"El andar del progresismo latinoamericano"
- Yulivani Vega Fermín
- 19 ene 2016
- 6 Min. de lectura
La dinámica actual de la región latinoamericana se caracteriza por los recientes cambios sustanciales en los escenarios políticos de diversos países. Mismos que repercutirán a corto, mediano y largo plazo, en reestructuraciones significativas tanto a nivel local como global, y que por tanto merecen ser analizados.
La década de los noventa significó un parteaguas para la región, pues marcó el inicio en la gestión de los gobiernos de centro-izquierda, es decir, la oleada de los denominados gobiernos progresistas[1]. Aquel viraje significaría la apertura a una serie de alternativas para crear colectivamente nuevas formas de vida fuera del modelo económico neoliberal. Sin embargo, lo que se concebía como el inicio de una nueva era para la región latinoamericana hoy día está en cuestión. Al respecto cabría preguntarse si el progresismo significó una verdadera alternativa.
En ese sentido, el presente artículo busca hacer un análisis holístico del actual status de los gobiernos que tenían, o tienen, por estandarte la bandera progresista. Para ello se tomarán en cuenta, lo que a título personal se considera, derroteros y aciertos en sus gestiones políticas. Esto sin omitir el impacto e importancia que tiene la participación popular en la actual coyuntura latinoamericana.
Diversas opiniones se han gestado a partir de las recientes elecciones en Argentina y Venezuela. Que si ha llegado el fin del ciclo progresista, que si América Latina vuelve a retomar los senderos del neoliberalismo o, peor aún, que nunca los abandonó, que los modelos de izquierda están agotados, en fin. Desde una perspectiva personal calificamos esta coyuntura como el desgaste de la izquierda institucional latinoamericana.
Para comprender el contexto actual en el que se desenvuelven las sociedades es menester remitirnos a los hechos históricos que lo hicieron posible. Para el caso en particular, las transformaciones sociales y políticas en Latinoamérica tienen sus raíces en los movimientos sociales y su articulación con otros movimientos en resistencia.
Fue así como movimientos sociales organizados dieron lugar a nuevos partidos y gobiernos en Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Uruguay, principalmente. Cada uno con sus respectivas especificidades pero apostando por generar una alternativa al status quo.
La consolidación de estos gobiernos tuvo un gran impacto a nivel global por la integración regional que logró conformarse. Integraciones como el MERCOSUR, el ALBA (como contrapeso directo al ALCA), la Comunidad Andina de Naciones, lograron frenar los deseos intervencionistas del imperio y beneficiaron económica, política, cultural y socialmente a los países miembros. Sin embargo, a pesar de las políticas sociales implementadas por dichos gobiernos la brecha entre el discurso y la acción se acrecienta rápidamente, y con ella la pérdida del apoyo popular.

Aquí, cabría aclarar que los países previamente mencionados merecen ser analizados de forma particular para lograr con ello una mejor comprensión de su contexto actual, mi intención no es, de ninguna manera, encasillarlos en los mismos parámetros de análisis. Sin embargo, no se puede negar que todos se han visto afectados por el proceso que denomino como el desgaste institucional de la izquierda.
Ahora bien, en un principio el apoyo popular fue el pilar sobre el cual se cimentaron los nuevos gobiernos progresistas, hoy día son esos mismos movimientos sociales los que ejercen una crítica a sus gobernantes, profundizando paulatinamente su desgaste. Lo anterior no es de sorprenderse si tomamos en cuenta los siguientes factores:
Los gobiernos progresistas son anti-neoliberales, más no anti-capitalistas, ello hace que sigan cimentados en una lógica de acumulación por desposesión, en los términos plateados por David Harvey; lo cual desemboca en la continuación de la búsqueda del crecimiento económico sin importar las consecuencias ambientales y sociales que ello genera.
La centralización del poder en una persona, en un partido político, impidió la participación de los movimientos sociales en el ámbito institucional, desembocando incluso en la criminalización de los mismos.
El totalitarismo mediático llegó a niveles extremos. El pensamiento único sufrió un tipo de efecto bumerang haciendo que el pluralismo informativo ya no exista y la versión oficialista sea la única que esté al alcancé de la población. Evidentemente todo lo anterior es patrocinado por los gobiernos en turno o en su defecto, por sus opositores; de una u otra forma la libertad de expresión es algo que se desdibuja cada vez más.
La represión y el miedo como formas de control social se hicieron cada vez más presentes en los países andinos, exacerbando la riña social-política.
Con especial énfasis en la actual coyuntura latinoamericana, la movilización de un sector que se había mantenido pasivo desde hace ya varios años: la derecha. Iniciando así frentes de oposición a los gobiernos progresistas, que son representados a través de grandes mítines y marchas que históricamente no se habían visto.

En ese sentido, cabe explicar por qué prefiero hablar de un desg
aste de la izquierda progresista y no de su fin. No cabe duda que los recientes triunfos políticos de la derecha en la región son un golpe muy duro a cualquier intento de integración latinoamericana, particularmente Venezuela, que desde la década de los noventa mantenía firme su carácter antiimperialista.
Sin embargo, hablar del un fin significaría agrupar a los países latinoamericanos como uno solo, dejando de lado sus características económicas, sociales, culturales y políticas, particulares. La región está lejos de sufrir un efecto dominó, en donde sea la derecha la que, paulatinamente, tome la batuta política de los países latinoamericanos. Un claro ejemplo fue rechazo por parte del gobierno brasileño, encabezado por Dilma Rousseff, a la propuesta del recién electo presidente Argentino Mauricio Macri, quien pretendía suspender a Venezuela del MERCOSUR; rechazo que recibió apoyo por parte de los demás países miembros.
En ese sentido, los recién arribados gobiernos de derecha tienen que ser muy cuidadosos al mover las piezas de su juego, pues de no serlo provocarían que aquellos que les dieron el triunfo se los quiten.
Asimismo, considero que hablar de un final acota a la izquierda institucional como única alternativa para enfrentar los diversos estragos de la crisis sistémica actual. Recordemos que detrás de la conformación de los partidos políticos de corte progresista están los movimientos sociales organizados. El verdadero reto estaría entonces en generar nuevas formas de organización que retomen las demandas sociales que en un principio fueron el estandarte de los gobiernos progresistas.
Atravesamos, sin duda, una crisis sistémica que deja al descubierto el lado oscuro de la hegemonía neoliberal: “el aumento exponencial de la desigualdad social; la discriminación racial y sexual puesta al servicio de la sobreexplotación del trabajo; la explotación de la precariedad y la incontrolable pérdida de valor de fuerza de trabajo; la explotación desenfrenada de los recursos naturales y el consecuente desastre ecológico; la introducción de la monoculturas de agronegocio […]”[2]

Ello hace necesario imaginar, crear y materializar alternativas al modelo económico neoliberal y, aún más profundo, al sistema de producción capitalista. Diversos autores que han escrito respecto al modelo progresista de América Latina describen el desgaste institucional con cierto pesimismo, por eso hablan del fin del ciclo, del punto final de la izquierda. Sin embargo, lo que para ellos representa un panorama negativo, para nosotros se presenta a manera de bifurcación, una oportunidad para la generación de nuevas alternativas, en donde es indispensable la radicalización de los movimientos sociales y su articulación.
Notas al pie de página:
[1] Retomando a Raúl Zibechi, los países progresistas son “aquellos gobiernos que han intentado cambios en lo que fue el Consenso de Washington, pero nunca aspiraron a trascender el capitalismo en su fase extractiva y financiera. Los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Ecuador, así como Paraguay cuando fue gobernado por Fernando Lugo, entran de lleno en esa categoría. Los de Venezuela y Bolivia merecen un trato aparte, ya que han declarado su voluntad de trascender la realidad que heredaron y no sólo administrarla.”
[2] Boaventura de Sousa Santos, Otro mundo es posible, Siglo XXI Editores, México, 2014, pp. 163
Fuentes:
De Sousa Santos, Boaventura, “Otro mundo es posible”, Siglo XXI Editores, México, 2014.
Zibechi, Raúl, “El modelo extractivo genera una sociedad sin sujetos”, Agencia de Noticias de la Acta Autónoma, [Consultado en Línea, 11-01-2016] URL: http://agenciacta.org/spip.php?article16458
Petras, James, “El capitalismo extractivo y las diferencias en el bando latinoamericano progresista”, Revista de opinión Rebelión, [Consultado en Línea, 11-01-2016] URL: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=149207
Blanche Petrich, “Agotados, modelos de países progresistas”, en Periódico La Jornada, [Consultado en Línea, 11-01-2016] URL: http://www.jornada.unam.mx/2015/11/23/politica/014e1pol
Enlaces de imágenes (respectivamente):
“Colimbiano”, dirección URL: http://www.elcolombiano.com/la-izquierda-de-america-latina-va-en-declive-BD1995425
Galería de fotos: “El nuevo Herald”, dirección URL: http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/america-latina/venezuela-es/article2234366.html
“Almacén de noticias”, dirección URL: http://almacendenoticias.blogspot.mx/2013/12/izquierda-y-progresismo-la-gran.html
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