Derecho y Erotismo Un desarrollo intempestivo-iusinfrarreal
- Ramón Landaverde
- 26 feb 2016
- 6 Min. de lectura

En mi preámbulo iusinfrarrealista (en la anterior entrega de la presente revista) les exponía la importancia que tiene el arte no dominante en nuestro movimiento, el poco peso que le damos a los discursos ideológicos del poderoso tanto en el arte como en la academia. Esto incluye a la polvosa y muchas veces muy inútil -para el excluido- filosofía de “desecho”. Cambio en este artículo a la primera persona del singular para escribir a título personal, ya que dentro del infrarrealismo jurídico hay diversos posicionamientos teórico políticos que involucran diversos grados de radicalidad, y la mía, la del abogado intempestivo se quiere la más radical, la más libertina, libertaria e incendiaria.
Deseo entonces que los exabruptos que plasme a manera de verborrea en esta catarsis etílico-jurídica no se lleve de corbata al movimiento en su conjunto, ejercicio de NOSOTROS muy en la línea Tojolabal.
Este es al menos mi desarrollo filosófico, sí, filosófico, porque yo filosofo, a pesar de que les cause pesar a ciertos catedráticos que consideran que un alumno de licenciatura aún no sabe lo que es el ejercicio de filosofar y afrontar los tan diversos filosofemas que acaecen en el mundo fenoménico; haré caso omiso de esa bola de decadentes, y me adentraré en mi postura batailleana referente a la “experiencia interior”, para desarrollar filosóficamente el vínculo entre Derecho y Erotismo hasta donde el lenguaje me lo permita.
Busco encontrar un vínculo entre estos dos conceptos alejados por la desproporción (alejamiento muy en el tenor de Ricoeur en su ensayo “Amor y Justicia”) y me apoyaré en el uso dialéctico para encontrar vasos comunicantes entre uno y otro fenómeno. Mucho porque en el iusInfrarrealimso busco alejarme de lo jurídico, intento desjuridicidar a la justicia.
Esto porque está profundamente intoxicada con los usos conceptuales de “derechos humanos”, “control de convencionalidad”, “principio pro hominem”, “oralidad”, ¡”argumentación jurídica”!. Todos esos recursos dialógicos poco abonan a una solución auténtica a la barbarie que acontece día a día en nuestro mísero “ordenamiento” social ( ¡Ja! ¡Ja!), de ese cuento para niños con sub-inteligencia como es el nefasto Estado de Desecho, digo de Derecho.
La barbarie de la que escribo, no sin sentir nauseas, es la de las seis mujeres asesinadas diariamente sólo por el hecho de ser mujeres, eso que ya se tipificó como “feminicidio”. Ahora bien, el tipificar no sé de qué ha servido, ya que el incremento de mujeres asesinadas por cada 100 mil habitantes va al alza en muchas entidades como Guerrero, el pútrido y priísta Estado de México, el pseudo católico Guanajuato, el cada vez más pobre Chiapas, el triste Veracruz del molusco político de Duarte. Los datos duros sobran, por eso pienso estirar la problemática para una posible solución a la lectura de la miseria existencial e inautenticidad en la que está absorto el mexicano vulgar y la inoperatividad del derecho como sistema de impartición de justicia.

Bien, es necesario obtener una definición de erotismo. De acuerdo a Bataille, se trataría de un ejercicio violento, un universo demente, infernal, “un laberinto donde el que se pierde debe estremecerse” (Bataille en su Lágrimas de Eros). Es un mundo antagónico al de la razón, al del trabajo, al de la producción y generación de riqueza.
El mundo del erotismo, si bien es el de la locura, también es el de la fiesta, el de lo sagrado, el del derroche y embriaguez. Así tenemos esa división antagónica pero al mismo tiempo complementaria, que reaccionan en sentimientos de respeto y de aversión, deseo y temor, el sacerdote y el brujo, Dios y el Diablo. Esta dialéctica de los sagrado suscita sentimientos ambivalentes, se le teme pero se le quiere utilizar, es prohibida y peligrosa; como un niño ante la flama (Cailloise).
En este estira y afloja de adquisición y gasto de energía, el hombre se pierde en su discontinuidad hasta que encuentra la continuidad existencial en la muerte. Aquí, para el infrarrealista, estaríamos ante esa línea continuante –como ya lo intentó Sade- y sobre todo vinculante entre mundo profano y sagrado.
El mundo profano, el de la razón, que es también el de la filosofía y de igual forma, claro está, el del Derecho: por lo que tiene tanto que ver el trabajo en estas dos disciplinas, como tiene que ver en el desarrollo de ambas, el ejercicio erótico. La antigüedad clásica también supo del enorme peso de esta búsqueda de equilibrio: el casi mítico monarca sucesor de Rómulo, sabio romano y gran gobernante, Numa Pompilio, dividió el calendario en dos, en días fastos y nefastos; en los primeros se llevaban a cabo juicios y negocios; en los otros, más obscuros, eran días de fiesta, de derroche, donde la comunidad liberaba la represión de los días de trabajo.
El erotismo, como ese accionar transgresor, que involucra el contacto de la desnudez, de lo prohibido vinculatorio entre dos seres, mantiene esa línea prohibitiva y violatoria de alguna prohibición con finalidades sexuales. Tiene esa finalidad sexual, la “pequeña muerte”, que acerca a la continuidad que solo la muerte puede brindar. Es la vida buscando más vida hasta sus últimas consecuencias, el impulso vital que Marcuse llamó “principio de eros”, que forma parte de lo más natural, más animal, más puro en nosotros. Ese elemento que trasciende cualquier acto volitivo por el cual estamos condicionados. Como estamos condicionados por él, sólo queda hacerle frente, frenándolo, y fue lo que Freud llamó “principio de realidad o de civilización”, también retomado por Marcuse (Eros y la Civilización) para poder establecer al hombre en un vínculo asociativo comunitario y que su impulso de la vida por la vida lo llevara a la deriva de la experiencia límite de la muerte. Pero limitar ese impulso también es un problema: ese conjunto erótico, sagrado y puramente vital, que al limitarlo se reprime, se desarrolla de forma reprimida y luego neurótica.
Los resultados que genera a nivel social pueden ser devastadores, ya que ese impulso limitado por la razón del trabajo, tiene que ser expulsado por algún medio, y si no es el sexo, puede ser mil un formas distintas, como es el hampa en sus diversos niveles, guerras, todas en líneas patológicas.
Evidentemente, es un tanto absurdo aspirar a un mero ejercicio libertino sexual, donde el erotismo carezca del límite adecuado al devenir benéfico de la comunidad. Es por eso que encontrar un vínculo no patológico entre el conjunto del erotismo, el del gasto, la fiesta; y el universo de la razón, el trabajo y la aglomeración es medular.
El derecho, como el trabajo, al estar en ese mundo de la razón, se tiene que desincrustar al menos por momentos de él, para vincularse con el otro mundo y establecer un orden lo menos represor posible. Con lo que apuesto, y es mi propuesta, a vincular ambos mundo a través del juego, que el erotismo recaiga en un juego, a sabiendas que sólo es un coqueteo con la experiencia límite de la muerte; y en el otro lado, orientar el trabajo al juego, hacerlo mucho más lúdico, y aquí entra el arte, el uso de recursos amplios para la vinculación de la razón con el sensualismo.
Como recapitulación:
El recorrido que plantee, empezando por la problematización entre la afrenta o pseudo-solución jurídica a los fenómenos de los feminicidios con base en la tipificación del delito como tal; se enfoca a la búsqueda de la problemática real de esos delitos tan delicados y profundos. Uno de los elementos que pongo sobre la mesa es el vínculo directo que se tiene con lo erótico, y tangencialmente lo sagrado (elemento al cual daré tratamiento más detallado en posteriores ejercicios).
Por lo que al ser uno de los problemas medulares, o elementos constitutivos del hombre como ente racional (además del trabajo), el erotismo debe de ser tratado, desarrollado en su vinculación con el carácter profano, en no sólo la filosofía, sino también en lo normativo, en lo más puro de la profanidad que es el desarrollo prohibitivo.
Propongo: tender como puente al juego -entre el erotismo, lo sagrado, la fiesta y la razón, el trabajo, la mesura, la acumulación, la filosofía, el derecho, la impartición de justicia- puede concretar una sociedad libre de enajenación, y desfogue constante por ambos extremos, que lo haga vincularse uno con otro, fiesta-disfrute-razón en un orden vinculantemente humano en sus dos antípodas, sin caer del todo en la muerte y sin desgarrarse en la neurosis del orden.
Trabajo-juego-erotismo. Este es mi rugido intempestivo.
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