todo terminó.


Anónima, 22 años, estudiante


Hace como tres meses, en metro Guerrero, estaba por abordar el vagón y un tipo tocó mi trasero, intentando meterme mano justo en medio de las piernas. Al sentir esto, yo voltee muy molesta y junto con mi indignación solté un puñetazo al tipo que estaba atrás de mí, quien resultó no ser mi acosador, pues éste se había echado a correr.


A pesar de mis gritos y de que pasó justo al lado de un policía, éste no hizo nada. Pero, eso no fue todo, nadie se metió ni hizo nada para detenerlo, al contrario. Al llegar a mi Facultad y revisar mi mochila, me di cuenta que me habían sacado cien pesos en ese lapso.


Anónima, 21 años, estudiante

Un sábado en la mañana, iba camino a metro Deportivo 18 de marzo, había muy poca gente en el vagón y yo estaba sentada en uno de los asientos individuales. En una estación, no recuerdo cuál, entró un señor al vagón y se sentó frente a mí.


Después de una o dos estaciones me quedé dormida un momento y, cuando desperté, el muy idiota tenía el pene de fuera y se estaba tocando mientras me veía y se tapaba con su portafolio para que los otros pasajeros no lo vieran.



Al verlo, sentí un pánico y un asco horribles. Él intentó cubrirse y volteo a ver si alguien se había dado cuenta, pero nadie lo había visto. Yo no supe qué hacer, me quedé en shock. Justo en ese momento las puertas del vagón se abrieron y me bajé corriendo, sin decirle nada.


Erandi Juárez, 21 años, estudiante


Recuerdo vagamente la primera vez que sufrí en carne propia mi primer acoso; ser manoseada, mirada invasivamente, intimidada o agredida verbalmente. He sentido el acoso al igual que mis compañeras sistemáticamente desde que tengo memoria. Antes de los 9 años no sabía que otros hombres podían cosificar y humillar a las mujeres por su cuerpo, mi supuesta inocencia, comenzó a normalizar los hechos.


No fue hasta que mi madre un día me explicó seriamente que nadie podía disponer de mi cuerpo ni deseos a menos que yo estuviera segura y tuviera la plena certeza de consentir. Recuerdo tras sus palabras algo vago, muy vago, sobre mi primer acoso:


Estaba en primero de secundaria, en el turno vespertino. Salía todos los días a las 20:00 hrs y esperaba a mi mamá media hora siempre. Un día entre tanta multitud de madres, padres y niños esperando en la salida, sentí que algo, o más bien alguien tocaba mi trasero. No estaba segura de lo que estaba pasando, pensé que sólo había sido un roce hasta que sentí de nuevo varios “toquecitos” sutiles. Me di la vuelta y observé a un hombre altísimo como de unos cuarenta años que me miró con ojos lascivos, me sonrió con una perversidad que me hizo paralizarme. Sin decir nada me retiré, con una sensación de extrañeza, de irrealidad, no me lo podía creer. Después de unas horas me quedé con un vacío, tratando de entender por qué lo había hecho, por qué me miró de esa forma, por qué no dije nada ¿por qué?


A partir de entonces desde que salgo de casa, cruzo la calle, me subo al transporte público, transito por la universidad; en cualquier espacio que he pisado he comprendido con más precisión el acoso; lo sigo viviendo y lo siento cada que veo como se lo hacen a otras mujeres.


La sensación que me dejan estos ultrajes son los mismos que sentí cuando ese hombre dispuso de mi cuerpo. Aquella vez me quedé con la impotencia de no poder decir nada, de pensar que si gritaba iba a ser observada y señalada entre la multitud. A partir de entonces decidí hacer algo al respecto y decir no más acoso para mí ni para otras mujeres que han sufrido lo mismo.


No normalizar jamás la situación y no quedarme callada, porque los que cometen el agravio, el crimen, son ellos, nunca nosotras. Porque nuestros cuerpos son nuestros, porque somos libres de transitar, actuar y vestirnos como queramos, porque nadie tiene derecho de tratarnos como objetos, como terreno que debe ser colonizado; porque ante todos los ojos nosotras las mujeres somos seres humanos que aman y merecen existir sin ninguna amenaza de acallarnos por ser mujeres.


Anónima, estudiante


Creo que no podría recordar #MiPrimerAcoso. Siempre que una vive algo así busca borrarlo de su mente por la incomodidad que genera. Sin embargo, tengo presentes dos casos específicos. Los recuerdo más que otros por la actitud que tomé ante ellos.


El primero fue cuando yo era una preparatoriana. Iba caminando por la calle a tomar el camión hacia mi casa y un señor en un triciclo de tamales pasó a mi lado y me gritó: “Amiguita, ¿ya tienes pelos en tu panochita?”. Al escuchar eso me sentí tremendamente avergonzada, muchas personas iban caminando a mi lado y sólo observaron, algunos incluso se burlaron. Yo no dije nada y por la pena caminé rápido para alejarme de las personas que habían presenciado el hecho. Me sentí completamente humillada e impotente por no haber podido hacer nada al respecto.


La otra experiencia que recuerdo fue hace aproximadamente dos años. Yo iba de regreso a mi casa en un camión, era de noche y había pocos pasajeros. Un sujeto que abordó al transporte se sentó atrás de mí y, después de unos minutos, empezó a tocarme el brazo.


En principio pensé que era mi imaginación, me dije a mi misma que tal vez estaba confundiendo las cosas. Sin embargo, después de sentir tres veces el toqueteo decidí levantarme y enfrentar al tipo. Al reclamarle el sujeto negó los hechos, pero lo que más me sorprendió es ver cómo se empequeñecía con cada cuestionamiento mío.


El escándalo que armé llamó la atención de otros pasajeros y del propio conductor y su ayudante. La verdad es que esa vez la gente se portó muy comprensiva y no dejaron bajar del camión al agresor. Después, el camionero y su ayudante entregaron al tipo a unos policías, a quienes expuse lo ocurrido.


Quizá lo lamentable fue que los policías me dijeron que el proceso de denuncia iba a llevar mucho tiempo, que mejor me fuera a mi casa porque ya era tarde, que ellos se encargaban del agresor. No sé cómo acabó el tipo, pero lo que intuyo es que los policías le sacaron una buena mordida.


Anónima, estudiante


#‎MiPrimerAcoso, que no es uno, ni el primero.


La verdad nunca he leído mucho acerca de feminismo. Soy, pues, una ignorante en cuanto a diversas perspectivas de los problemas que atiende, pero la pregunta me invitó a reflexionar. Pocas veces dimensionamos los motivos de nuestras prácticas cotidianas. Asumo que provengo de una familia con tradiciones muy arraigadas respecto al rol social de la mujer, pero a la vez formo parte de una generación donde esos principios son severamente cuestionados en algunos círculos.


Cuando nació mi hijo dediqué un año de mi vida a cuidarlo y ser ama de casa. No, no me molesta. Saber cocinar y limpiar no está peleado con ser una persona pensante. Mi marido trabaja y, vaya, yo podía dedicarme a hacer la mayor parte de los quehaceres hogareños.


Pasado ese tiempo me reincorporé a mis actividades escolares. Pretendí seguir con el mismo ritmo de trabajo en casa. No sólo era tener la casa limpia, o guisar la carne. Para mí era tener todo brillante, sin repetir platillo dos días seguidos, hornear pasteles; a la vez, hijo y calificaciones impecables. Quería estar a la altura de "mujer ideal" porque duele, y mucho, cuando la gente te hace sentir estúpida por ser madre joven, porque "de seguro ya no harás mas que estar en casa", o "te vas a la escuela/trabajo y, seguramente, dejas olvidado al bebé". Me dijeron que debía demostrarle a mis papás que podía, pero nunca hablaron de aceptarme como era.


A la brevedad comenzaron los comentarios: la casa está desordenada, el niño pasa mucho en la guardería, ya no cocina, engordó, se descuidó. Si todo eso pasaba era mi culpa. A los ojos de buena parte de mi familia, si yo llegaba agotada era mi obligación tener una casa impecable; si mi marido llegaba cansado podía sólo dormir y ya.


Después de todo esto no pretendo victimizarme. Cuando uno vive en pareja también siente todas las otras cosas que afectan al otro. En muchas ocasiones mi marido aguantó burlas por ser arquitecto, "profesión de nenas", en una empresa gobernada por ingenieros. Recuerdo el día que llegó con unos tennis para mí y una tía dijo: "¿Y las flores? Los caballeros sólo regalan flores". Si en casa falta el dinero pareciera ser por su culpa. La diferencia: él dice no vivir eso como una forma de violencia. "Las cosas son así". A mí, en cambio, lo demás ya me llevó al límite. La lista es interminable, pero conformada por acciones que en su mayoría pasan desapercibidas.


¿Cuántos no actuamos dentro de estos marcos de violencia normalizada? Cambiar la manera de pensar es un reto, es hacer susceptible de crítica parte de lo que somos. De ninguna manera pienso que por el simple hecho de ser mujer, hombre, homosexual, transgénero (porque hablar de género no es sólo tratar a la femineidad) motivemos ciertas agresiones, pero habríamos de comenzar por preguntarnos cuáles de ellas nos resultan aparentemente intrascendentes porque las vivimos en el día a día. Cuestionémonos para gestionar los cambios.


 
 
 

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