Tan humanamente excluyente
- Cuauhtémoc Mondragón
- 18 nov 2015
- 4 Min. de lectura
Los asesinatos perpetrados en la ciudad de París por el grupo Estado Islámico de Irák y Siria (ISIS) el pasado viernes 13 de noviembre, develan una enorme inconsistencia en torno al carácter “inalienable” de los derechos humanos. Inconsistencia que transciende por mucho las fronteras de Francia, bajo las dimensiones de un conflicto cuyos juicios inmediatos tienden a la más infortunada noción de sensibilidad y empatía.

Es un hecho que las reglas de atención se orientan a partir de factores como la proximidad. Sólo aquellos acontecimientos que representan una afectación al entorno cercano del individuo pueden despertar un estado de inquietud tal que motiven cambios de actitud.
Entre ellos, la expresión de una postura consecuente como lo es teñir con azul, blanco y rojo los monumentos de la Torre Eiffel, el Empire State de Nueva York o la Ópera de Sídney en Australia; al igual que las denotaciones individuales de ego en plataformas de interacción virtual como Facebook, que recientemente activó una función para apoyar a las víctimas del ataque a civiles que asoló distintos puntos de la capital parisina. Su saldo final asciende a 132 muertos según informa el portal en línea de la BBC.
Es importante aclarar que este entorno cercano no es necesariamente físico, sino cognitivo. Puede que jamás se haya tenido contacto con él. Sin embargo, en la lejanía se percibe como algo muy propio. Bajo este entendido, cabe preguntarse cómo son las formas en que la sociedad cosmopolita (ya sea en México o en cualquier otra parte del mundo), experimenta su proximidad respecto a dos contextos culturales distintos. Respecto al mundo europeo y al mundo musulmán.

En tanto que el ideal del progreso moderno fue ensoñado bajo ejes rectores específicos, entre ellos la confianza en la superioridad y bondad de Occidente, es entendible que las crisis del mundo europeo, cuna del pensamiento ilustrado, despierten temor y empatía entre quienes habitamos las extremidades de un orden que persiste tras el desgaste de sus promesas y con una pretensión inacabable de globalidad.
Resulta entendible entonces que la inestabilidad de los centros del crecimiento y desarrollo económico extienda su cisma telúrico hacia las periferias, donde el temor puede ser experimentado con mayor resabio debido a las carencias materiales traducidas en la ineficacia e irresponsabilidad de quienes imparten los propios servicios de seguridad y bienestar público. Hecho claramente observable en nuestros Estados Unidos Mexicanos, en la violencia e impunidad cotidiana que rebosa sobre el narcotráfico y los órdenes de gobierno.
No obstante, ¿qué ocurre con la proximidad que experimentamos hacia el mundo musulmán y con aquella zona de imprecisión en el mapamundi llamada “medio oriente”? Sobre éste suele entenderse poco menos que las superficies de un estereotipo, orientado con base en un orden del discurso que, pese a todo, pudiera ser justificado en la necesidad innegable de reducir la complejidad en aquello que no resulta comprensible durante el intervalo de la inmediatez.
Su valor en términos de recursos energéticos; la coacción sobre las mujeres en pos de la tradicionalidad; la enemistad de orígenes bíblicos entre un pueblo rico y otro pobre, apostados en la Franja de Gaza; el asentamiento de comunidades religiosas cuya ortodoxia arriba a la declaración de guerra y las constantes intervenciones militares "civilizatorias", son los tópicos habituales que orientan las reglas de ese recurso cada vez más escaso: la atención, reduciendo la heterogeneidad de aquel mundo al campo de batalla perpetuo.
El estereotipo funge como una fijación de sentido primario, por lo cual son ineludibles sus representaciones. Pero lo cierto es que éste necesita ser superado a través del acto reflexivo para propiciar el reconocimiento mutuo y una mayor proximidad en el diálogo a nivel intercultural. La problemática real deviene cuando el estereotipo y sus formas de orientar las reglas de atención se convierten en el repertorio intencional de referentes para interpretar la realidad.
El sábado 14 de noviembre, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, señaló que los atentados en París constituyen “un ataque no sólo contra los franceses, sino contra toda la humanidad y contra los valores que compartimos”, como así refiere el periódico La Jornada en su publicación del sábado 14 de noviembre. Un comunicado de carácter extraordinario, en tanto que fue merecedor de un espacio importante frente al estrado de la Casa Blanca y en las principales notas informativas de numerosos medios de información.

Tan inusitado como las muestras de solidaridad que iluminaron con los colores de la Francia los objetos emblemáticos de las identidades nacionales en más de un país, bajo una consigna de paz inaudible durante los restantes días y años en que las imágenes de la mansalva militar y la desolación de aquel lejano oriente transcurren frente a cualquier pantalla con total normalidad. Pareciera entonces que esos distantes conflictos no representan ataque alguno contra la humanidad. Pareciera entonces que esos distantes lugares no son habitados por seres humanos.
¿Será por eso que los bombardeos franceses que asolan hoy a la población civil en Siria no despiertan la misma conmoción? ¿Será por eso que las 43 muertes que dejó el ataque de ISIS en Líbano no tuvieron la misma resonancia entre las opiniones públicas, pese a ocurrir tan sólo un día antes de los crímenes cometidos en Francia?
No debiera ignorarse que la exclusión y el desconocimiento del otro pueden manifestarse de formas tan terribles y explícitas como lamentables e implícitas. Mientras el rastro de la humanidad y sus derechos inalienables sigan remitiendo los ojos del mundo hacia los centros del desarrollo occidental, el rastro de vida inteligente seguirá remitiéndonos al mismo sitio de siempre. A ninguno.
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