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EPN: Lo que mal empieza mal acaba, y esto apenas va a la mitad.

  • Luis Alberto Rodríguez
  • 11 sept 2015
  • 5 Min. de lectura

La semana pasada México se convirtió en un caldo de cultivo, donde tanto los asuntos internos como los de política exterior pusieron en innegable entredicho las posibilidades de que Enrique Peña Nieto pueda concluir en tiempo y forma con la administración que encabeza desde el 1ero de diciembre de 2012.


Enrique Peña Nieto

Fuente: http://www.vivelohoy.com/

Apenas el próximo primero de diciembre se cumplirán tres años de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Al día de hoy no se ha cumplido ni la mitad de de su mandato, y aquellas promesas renovadoras, que le valieron las portadas de la prensa extranjera, se ven cada vez más lejanas de cumplirse.

Los rumores que giran en torno a su estado de salud, a su rompimiento con la dirigencia de su partido y hasta de su divorcio con Angélica Rivera, no hacen más que abonar mórbidas expectativas que se construyen sobre los desenlaces para la segunda parte de su sexenio.

Pero está de más hacer caso de rumores cuando se conocen los datos duros. El país atraviesa por una crisis de Estado y el presidente del ejecutivo no está siendo capaz de actuar a la altura de las circunstancias.

La dramática depreciación del peso, sus onerosas giras internacionales, la misteriosa fuga del "Chapo", la irresponsabilidad con la que ha capoteado el caso Ayotzinapa y el cinismo con que se exime de sus "conflictos de intereses" son sólo algunos de sus más lamentables desaciertos durante el último año de su gobierno, razones por las que no es de extrañar que la popularidad del mandatario mexiquense alcance mínimos históricos.

Mientras la presidencia y el país se salen de su control, a Enrique Peña Nieto no se le ve más voluntad que la de sostener su interminable discurso de soberbia. Su mensaje con motivo de su tercer informe de gobierno, ocasión oportuna para dirigirse a la nación con franqueza y madurez, quedó como otra gris demostración de la ceguera y la falta de autocrítica que aquejan a él y a su equipo de trabajo desde mucho antes de portar aquella banda presidencial que ahora se le resbala entre las manos. Más temprano que tarde, el experimento neo presidencialista está colapsando. Sus estructuras no tuvieron desde un principio la fuerza necesaria para sostener el peso de un país mermado por la corrupción y la violencia. Su corta visión los condujo a apostar el éxito de su proyecto de estado a un recurso energético que lejos de generar el rendimiento previsto, no deja de perder terreno frente al Shale, hecho que reduce cada vez más las expectativas de crecimiento prometidas.

Los turbios resultados de la investigación de la Secretaría de la Función Pública sobre las casas de Malinalco y Sierra Gorda se suman ahora al penoso informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde se refuta la "verdad histórica" sobre Ayotzinapa, y se implica la participación no sólo de la policía municipal sino de las fuerzas federales.

En cuestión de semanas, los dos grandes fantasmas del peñismo volvieron con más fuerza hasta la oficina de los Pinos. Miles de personas y decenas de organizaciones se suman a la exigencia de la renuncia del mandatario y un juicio político contra el mismo. Cuando miramos hacia afuera de nuestro país, la reciente renuncia del ex presidente de Guatemala Otto Perez Molina pone el dedo en esa llaga incómoda. Las preguntas se agolpan: ¿Somos incapaces los mexicanos de conseguir que nuestros servidores públicos rindan cuentas? ¿No es la movilización ciudadana suficiente para hacer respetar la voluntad popular?, ¿Debería el presidente renunciar?, ¿Deberíamos exigir su renuncia?

Según dicta, el Artículo 86 de la Constitución mexicana que “un cargo de elección popular sólo es renunciable por causa grave, que calificará el Congreso de la Unión, ante el que se presentará la renuncia”.

Por lo tanto, el primer paso sería que la voluntad ciudadana o la gravedad de las circunstancias orillen a los legisladores a proceder de manera consecuente. Parece una empresa difícil, sobre todo asumiendo todos los compromisos y favores políticos que se comprometen con este movimiento; sin embargo, si algo podemos aprender de nuestros vecinos del sur es que lo difícil no es sinónimo de imposible.



Y bien, si renuncia ¿Qué sigue? ¿Sirve esto de algo?

El sistema político que rige nuestro país es una compleja red construida con deudas y gratitudes. Por décadas, las cúpulas de poder (no solo político) se han ido acomodando y arraigando en su estructura social. No es para sorprenderse que frente al desplome de la imagen presidencial, las diferentes facciones políticas ya preparan sus estrategias rumbo al 2018 (o antes si es posible).

Incluso el propio PRI, en un franco distanciamiento con el hombre que los llevó de vuelta a Los Pinos, prepara ya el terreno para tratar de asegurar la sucesión presidencial. No es coincidencia el reciente nombramiento de Manlio Fabio Beltrones como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del tricolor. Parece que el partido en el poder está dispuesto a darlo todo en la lucha por preservar el sistema de impunidad y privilegios que hasta ahora padecemos. Y si no son ellos ya vendrán otros, el color es lo de menos.

Entonces, ¿Qué es lo que se puede hacer?

Lo que procedería en el afán de alcanzar una democracia funcional es la creación de organismos ciudadanos, verdaderamente autónomos, que para exigir transparencia y rendición de cuentas a cualquier servidor público, sin importar su fuero o cargo. Sobra decir que la participación ciudadana consciente, responsable e informada sería de crucial importancia para el éxito de este propósito.

Si queremos que las próximas elecciones federales sean limpias, libres de los ya acostumbrados delitos electorales y cuenten con la presencia de observadores internacionales, y con un arbitraje imparcial tenemos un gran reto frente a nosotros. Un reto que necesita tiempo, organización y cohesión de todos los organismos involucrados. En esta ocasión, cualquier movimiento apresurado sería una oportunidad para la cúpula política de subsanar sus grietas y remplazar a sus elementos más débiles.

Con miras a esta segunda parte del desafortunado sexenio de Peña Nieto, no podemos esperar mucho más de aquel que mucho prometió y del que poco se esperaba desde el comienzo.

Si su salud y la gobernabilidad del territorio se lo permiten, esperamos que por su bien y el de nuestro país ejerza lo que resta de su cargo con compromiso, responsabilidad y transparencia. Hacemos votos para que los vientos nacionales e internacionales soplen a nuestro favor, para que así no haya más excusas para los desaciertos y la negligencia que han caracterizado a esta administración. Al final no queda más que desearle a Enrique Peña Nieto que le vaya bien en lo poco o mucho que quede de su mandato. Después de todo, nos guste o no, si le va mal al presidente a nosotros nos va peor.


Colaboración de Contratiempo MX y Djóvenes.


 
 
 

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