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La mesa se hizo más chiquita

  • Fructuoso Matías García
  • 16 sept 2015
  • 4 Min. de lectura

matias@ciencias.unam.mx

En 1982 con un salario mínimo se podían comprar 51 kilos de tortilla, el año pasado, en 2014, ya sólo se podían comprar seis kilos —si todo el salario mínimo se gastara en la compra de un artículo—.En 1982 se podían comprar 280 piezas de pan, en 2014 sólo 37. En 1982, con un salario mínimo se compraban nueve kilos de huevo, en 2014 sólo dos kilos. El Centro de Análisis Multidisciplinario (cam.economia.unam.mx) de la Facultad de Economía de la UNAM lleva desde hace décadas un recuento de los precios de alimentos básicos que muestran cómo se ha deteriorado el poder de compra con lo que se paga en México por la fuerza de trabajo.

En la mesa de las familias trabajadoras, fue cada vez menos lo que se podía comprar con los salarios que, al amparo del gobierno y empresarios, siguió una ruta de disminución sin recuperación desde hace ya más de una generación de mexicanos/as.

En la sección VI del artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos se lee: “…los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”. Si esta ley se cumpliera, entonces con los $70.10 pesos de un salario mínimo, debería alcanzar no sólo para que un jefe de familia se transporte, coma y realice su jornada de trabajo, sino que también debería alcanzar para dar el gasto en su casa, para que él y su familia tengan donde vivir, tengan ropa y calzado, salud, educación, recreación y otras necesidades de carácter social, así lo marca la Constitución. Pero esta ley no es más que letra muerta en el México actual.

Las mediciones que realiza el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) documentan el despojo que se ha operado en contra de las clases trabajadoras desde hace muchas décadas. Al dar seguimiento a los precios de una Canasta Alimenticia Recomendable, se comparan las variaciones del salario con las de los precios de estos alimentos y el resultado es una clara pérdida del poder adquisitivo del salario. La Canasta Alimenticia Recomendable (CAR) tenía en 1987 un precio de $3.95 pesos, mientras el salario mínimo era de $6.47. A la vuelta de casi tres décadas, en 2015 la CAR tiene un precio de $201.01 pesos, mientras que el salario mínimo es solamente de $70.10 pesos. Esto significa una pérdida del 79% de su poder adquisitivo, es decir, el salario actual representa una quinta parte de lo que podía comprar con el pago, por el mismo tiempo de trabajo, en 1987. Cabe señalar que la CAR es sólo de alimentos, esto es, no considera gastos de vivienda, salud, vestido y calzado, transporte, escuela, etcétera.

¿Qué significa esto particularmente para la generación entre los 15 y 30 años de edad? Para quienes actualmente trabajan, ¿pueden imaginar las implicaciones que tiene que por su mismo trabajo les pagaran cinco veces más? Esos eran los niveles de poder adquisitivo que se tenían una generación atrás. Sin embargo, hay que tener presente que aún con esos niveles existían muchos problemas en la reproducción de las clases trabajadoras, el comparativo es para mostrar cómo actualmente tienen una magnitud mayor. Para quienes están por ingresar al mercado de trabajo, esos niveles salariales son algo que jamás han visto. Quienes nacieron alrededor o después de 1987 son una generación que creció entre la crisis, una generación a la que el capital le ha querido imponer la idea de que pagos tan miserables son los pagos normales, cuando lo único normal en el capitalismo es que el capital busque cada vez más apropiarse del producto de los/as trabajadores/as. Una generación la que la única opción que le da el capital es seguir bajo esos niveles de pobreza o mejor dicho, de esclavitud moderna. Una generación que ha sostenido la superexplotación con dobles o triples jornadas de trabajo, como las de las mujeres que tienen una jornada laboral en un empleo, una más en sus quehaceres domésticos para procurar a sus hijos, y luego una más para realizar una actividad que complete el gasto porque con una sola no alcanza.


El debate sobre el salario mínimo impulsado el año pasado por empresarios y gobierno, sin consultar a quienes son las principales afectadas, es decir, las clases trabajadoras, es apenas una raquítica muestra del desprecio y la ignorancia que los de arriba tienen por las condiciones del abajo social. Dicha ignorancia y desprecio tomó el color de todos los partidos políticos del sistema, unos vendiendo eficiencia productiva, otros tratando de vender esperanza como una mercancía más con miras electorales. Lo que no está presente en ese debate es lo fundamental del salario, a saber, que no existen salarios justos, porque todo salario es una relación de explotación.

Las mesas se siguen haciendo más chiquitas, más chiquitos los salarios, más chiquitas las piezas de pan, más chiquitos los platos, y sin embargo, más grandes las evidencias de que no puede haber un capitalismo menos malo y que en esas relaciones de explotación no sólo la nuestra, sino ninguna generación tiene futuro.

 
 
 

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