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Un sueño, una vida entre periódicos

  • Deyanira Morales
  • 19 nov 2015
  • 6 Min. de lectura

El campo de batalla está listo, aproximadamente cada dos a cuatro minutos comienza el combate, entre las líneas color verde y café se disputan el paso, quien avanza más rápido es el triunfador. Sí, es la estación Centro médico, destinos finales: Pantitlán y Ciudad Universitaria. Entre lapsos de seis a diez de la mañana y cinco a nueve de la noche, las personas se rebasan entre codeos, empujones y entre dientes una mentada de madre sale para rematar la carrera.


El cruce de la estación se vuelve una pista de trotadores, con tal habilidad los trabajadores, estudiantes, señoras, vendedores y policías, avanzan como si estuvieran en un maratón; la vida en el metro se vive de prisa, acelerada, veloz, los cuerpos pasan fugaces, no hay contacto, no hay buenos modales, ni tiempo que perder, todos tienen una dirección que se tiene que seguir. Algunos y sólo algunos se detienen a leer.

Entre lecturas rápidas y mujeres “buenotas”


Entre toda esa multitud, hay quienes se detienen unos minutos a deleitarse o decepcionarse un día más, algunos sólo morbosean con las notas rojas y sus titulares tan sugestivos como, Se suicidó y no se mató, títulos que acaparan la mitad de la página en diarios como: La prensa, El gráfico y El metro, —otro muertito más— comentan los fugaces lectores, o —esa vieja si está re buenota, tiene unas chichotas— murmuran entre los señores, que aunque curiosos, a veces sólo se detienen a ver y no comprar el periódico.


Sólo unas cuantas personas le reducen a su monedero entre $5 y $10 pesos para aventarse una lectura en la espera del próximo vagón, algunos más intrépidos, aún con el poco espacio vital que les concede su limosina naranja, hábiles en la lectura rápida y en el manejo del tabloide, lo acomodan de una manera estratégica para leerlo, aunque encima tengan a una señora o la mano atravesada de alguien que se quiere agarrar para aguantar el frenón.


Entre las lecturas algunos hacen más un análisis de la imagen que del discurso, los $5 pesos gastados, a veces sólo son para admirar a la modelo de cuerpo exuberante y voluptuoso o a los degollados, macheteados, asesinados, colgados y atropellados de la madrugada que pasó. De manera que se entiende porque El Gráfico, según el Catalogo Nacional de Medios impresos e Internet del 2014, tiene un tiraje de 300, 000 ejemplares, La prensa de 244,299 ejemplares, a diferencia de diarios como La jornada, con un tiraje de 107,666. Sin duda el gusto de los capitalinos rompe géneros.


“En algo me tengo que ganar la vida”

Cinco con quince de la mañana, Iván Salcedo se levanta de su cama con un ánimo un tanto emprendedor, no hay tiempo de desayunar en casa, se viste con sus pantalones deportivos favoritos por ser los más cómodos, sus tenis nike que son “de los originales” y del mero barrio bravo porque dice él que ahí todo sale “bara bara” y su sudadera de imitación de la marca Pull and beer.


El motivo de su jornada laboral tan matinal, se debe a que los motociclistas repartidores de diarios, salen desde las cuatro de la mañana a repartir la porción de papel informativo que será exhibido en los puestos de periódicos. Iván se encuentra en Tacubaya con el surtidor que le proporciona su producto de venta: los diarios. Sí, su trabajo es ser vendedor de diarios. “esa es mi mera chamba, en algo me tengo que ganar la vida” comenta Iván, alias “El churros”, apodo ganado por una anécdota de secundaria

“El churros” y sus diarios


— Yo nací en Iztapalapa, de allá es mi jefa, pero mi papá nos trajo a vivir acá a Tacubaya, él toda su vida fue microbusero, empezó como checador cuando estaba morrito pero luego se hizo de su camión, ahora está enfermo y ya no puede manejar, pero le trabajan su camión y así saca la lana. A mí nunca me gustó eso de la manejada, la neta me daba flojera andar con las nalgas aplastadas todo el día.


De chavito siempre me gustaba comprarme periódicos, pero los más feotes, los de sangre y atropellados, la neta si era bien morbosito. Yo fui a la primaria Guillermo Prieto, aunque no me lo crean era de los mejorcitos, salía en el cuadro de honor y esas cosas presumidas, eso me latía porque mi jefa se emocionaba un buen. Aunque mi padre decía que sacar puro diez era de mariconcitos.


Después la secundaria pasó a amolarme, me volví medio rebelde, la edad de la punzada pues, quesque quería ser parte de una bandita de ahí del barrio y empecé a hacer cosas indebidas, la neta; por ejemplo a mis amigos y a mí unos chavos más grandes que nosotros nos pagaban 100 pesos diarios si metíamos churros de marihuana a la escuela y los vendíamos, pero después nos cachó el prefecto y santa regañiza que nos metieron, hasta nos querían llevar al tutelar porque nos empezaron a inventar más cosas, pero una maestra nos tiró el paro y sólo nos separaron en escuelas diferentes.


En ese momento ya ni tenía ganas de estudiar, ya mis calificaciones andaban por la calle de las amarguras y mejor me di de baja, me sentí de la fregada porque mi madre me la cantó diciéndome que no iba a mantener a un don nadie y que mejor me fuera buscando un trabajito; en pocas palabras me mandó a chiflar a la loma. A mí por supuesto después me valió madres, porque mi tío que vendía periódicos en Indios verdes, me dijo que me fuera a chambear con él.


Según yo con mi tío iba a realizar mi sueño guajiro de ser periodista, pensaba que vender periódicos era el primer paso y que así iría subiendo poco a poco, pero nel, después me di cuenta que es lo último de lo último. En fin, ya hasta después le agarré el gustito.


Un día de chamba

De indios verdes a Iván le fue asignada la base en Centro Médico, una estación muy concurrida donde los diarios se venden como pan caliente, a excepción de ciertos días. “El churros” ya conoce a la perfección las líneas del metro, hasta da indicaciones a las personas que se pierden; se instala con sus periódicos justo en las escaleras que cruza las estaciones; un banquito, su cangurera, dos guajolotas y una coca de litro, es todo lo que necesita para comenzar la vendimia.


— La verdad me late lo que hago, cuando termina la hora pico de la mañana me da tiempo de echarme mis tortas de tamal y hojear un poco los periódicos, me gusta ver las fotos de los muertitos y me imagino que yo fui el que tomó la foto. Hace algunos años pedí trabajo en El gráfico, precisamente como fotógrafo, pero por no tener ni siquiera la secundaria terminada ni me aceptaron. Pero ni me acongojo, aquí ya tengo a mis compañeros de chamba, aunque a veces nos caigamos gordos, nos echamos la mano en lo que podamos.


Yo tengo a mi valedor Rafa, es bien chido y me echa la mano en las mañanas yendo a Tacubaya a vender el periódico restante, yo antes me daba mis roles por allá, pero acá en Centro médico sale más varo. Mi horario es de seis de la mañana a cinco de la tarDe, pero luego no se vende todo y tengo que bajar los precios de los periódicos y venderlos hasta tarde, luego ya me voy casi a las seis y media, pero aguanto vara.


Afortunadamente ahorita vivo con mi tío, según yo, no tengo hijos, pero luego uno nunca sabe — comenta entre risas el carismático Iván— Pues no gano la fortuna del mundo pero pues me alcanza para comer e irme a echar mis bailongos en el Dancing Club Tacubaya, a veces hasta le invito unas chelas a alguna morrilla que se me acerca, me doy mis gustitos pues. Me ando llevando a la semana como 1,500 varos.


Mi vida me la llevo relax, antes era broncudo pero ahora ya no me meto en pedos, esto de ser vendedor tiene sus ventajas, tampoco es tan deprimente, no tengo que llevar puesto un traje de godinez como los que me compran los diarios, tampoco tengo que estar encerrado en una oficina, el metro me sale gratis porque al entrar no pago boleto, tengo amigos que saben lo que es ganarse la vida de esta manera y pues así está chido, convivo con mi gente pues.


Una estación, una vida

Con una apariencia fresca, un rostro algo desgastado, un tanto cacarizo, unos ojos entre vivarachos y despistados color marrón, cabello tipo casquete corto y una risa coqueta, “El churros” se la pasa gritando con esa voz grave — lleve El Grafico, El universal, La prensa, lleve su periódicoooo. Así él, así su vida y su encanto, así su entorno con Doña Carmen la del puesto de Todo a 5 y 15 pesos, su amigo “El tarimas” que vende los audífonos novedosos de colores por $20 pesos y la señora Vicky que vende el pan de nata en bolsitas. Todas esas experiencias en un solo cuerpo, en una sola vida, en una estación; en donde las horas no se miden con el tiempo del reloj, sino con el tiempo que pasa entre vagones y personas, en donde la hora pico, se vuelve económicamente la mejor amiga de “El churros”.

 
 
 

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