Por el derecho a la experiencia urbana
- Alexis Uriel González Correa
- 16 sept 2015
- 4 Min. de lectura
Si aceptamos los postulados teóricos de Kevin Lynch, la ciudad nunca se vive como una totalidad. Es decir, de acuerdo con este urbanista estadounidense, la experiencia en el espacio urbano se construye según el lugar social que el sujeto ocupe dentro de él. Ello significaría que no todos los grupos sociales conocen, experimentan y “hablan” de igual manera los diferentes espacios que constituyen una ciudad, configurándose entonces como una gran suma de parcialidades y mosaicos heterogéneos que, no obstante, mantienen una imagen fragmentaria de la misma.
En esta visión, los grupos urbanos más pobres son incapaces de disfrutar y entender los espacios ordenados, nuevos y asépticos de las élites, mientras que a esas élites les resultan incomprensibles aquellos lugares aparentemente caóticos y abigarrados de la marginalidad; no porque la ciudad capitalista produzca inherentemente segregación espacial, sino porque los grupos urbanos no dominan las marcas, bordes y nodos que constituyen el escenario de lo urbano.
Es verdad, la ciudad nunca es totalidad, ella es múltiples retazos de experiencias cotidianas, y cuando se le nombra, ella es un concepto, un monograma o un emblema. Sin embargo, colocarlo en estos términos significaría aceptar que es casi natural que una ciudad sea desigual y que sus espacios estén vedados a los diferentes sectores que la componen. No obstante, la ciudad del capitalismo produce un polo donde una minoría rica y socialmente bien acomodada recibe la mayor parte de la inversión pública y privada, mientras que al resto de la población le son concedidas, en negociación política, las migajas de aquellos recursos destinados a la infraestructura urbana y su movilidad.
Precisamente, esta disparidad parece que se ha convertido en la norma a través de la cual funcionan las políticas públicas en México. Para ejemplificarlo, mientras que el gobierno de la Ciudad de México se gastó cinco mil sesenta y ocho millones de pesos en la construcción del segundo piso del periférico (2006), que conectó la zona de Santa Fe con el sur de la ciudad, entre 2013 y 2015, se han invertido anualmente, según informes del Departamento de Comunicación Social del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STC Metro), cerca de mil ochocientos cuarenta y ocho millones de pesos. Con la diferencia fundamental de que el Metro transporta cada año (2014) a 1, 614, 333, 594 usuarios. Es decir, aunque el SCT Metro reciba anualmente cerca del 60% del presupuesto del Programa de transporte y vialidad del Distrito Federal, el volumen de usuarios no es ni remotamente comparable con el que pueden movilizar las vías destinadas al transporte privado.

Imagen de la estación del metro Pantitlan
De: www.sopitas.com
El problema de fondo es que mientras una parte minúscula de la sociedad adquiere velocidad y eficiencia a la hora de circular por la ciudad, la otra gran mayoría queda a merced de sistemas de transporte viejos, lentos e insuficientes. La ciudad se experimenta de manera diferenciada: unos disfrutan del exterior y la altura para ir de su casa al trabajo, mientras que el resto batalla diariamente en el hacinamiento subterráneo. Y, aunque el metro es un medio de transporte de probada eficiencia, éste siempre se vuelve obsoleto e incapaz de responder a las demandas de sus usuarios porque la ciudad arroja constantemente a los más pobres hacia las periferias en expansión.
La ciudad se vuelve irracionalmente desigual porque el centro queda reservado para quienes pueden pagar alquileres costosos, restaurantes exclusivos, tiendas, museos, centros culturales y, nuevas avenidas para ciclistas y peatones. En tanto que una minoría disfruta de las bondades de la inversión en infraestructura urbana y de movilidad, los trabajadores extienden incesantemente el tiempo-vida que les cuesta ir de su casa al trabajo. Mientras unos disfrutan de la experiencia “cosmopolita” de la Ciudad de México, las grandes mayorías luchan diariamente por tener un espacio en la vida urbana. Si hay algo a lo que no apunta Kevin Lynch, es que mientras unos pocos hacen nítidas las experiencias bondadosas de la vida citadina, otros muchos producen poco de esa experiencia urbana porque quedan al margen de su disfrute.

Imagen de :http://news.urban360.com.mx/143253/repavimentacion-segundo-piso-del-periferico-concluira-en-julio/
A pesar de que temo disentir con quienes imaginan ‹comunidad› en la ciudad, pues una y otra son conceptualmente contradictorias, sí creo que en lo urbano opera un ‹lazo social› que nos permite reconocernos como vecinos, amigos del barrio, o ya de menos, como conocidos en la cuadra. Precisamente, es en la última década donde se ha roto ese importante lazo, colocándonos unos a otros como sospechosos, evitando que nos organicemos para luchar por nuestro derecho a la experiencia urbana, y tristemente, anulando toda capacidad de respuesta frente a un Estado que prohíbe a la mayoría el disfrute de la cultura, el medio ambiente, la educación y la justicia en la ciudad.
Indudablemente seguiremos necesitando de inversión en vialidades, sistemas de transporte colectivo, infraestructura para ciclistas y peatones, sin embargo, cada vez resulta necesario replantearnos cuál es el tipo de ciudad que queremos. Creo que habría por empezar a reconocernos como habitantes de un mismo lugar, por ocupar los espacios públicos, por trabajar de cerca con los vecinos, por reconstruir el lazo social y luchar por el derecho a disfrutar de una ciudad para la gente.
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