Cidade Saudade
- Montserrat Pérez
- 18 nov 2015
- 3 Min. de lectura

De algunos andares citadinos...
Reforma
Los alebrijes nos miran desde lejos. Las figuras me recuerdan a los cuerpos se funden en las camas de los moteles de paso: Bestias retorcidas, aladas, de colores. Pájaros, dragones, tigres. Todo y nada. Miradas furiosas, extasiadas. Nos ven caminar, como esperando a que nos unamos a su espectáculo. Yo calculo cada paso. Pienso y vuelvo a pensar la situación. Ya era hora, ¿no? ¿Y si no debía ser? Pero me pulsan las piernas.
Besarlo fue como me había imaginado. Igualito a ese sueño húmedo de hace unas semanas. Un poco torpe, como siempre son los primeros besos. Es lo bello de conocer los labios de otra persona, de hacer la presentación propia, pero sin hablar. Como cuando conocemos a alguien y no sabemos cómo saludar: ¿Debería darle la mano o un beso en la mejilla? Oh, qué torpe, bueno, este, sí, mucho gusto.
Mucho gusto. Más gusto el de morderle la boca. Me quedan las ganas de quitarle la ropa despacio, de acariciarle la espalda y los brazos. De sentirle el cuello palpitar, olerle el espacio entre la oreja y el cuello, pasarle la lengua por el pecho. Siempre quedan ganas de eso. Pero siempre falta tiempo en esta ciudad. Y lo cierto es que también falta voluntad.
Álvaro Obregón
Nos vemos como siempre. Cuando quiere. Me manda mensaje tarde, le respondo, tarda más en contestar. Me acomodo el vestido, me limpio el delineador para que no se vea corrido, me lavo los dientes, me pongo perfume y tomo la bolsa. Me miro al espejo antes de salir. Qué pinche tarde es.
Llego a su casa, espero a que baje. Carajo, no hay nadie y pasa de la 1 de la mañana. Me recargo en un poste de luz y miro al camellón. De día se ve tan diferente. Ahora sólo hay antros y bares abiertos, no me dan ganas de caminar por ahí. Cuántas veces he pasado por esa calle sin mirar realmente los edificios.
Al fin escucho cómo abre la puerta. Entro a hurtadillas. Como si tuviera 15 años y, pues, hace un rato que ya no tengo esa edad. Vamos al balcón, fumamos hierba. Me abraza por la espalda, me acaricia los senos y nos besamos en la baranda. Siento la boca seca, pero la ganja siempre ayuda a que me relaje.
Le digo que mejor lo dejamos para otro día. Tiene sueño y yo también. Me toma de la cabeza y me acuesta sobre la cama. No quiero follar. Se me pone encima. Hierba mala nunca muere, pienso. Y él es la peor hierba del jardín. Mentiroso, cabrón. Le lamo el abdomen, le paso las manos por los muslos, frenesí, garganta seca, todo rápido, con las manos y la boca, una rusa de paso, para darle sabor. Termina.
Cuando apaga la luz no duermo. Escucho cómo pasan los carros sobre la avenida, lo siento respirar profundo, su mano sobre mi cadera. Así se descansa en esta ciudad. Un insomnio más.
La 2 Oriente
No lo conozco. Sí, bueno, es amigo de un amigo. Nos tocó dormir juntos. No estoy ebria, sólo fumé demasiado tabaco. Estoy alterada por eso, pero muero de cansancio. El trayecto hasta allá me dejó exhausta. Y además los recuerdos.
Siempre que los veo se me inundan los ojos con memorias de otros días. Eso pasa cuando una vive haciendo lo que le da la gana. Y también cuando no. Resignificar espacios. De eso se trata todo, de pisarlos hasta el cansancio, hasta que haya tantas memorias que el dolor no entienda más por qué existe.
Dormir con un extraño. Como si no lo hubiese hecho antes. Y… no, la verdad es que no. Mis intentos con dormir con desconocidos siempre acabaron en sexo o algo parecido. Así fue con B y fallamos deliciosamente. No dormir con él fue una de las mejores ideas del mundo. No dormir con él fue un sueño maravilloso que se llenó de días de orgasmos fabulosos y pirotecnia.
Caigo rendida junto a esta persona que en otro momento podría haber sido uno más en la lista. Duermo profundamente. Lo escucho roncar y siento un alivio muy extraño cuando lo tapo en la mañana para que no tenga frío. Percibo una intimidad profunda, que seguramente es producto de mi imaginación, pero creo que sólo puede existir entre dos personas que logran dormir y soñar en la misma cama, sin pretensiones, sin apuros, sin expectativas ni ropa que recoger de la habitación.
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