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"El problema en la educación jurídica"

  • Sergio Guillermo Valentín
  • 19 ene 2016
  • 6 Min. de lectura


Tradicionalmente, cuando una persona decía que había estudiado o era estudiante de Derecho, existía cierto respeto hacia ella. Se hacía notar de inmediato el amplio bagaje cultural que era necesario para desarrollarse adecuadamente en el campo, e incluso, había una relación directa con el arte en general pero específicamente con las letras. Esa imagen acuñada en el imaginario social sobre el abogado, como un hombre muy formal, bien vestido, muy leído y con una naturalidad para expresarse oralmente de manera exageradamente adecuada, ha ido mutando hasta lo que tenemos hoy en día: cuando se pronuncia abogado, aparecen palabras como corrupción, mafioso, estafador, o ladrón, por poner algunos ejemplos.


Ahora bien, esta tergiversación, desgraciadamente y por más que muchos queremos abogar por los abogados, es más que merecida, y el origen del problema lo encontramos en las escuelas y facultades en donde se forma a los futuros profesionales de lo jurídico. Por lo anterior, urge re-pensar las formas en las que la educación jurídica es dada.


Los Estudios Críticos del Derecho (Critical Legal Studies, CLS), intentaron encontrar las repuestas a ésta y muchas más problemáticas. Los CLS es un movimiento de pensamiento jurídico de izquierda de la década de los setentas y nacido en diversas facultades de Derecho de los Estados Unidos, entendiéndolo como una plataforma en la cual algunos profesores utilizaban para avanzar su agenda filosófica y política, y transformar la estructura jerarquizada de las facultades de derecho en su país.


Duncan Kennedy, miembro fundador de los CLS y actual profesor en Harvard Law School, realiza una descripción puntual de qué es lo que ocurre en la formación del futuro abogado. La educación legal como preparación para la jerarquía (Legal Education and the Reproduction of Hierarchy: A Polemic against the System) es un pequeño texto en donde retrata las fallas que imperan, tales como la mala toma de decisiones respecto a los planes de estudio, en donde se le da una mayor importancia a las materias más allegadas al sector mercantil-empresarial, y se abandonan las materias más cercanas a la filosofía, las cuales sientan las bases para una formación completa y sobretodo, con las herramientas necesarias para entender, reflexionar y afrontar al derecho en su totalidad, no solamente a su cuerpo legal.


En una entrevista que la revista Barrister realizó en el año 1987[1], en Cambridge, Massachusetts, Kennedy relató la forma en la que el adoctrinamiento surte sus efectos en los llamados operadores jurídicos. Alude que el contenido de los cursos de Derecho impartidos en las escuelas de Derecho de los Estados Unidos de América, incluida, por supuesto, Harvard, más que enseñarse, se adiestra a los futuros abogados empresariales para convertirse en “aliados de intereses empresarios egoístas; hacen lo mejor posible para destruir los sindicatos, o para preservar un medio ambiente libre de sindicatos, y por política fiscal entienden impuestos mínimos. A cambio de toda esta actividad antisocial reciben grotescas recompensas de dinero, que ellos aceptan sin el menor rastro de vergüenza”[2].


En este sentido, entendemos que la educación jurídica participa en la producción de lo que se está “pudriendo” sobre el sistema. Kennedy, muestra, a su vez, las presiones psicológicas y sociales que existen alrededor del futuro abogado y lo que le obliga, o le conduce, a convertirse en ese profesional del derecho sin una ideología clara y, por el contrario, un obediente y cumplidor de lo que se le mande. Por ello es de suma importancia hablar de la enseñanza del Derecho, con ello se entendería el porqué de la crisis del sistema jurídico en su totalidad, más allá de un Estado, podemos apreciarlo en los diversos sistemas jurídicos que imperan hoy en día. Esa enseñanza que solamente alecciona al estudiante sobre ciertos proyectos de actitudes políticas, ideológicas, económicas, sociales y sobre la perspectiva de la vida profesional.


Así pues, la educación jurídica es una de las causas de la jerarquía jurídica. Podemos entender que la primera sostiene a la segunda, aportándole una ideología que la legitima, incluso justificando las normas que subyacen a ella, es una ideología que mistifica en todo sentido el razonamiento jurídico. En este sentido, aquella educación legal que formará a los futuros abogados se estructura dentro de un esquema organizativo y jerárquico, entrenándolos, de este modo para que obtengan un comportamiento como todos los demás abogados del sistema. Hablamos pues, de que la enseñanza del derecho privatiza y monopoliza el conocimiento, discriminando a cualquier otro tipo de conocimiento, haciendo el ejercicio de la profesión, una actividad que segrega, que, con mayúsculas, discrimina.


A nivel estudiantil, se va estructurando jerárquicamente (tal y como en otras disciplinas en la actualidad) en función a las evaluaciones y calificaciones de los estudiantes, y posteriormente dentro de una concepción de una personalidad asumida y creada a partir de la prepotencia, de la soberbia, de la humillación, en el desarrollo de las habilidades. Estas cuestiones van más allá de las referencias de las técnicas de razonamiento jurídico, se puede afirmar que también se sigue un patrón conductual, cuya responsabilidad es únicamente de los profesores, ya que, premian y alaban toda práctica y conducta que se apega a los propios criterios de lo que el profesor entiende, absurdamente como “lógica jurídica” siguiendo su razonamiento jurídico y sus acepciones políticas; caso contrario, será sancionado socialmente si se niega a adoptar el tipo de discurso racionalista y dominante que todo el mundo identifica con los abogados, generando el pensamiento y opresión sobre el estudiante respecto si verdaderamente está hecho para ser un abogado. Kennedy pone de ejemplo la cantidad de alumnos que ingresan a las escuelas de derecho con determinada ideología, y con el paso de los semestres, la van modificando hasta perder por completo esa autonomía intelectual, sujetándose únicamente a las opiniones de compañeros, que vienen siempre de ese adoctrinamiento ya mencionado.


Cuando el estudiante se incorpora al mundo laboral, sigue el mismo patrón conductual de jerarquía, siguiendo una misma ideología, y como diría Kennedy, pretenden únicamente preservar su status de clase, cambian la manera de vestirse, de hablar, las opiniones. Por ello, la relación alumno-profesor en la universidad, no es más que es un modelo para la relación entre los abogados contratados y los socios seniors, así como la relación entre los abogados y los jueces.


Esto nos lleva a retomar una idea de Bauman, porque la autoafirmación de la mayoría de los individuos es la de ‘encajar’ en el nicho que se les había asignado, comportándose tal y como lo hacían los otros ocupantes; seguimiento de patrones de conducta que son bien vistos y reconocidos, socialmente hablando.[3] Así pues, el estudiante, con la finalidad de ser aceptado por la comunidad elige convertirse en uno más, lo mismo pasa cuando éste sale del nicho universitario y se adhiere a la profesionalización, lo cual nos da los parámetros del por qué hoy en día el abogado no piensa, no tiene una conciencia de sí y de su rol en la sociedad en turno, llevando consigo la actitud que se requiere para seguir legitimando al sistema.


La crisis más grande que vive la humanidad, contrario a lo que se cree, no es ni la económica o medioambiental; la crisis educativa es lo que aqueja completamente al desarrollo social, originando las crisis mencionadas e incluso otras más. Martha Naussbaum, en un discurso en la Universidad de Antioquia, Colombia, al recibir un Doctorado Honoris Causa, señaló cuestiones pertinentes sobre el desprecio de las humanidades y las artes para ser enseñadas en forma general. Este es un hecho innegable, y claramente afecta a la forma en la que es visto el Derecho; las enseñanzas versan sobre la utilidad, pero ¿útil para quién?


Lo cierto es que esta crisis deja marcas severas en el actuar social, muchos se bajan del barco antes de continuar en ese mundo de apariencias que significa estudiar la Licenciatura en Derecho, ejemplos claros y sumamente interesantes son León Tolstoi, Julio Verne, Gustave Flaubert o Gabriel García Márquez. Grandes personajes que siguen vigentes, a pesar de los años, gracias al poder de sus plumas, todos ellos iniciaron sus estudios en Derecho, mas no los terminaron.


Otros más, siguen en el viaje, tratando de que el papel del estudiante y estudioso del derecho retome un lugar perdido contundentemente, que juristas, abogados, jueces, etc., sean vistos de forma diferente pero que también exista una reflexión en cuanto a sus labores. La educación que debe recibir un abogado no debe limitarse a la memorización de las leyes y otros ordenamientos jurídicos, debe resaltarse la multidisciplinariedad en todo sentido. El abogado centra tanto su visión en un árbol olvidando el bosque completo, por ello, únicamente reformando las maneras en las que se enseña el derecho, cambiara su praxis, y con ello, la figura del abogado dejaría de ser ese zombie obediente, sin ideologías, iniciativas y sus preocupaciones dejarían de girar únicamente en torno a lo superficial, lo monetario o mejor dicho, lo sin importancia.




Referencias de citas textuales:

  1. Kennedy, Duncan. ¿Son los abogados realmente necesarios?, Revista Barrister, Número 16 del otoño de 1987, trad. Axel O. Eljatib, revisada por Christian Courtis.

  2. Ibíd.

  3. Zygmunt, Bauman, "Modernidad liquida", FCE, Buenos aires, 2004, p.34.

Fuentes consultadas:

  • Duncan, Kennedy. "¿Son los abogados realmente necesarios?", Revista Barrister, Número 16 del otoño de 1987, trad. Axel O. Eljatib, revisada por Christian Courtis Consultado el día 18 de enero de 2016 de, http://www.duncankennedy.net/documents/Photo%20articles/Son%20los%20abogados%20realmente%20necesarios.pdf

  • Bauman, Zygmunt, "Modernidad liquida", FCE, Buenos aires, 2004, pp. 232.



 
 
 

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