Cuestionando el papel de las mujeres en la lucha marxista
- Esmeralda Mariel Martínez
- 19 nov 2015
- 7 Min. de lectura
¿Por qué si existe una gran cantidad de hombres y mujeres que luchan para erradicar la violencia, discriminación, opresión y explotación de una clase social o grupo racial sobre otro, no es notoria la presencia de los hombres en las luchas de las mujeres que buscan erradicar su situación de opresión y subordinación por el hecho de ser mujeres?
Es decir, si se está hablando de hombres que tienen una concepción crítica respecto a la injusta distribución de poder y recursos, ¿por qué no participan en los movimientos de las mujeres que aspiran a lo mismo y que, de hecho, atraviesan de forma más aguda la desigualdad debido a que son mujeres?
¿Sería razonable deducir que muchos de estos individuos sólo se emancipan para erradicar aquello que les perjudica directamente, pero no están dispuestos a ceder sus privilegios como hombres?

Lejos de esperar que formen parte activa y retomen consignas y exigencias para erradicar esta estructura de dominación patriarcal -dentro de los movimientos sociales, incluso los más actuales y radicales- es evidente que ni las izquierdas se salvan de reproducir estas estructuras de dominación, algo que se puede notar con la asignación de tareas según su género o la cantidad de dirigentes mujeres en comparación de los hombres dentro de estar organizaciones y colectivos-. Como el ejemplo más claro de esto se encuentran los movimientos y organizaciones marxistas y socialistas.
Del feminismo marxista
Desde que se conformó el pensamiento marxista se vislumbró una posible explicación sobre la división del trabajo entre hombres y mujeres, la cual se atribuye a la fuerza física. Federico Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado mostró cómo la conformación de la familia monogámica se relaciona directamente con la propiedad, pues esta familia se funda en el predominio del hombre: su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos después de un proceso de acumulación de su padre, han de entrar un día en posesión de sus bienes. Por este motivo en este tipo de familia sólo el hombre puede ser infiel.[1]
Engels no ofrece una crítica más puntual o cuestiona tan siquiera la relación de poder de los hombres sobre las mujeres, sin embargo, sienta las bases para que algunas mujeres de aquel contexto -que no se identificaban en lo absoluto con el feminismo liberal por su sentido clasista, racista y elitista- reorientaran su lucha feminista a partir de una perspectiva marxista. Ahora con un culpable en común de la desigualdad económica y social que oprime tanto a obreros como a mujeres: la propiedad privada.
Alejandra Kolontái, una de las principales exponentes del feminismo marxista, fue una destacada política comunista, revolucionaria rusa y defensora de los derechos de la mujer durante la Revolución Rusa -tiempo después se convirtió en la primera mujer en la historia en ocupar un puesto en el gobierno-.
Kolontái en La mujer nueva y la moral sexual, acuñó un término importante para comprender a la nueva mujer moderna, las mujeres célibes, quienes son aquellas que se presentan a la vida con exigencias propias, que afirman su personalidad; que protestan de la servidumbre de la mujer dentro del Estado, en el seno de la familia, en la sociedad; que saben luchar por sus derechos. Representan un nuevo sexo, se desprenden de la dependencia de sus maridos, de ser mantenidas, de vivir a la expectativa de la idea del amor.

La libertad, la independencia y la soledad constituyen el contenido de todos sus deseos individuales. Ellas, pueden amar pero no sacrifican su trayectoria intelectual y profesional por una pasión; su principal compromiso es con ellas mismas.
Pese a lo anterior, son mujeres que salen del yugo de la dependencia económica y emocional que las sujetaba a los hombres, pero que son hijas del sistema económico del capitalismo. Han nacido con el ruido de las máquinas y la sirena de llamada de las fábricas. Porque, en realidad, esta mujer, la mujer moderna, no podría aparecer más que con un aumento cuantitativo de las fuerzas del trabajo femenino asalariado.
Alejandra Kolontái presenció en la Revolución Rusa la organización obrera a través de la doctrina marxista para conseguir un sistema político y económico donde no existiese la propiedad privada. Así, ella considera que el nuevo tipo de mujer, que es interiormente libre e independiente, corresponde totalmente a la moral que elabora el medio obrero en interés de su propia clase.
La clase obrera necesitó para la realización de su misión social mujeres que no sean esclavas; no quiere mujeres sin personalidad en el matrimonio y en el seno de la familia, ni mujeres que posean las virtudes pasivas femeninas; necesitó compañeras con una individualidad capaz de protestar contra toda servidumbre, que pudieran ser consideradas como un miembro activo, en plena posesión de sus derechos, y que conscientemente sirvieran a la colectividad y a su clase.[2]
Entre el feminismo y el marxismo
Tiempo después, algunas feministas marxistas observaron cómo la relación entre marxismo y feminismo ha sido siempre desigual en todas las formas que ha tomado hasta ahora. Aunque tanto el método marxista como el análisis feminista son necesarios para comprender las sociedades capitalistas y la posición de la mujer dentro de estas, de hecho el feminismo ha sido constantemente subordinado.[3]
Así lo menciona Heidi Hartmann en Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, quien cuenta cómo muchos marxistas suelen afirmar que, en el mejor de los casos, el feminismo es menos importante que la lucha de clases y que, incluso, divide a la clase obrera.
Esta postura política da lugar a un análisis en el que el feminismo se absorbe en la lucha de clases. Además, el poder analítico del marxismo con respecto al capital ha hecho que pasaran inadvertidas sus limitaciones con respecto al sexismo. Así, si bien el análisis marxista aporta una visión esencial de las leyes del desarrollo histórico, y de las del capital en particular, las categorías del marxismo son ciegas al sexo.
Hartmann retoma la postura de Engels, quien pensaba que el capitalismo arrasaría a todas las mujeres hacia el trabajo asalariado. Así, la participación de la mujer en la familia y el trabajo doméstico generaría una carga mayor de trabajo para ella. Para evitar lo anterior, la solución más viable para él es el socialismo, el cual liberaría a la mujer de su doble carga, colectivizando el trabajo doméstico y disolviendo la propiedad privada –incluso la que se impone sobre las mujeres- y el capital. Engels no toma en cuenta que, dado que el capital y la propiedad privada no son la única causa de la opresión de la mujer como mujer, su fin no provocará por sí solo el fin de su opresión.
Algunos otros marxistas contemporáneos, como Eli Zaretsky, mencionan que la creciente opresión de la mujer tiene por causa su exclusión del trabajo asalariado. Así como el hombre está oprimido por tener que hacer un trabajo asalariado, la mujer está oprimida porque no se le permite hacer un trabajo asalariado. [4]
Aunque el capitalismo creara la esfera privada como afirma Zaretsky, ¿cómo es que la mujer trabaja en ella y el hombre afuera?, ¿no acaso eso significa una serie de privilegios y atribuciones mayores?, ¿una forma inequitativa de accesos a espacios de poder y de acceso a recursos?, ¿es el mismo nivel de opresión?

Finalmente, las feministas marxistas actuales que han examinado el trabajo doméstico también han subsumido la lucha feminista en la lucha contra el capital, como el caso de María Rosa Dalla Costa, quien ha despertado una mayor conciencia de la importancia del trabajo doméstico entre las mujeres del movimiento feminista, considerando que estas deberían exigir que el trabajo doméstico sea un trabajo asalariado. ¿Acaso esto no llevaría a dar por hecho que son las mujeres quienes deban ocuparse de esas tareas?
Si bien es cierto que el feminismo marxista ha aportado grandes formulaciones teóricas en términos económicos y políticos, también ha carecido de capacidad para darle prioridad a la lucha feminista, obviando o dejando de lado aspectos que ni el mismo marxismo puede explicar o resolver sobre la situación de las mujeres.
La gran mayoría de personas no lucha por erradicar una situación que no le afecta y que, por el contrario, le beneficia. ¿Cómo se puede esperar que los hombres, por más críticos y de izquierda que se consideren, luchen por la desaparición de sus propios privilegios?
De esta forma, una mujer puede participar en diversos colectivos y organizaciones en contra de distintas formas de dominación y opresión, ya sea desde una postura marxista, zapatista, anarquista o cualquier otra, pero si no lucha también por abolir su subordinación generada por el hecho de ser mujer, no conseguirá realmente ser libre.
Lo mismo ocurre si no es crítica de sí misma y el movimiento social al que pertenezca. Si no puede distinguir entre la dominación contra la que lucha –clase, origen étnico, edad u otra- y la subordinación particular de su género, no podrá concebir las dimensiones dobles, triples, cuádruples –o más- de marginalidad por las que atraviesa.
Sólo queda soñar con movimientos de izquierda que realmente tengan como prioridad abolir el sistema capitalista-patriarcal que oprime a todos y todas, pero que no lo hace por igual. Movimientos que acepten que la opresión se ejerce de forma distinta y que para conseguir erradicar un sistema tan violento es necesario que no sean solo las mujeres quienes luchen contra él. Que también los hombres, sobre todo aquellos que están en contra de los privilegios de clase social y origen ético, que luchan y resisten para abolir este sistema injusto, también comiencen a desprenderse de los privilegios que poseen sólo por ser hombres.
REFERENCIAS:
Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú, 1984, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/, (visto el 25 de octubre de 2015 a las 9:35 hrs)
Kolontay, Alejandra, La mujer nueva y la moral sexual, Publicaciones importantes, Ciudad de México, 1979, Pp. 93
Hartmann, Heidi, Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, Fundación Rafael Campelans, http://www.fcampalans.cat/archivos/papers/88.pdf , (visto el 25 de octubre de 2015 a las 11:54 hrs)
[1] Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú, 1984, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/, (visto el 25 de octubre de 2015 a las 9:35 hrs)
[2] Kolontay, Alejandra, La mujer nueva y la moral sexual, Publicaciones importantes, Ciudad de México, 1979, Pág. 49.
[3] Hartmann, Heidi, Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, Fundación Rafael Campelans, Pág. 1
[4] Ibíd. Pág. 3
Foto 1 tomada de noticiasuruguayas.blogspot.com
Foto 2 romada de luxemburgism.forumr.net
Foto 3 tomada de www.radiodelmar.cl
コメント