El avestruz de la academia mexicana
- Alexis González
- 18 ago 2015
- 4 Min. de lectura
Un par de meses atrás, los escándalos de plagio sacudieron estrepitosamente a la academia mexicana. En el primer caso, y quizá el más sonado, se descubrió que Rodrigo Nuñez Arancibia había cimentado gran parte de su carrera académica plagiando textos de otros investigadores en diferentes países, que había recibido estímulos económicos por esta actividad y que, ostentando el grado de profesor-investigador, había ocupado cargos administrativos dentro de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Once años viviendo en la simulación.

Foto; Rodrigo Núñez Arancibia
La andanada de críticas pronto hizo que otro caso saliera a la luz. En el Colegio de San Luis, el investigador Juan Antonio Pascual Gay fue acusado de plagiar un par de textos que años atrás habían sido publicados en la revista Arrabal. Sin ser tan burdo como Nuñez, resultó claro que formaba parte de la misma práctica plagiaria.
Frente al escándalo mediático, las instituciones donde laboraban ambos investigadores, decidieron hacer lo que en todo caso tendría que hacerse ante este tipo de acontecimientos: el despido. Por su parte, el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) hizo lo propio al expulsarlos de la academia, vetándolos hasta por veinte años para siquiera aspirar al derecho a ser re-considerados por el SNI. En ese momento se elogió la decisión tomada, se escribieron algunos artículos apelando a la ética académica y se llamó a la honestidad de aquellos que forman parte de la producción científica en nuestro país. Parecía que ya todo se había resuelto.
No obstante, algunos años atrás, mientras se destapaba el caso de plagio de Boris Berenzon, alguien escribió que éste sólo pudo llevarse a cabo bajo la complicidad del “ejército de mimos”, de aquellos que actuaban como que hacían su labor científica. Es interesante porque ―y lo digo abiertamente― el plagio, el robo de trabajos a los alumnos, el reciclaje desfachatado y el “echarle la mano” a otro investigador amigo para “coordinar” un libro, son prácticas que hace comúnmente una gran parte de los profesores e investigadores de la universidades en México. Ese “ejército de mimos” es una realidad que muchos vemos y sabemos, y curiosamente, lo único que pudo atinar a decir la élite de académicos sobre Nuñez y Pascual Gay fue: castigo máximo a quienes plagien, o mejor dicho, a quienes sean descubiertos. Pedían el rigor de la ley para algo que ellos mismos hacen. Se actúa como que se hace.
El problema aquí es la obcecación de esa élite académica, de su incapacidad de advertir la práctica plagiaria como producto de eso que ellos representan, y, aunque lo vean, desean mantener a flote el bote salvavidas en el que están montados.
II
Algún tiempo atrás, se anunció la apertura de las cátedras CONACYT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología), que en la práctica significó que aquellos con grado de doctor, y que no habían conseguido plaza definitiva en alguna una universidad, podían continuar con su actividad de profesor-investigador por un periodo de 10 años, siendo pagados directamente por CONACYT y no por la universidad donde laboraran. Es decir, en esos diez años ellos tendrían que probar a su universidad que son elementos valiosos, y la forma de hacerlo claro está, es a través de su producción académica.
Por otro lado, hace algunas semanas se anunció el recorte del 30% al presupuesto de CONACYT, que a final de cuentas será absorbido, no por la burocracia, sino por los estudiantes becarios de los programas de posgrado en todo el país. Si uno es más o menos agudo, logrará advertir que el resultado será una elevación en los requisitos para ser admitido en un posgrado, y por ende para ser acreedor de una beca CONACYT. Sin embargo, los criterios para ser admitido y becado, no tendrán que ver con la capacidad creativa del estudiante, sino, y de igual manera, con la producción académica que éste realice, con su “eficiencia”. Así pues, para ser becario o profesor-investigador, habrá que tener espíritu de mártir, o de lo contrario, ajustarse con lo que CONACYT-SNI estimulan: la deshonestidad académica en aras de cumplir con los lineamientos de producción.
La academia en su afán de constituirse como una élite de producción del saber, ha creado mecanismos en los que la creatividad se soslaya en pos de la eficiencia. Los investigadores publican hasta el cansancio, refritos de sus investigaciones pues su especialización depende del “dominio” de un campo de saber y no justamente de la experimentación. En contraparte, el estudiante termina entendiendo que si desea formar parte de la academia, es necesario entrarle a la lambisconería con su tutor y otros investigadores, a la poca reflexión intelectual y el tiempo que ésta supone, y finalmente, a formar parte de un grupúsculo político que contiende por el poder dentro de las instituciones universitarias y de investigación.
La producción científica en nuestro país ha fracasado precisamente porque se ha ocupado más en salvar sus pertrechos, han metido la cabeza en un hoyo como las avestruces, y han aceptado con cabeza agachada todas las políticas instrumentadas por el Estado. La academia mexicana es irrelevante para la población porque en primera instancia ni la entiende y tampoco tiene nada para decirle. El investigador deseable del Estado precisamente ha sido aquel redundante y especialista en temas tan irrelevantes como banales, y no el que aporta elementos y trabajo de transformación para la sociedad.
La corrupción, el plagio, la deshonestidad y la falta de ética continuarán en la academia mexicana, sólo que ahora se preocuparán por esconderla lo suficiente como para no ser expuestos mediáticamente. La competitividad impuesta creará sin duda ejemplos peores, la diferencia serán las actuaciones cada vez más cínicas de esas instituciones que aplauden a un gobierno y un Estado nacidos precisamente de la corrupción. El llamado para hacer surgir voces de cambio no es, en todo caso, para quienes piden antorchas y tormentos, sino para quienes sienten un malestar suficientemente capaz de impeler a la transformación de la academia, de las universidades, de nuestro país.
@elorodelazul
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