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Hilvanados Fesway, la nueva promesa musical mexicana

  • Miguel Ángel Teposteco Rodríguez
  • 17 ago. 2015
  • 8 Min. de lectura

Uno

Después de girar, esquivar y volver a perderse en las entrañas de un callejón, protegido por un zaguán aguamarina, el público encontró el cartel del Foro Hilvana, lugar donde se presentaría FESWAY. Un sitio pequeño, casi incógnito. Dentro, en las escaleras cercanas a la entrada, un chico buscaba su IFE para poder acceder al evento. Un automóvil fue estacionado enfrente del edificio. Salieron tres músicos: Yolihuani, Sofía y Fernando, con sus pesadas maletas negras e instrumentos, agarrados por manos y brazos. Un día de abril ideal para un toquín en el Distrito Federal.

En febrero del año anterior, cuando terminó de observar las jirafas, caminar por la sabana y oír el canto nocturno de los niños, Sofía Orozco viajó de África (Kenia) a las estridentes ciudades mexicanas. Tapatía de tez blanca, cabello ondulado, alta y con una nariz ligeramente aguileña, llegó para seguir con los conciertos de Radaid, uno de esos grupos raros que nacen de vez en cuando, como Café Tacvba o Santa Sabina, dedicados al constante ensayo y fusión de géneros. Una banda de nueve músicos experimentados que construían un proyecto en varias frecuencias, con sonidos e instrumentos asiáticos, occidentales y africanos, así como en una diversidad de idiomas para la composición de letras (catalán, portugués, inglés, español, árabe, francés, entre otros).

Desde Guadalajara hasta la Ciudad de México, Sofía Orozco, Yolihuani Curiel y Fernando Arias se desplazaban en un auto. Apenas habían comido y dormido, aunque un torrente de emoción, una sensación de adrenalina, les recorría a todos el cuerpo. En esa urbe a la que iban, cuna de generaciones de músicos que hablaban de situaciones citadinas, se encontrarían con amigos de otras bandas, desde Descartes a Kant, también de Jalisco, hasta su compañera Paola Vergara, chaparrita de piel bronce que con gusto había aceptado ser su telonera esa noche.

En el auto traían los instrumentos, un telerim (artefacto que genera un sonido agudo sólo con el movimiento cercano de los dedos, sin llegar a tocarlo), guitarras, pedales, platillos y toda la parafernalia para iniciar un concierto. Fernando guardó una manguera naranja entre los materiales de la aventura, como esas que usan los albañiles para las construcciones; Sofía llevaba un silbato de hule en forma de pollo desplumado, vestido con un bikini.

Cuatro años antes, en un tejado que se abría sobre el cielo de la ciudad de Jalisco, Fernando y Yolihuani grababan el sencillo extrañísimo Milky way (como el chocolate), en un dueto a la The White Stripes llamado Dha Beat, a mitad del 2011. En el vídeo, tintado con un filtro verdoso, Fernando bailaba con unas maletas en cada mano y Yolihuani tocaba un instrumento indio enorme llamado “sitar”. En el fondo la voz fantasmal y electrónica de Sofía.

Para Radaid el 2013 había significado cambios abruptos. Primero por la salida de Mary Camarena, vocalista soprano e invidente que decidió unirse al grupo francófono Les Femmes de Serge, con la francesa Florence Vermue y otros músicos. Fue así que Daniella Lazzeri, ex vocalista del grupo El Cuervo de Poe, se unió a las filas de Radaid. Un año después, ella también saldría, incluso del país, para dirigirse a Italia a buscar nuevas oportunidades profesionales. En esta coyuntura Fernando, Sofía y Yolihuani tomarían un aire para armar una nueva banda de rock, de rasgos anglo-hispanos, con canciones e influencias más cercanas a la juventud y no tanto a los escuchas de culto.

Por fin, ante la recomposición de Radaid, Sofía planteó la idea inicial para construir Fesway. Durante años, desde el inicio de su carrera, canciones de diferentes influencias, cercanas al indie, habían generado tres opciones en su mente: un disco solista, un grupo de canciones grabadas para su propio disfrute, o una banda completa, con la colaboración de amigos suyos. Esta última alternativa la llevó a buscar a dos de sus compañeros, explicó: “Pues tomé una decisión, los senté a los dos, les hablé del proyecto y aceptaron”. Fernando Arias era un experto en percusiones que tocaba los bongos y otros instrumentos similares en Radaid; Yolihuani Curiel se presentaba como un multi-instrumentista que dominaba violín, sitar, cora y guitarra.

Su banda, la del logo de líneas entrecruzadas, Fesway, había empezado a concebir su primer disco, Alas y Garras. A finales del 2013, con un licuado de ideas, se treparon los tres en una camioneta, preparados con instrumentos, alcohol y comida, y se encerraron en el estudio de grabación de Álvaro Arce, productor musical y ex baterista de Sussie 4. El nombre de la banda surgió de un simple juego de palabras compuesto por los nombres de los integrantes: FE (Fernando)- S (Sofía)- WAY (Yolihuani).

Dos

Hoy, lunes 21 de abril del 2014, en el Distrito Federal se despidieron las cenizas de Gabriel García Márquez en el Palacio de Bellas Artes y la lluvia besó cada una de las partes de Colima 378, entre Salamanca y Cozumel, en la colonia Roma. Varios brillos amarillos y plateados descansan debajo de cada uno de los postes de luz; apenas aparece la noche. Los fans esperan a que den las 9:00pm. Al pie de la fachada de ese callejón, el Foro Hilvana presenta su programación: Fesway, en un cartel color vino.

Llega la banda en un auto con varios kilómetros de viaje. Fernando es un tipo de estatura mediana, caucásico, que porta una camisa con botones dorados en dos filas, en vertical, en color negro. Tiene el cabello corto, lacio. Yolihuani, de casi metro noventa, aparece con una camisa gris oscuro, de mangas cortas, con el cabello desarreglado y pantalones negros, con su cara de rasgos cuadrados. Sofía viste un vestido negro, corto, acompañado con un mallón gris oscuro. «Se ve bonita, preciosa», según un fan. Los tres bajan de la camioneta y entran al bar, presurosos. «No mames, no me los imaginaba tan altos», dice una chica al verlos pasar.

Huele a cerveza fría, las mesas ya están acomodadas y en el fondo se encuentra el escenario, forrado con estampas del lugar sagrado Wirikuta, el que construye la procesión sagrada del peyote. Por las ventanas del Hilvana ya salen los primeros cantos delgadísimos del telerim de Sofía, los primeros golpes de Fernando ¡PAM! ¡PAM! ¡PAM!, y las señales de Yolihuani que se echa los primeros acordes con su guitarra.

Tiempo atrás, cuando llegaron al estudio en esa misma ciudad, se preguntaron, ya con los instrumentos en mano y los micrófonos encendidos, ¿cómo se hace una banda? La respuesta, dada por la versatilidad de sus habilidades instrumentales y vocales, fue la improvisación. Después vino el revisar letra por letra el compás de las canciones, encontrar un sonido adecuado «Ese ese momento del crear que es indescriptible, porque todo fluye de manera natural. Pero después llega la inteligencia, aparecen los arreglos, la realidad y las dudas », aclaraba Sofía para una de tantas entrevistas.

Se espera a que inicie el concierto. El Foro Hilvana ha sido difícil de encontrar, la humedad aún juguetea sutil en la ropa, una escalera de caracol llega hasta el primer piso, y un chico tatuado nos mira en la recepción. Mientras algunos de los fans platican, una chica comenta «Estamos esperando a ver a la telonera, Paola Vergara». Y es que Vergara tiene las mismas ondas experimentales y de exploración de sonidos interculturales que caracterizan a Radaid, con una frescura individual y juvenil formidable.

En los conciertos en lugares pequeños siempre hay un aire agresivo. Más en los bares. Uno tiene que consumir, sino no dejan ni sentarse. Los fanáticos esperan ver a Fesway «Me gusta su propuesta, una derivación de Radaid más fresca» comenta alguno. Y es que ganarse un nombre en el terreno musical mexicano no es fácil, sobre todo en el monopolio comercial. Aunque para Fesway obtener el aprecio en su natal Guadalajara no fue tan difícil. Como alguna vez me comentó Sofía, el ambiente es diferente cuando se llega de estar con una banda consolidada, por lo menos en tierra tapatía, donde los grupos artísticos son muy cerrados. A ellos les gusta venir al DF, porque aquí la gente acepta las propuestas musicales sin tantos prejuicios.

Paola, dadas las 10:30pm, toca sus canciones; un cascabel amarrado al tobillo y una pequeña guitarra son su preparación, además de unos minutos de yoga para demostrar la sensualidad y flexibilidad de su cuerpo. Con su compás la gente entiende su ritmo de libertad, de amor y, en un toque solitario, de subversión.

…Como un ave de fuego volando voy

rompiendo el viento volando voy

como un ave de fuego volando voy

rompiendo el viento volando voy

Tres

Paola Vergara bajó del escenario, atacada por el calor de un aplauso multitudinario. Los otros tres chicos, casi listos, formaron un círculo con los brazos entrelazados, como un ritual antes de salir al ruedo. Una cerveza encima de la bocina, los pedales acomodados y el micrófono conectado. Todo estaba listo. La luz bajó a un tono más tenue, un púrpura que cubrió los rostros. Los golpes ligeros de las botellas de alcohol dejaron de sonar, y un segundo de silencio nos acogió, luego algunos gritos esporádicos de emoción que emergieron de entre la oscuridad. Entraron con el ritmo cardiaco de la batería de Fernando, las cuerdas temblaron con el contacto de los dedos de Yolihuani y Sofía elevó una nota, una vibración que tensó su garganta en el verdadero inicio de la noche.

«La segunda es la más chida», susurró uno de los asistentes. Sofía tocó el intro de la canción homónima del disco, Alas y Garras, en una pantallita digital elevada por un delgado pedestal. Descendió sobre el público la sensación de la ciudad, de las caminatas que recorren los barrios quejumbrosos, el ruido de los automóviles y el telerim que, coordinado por las manos delicadas de Sofía, aulló. Un lobo eléctrico acaparó los sonidos, el ruido de los platillos de Fernando golpeó los vidrios del lugar, y el chillido de la guitarra de Yolihuani se alzó, como un ave enorme que extiende sus alas al cielo. Las imágenes aparecieron, implantadas por la letra, en el éter musical:

…el sol se muestra débil, sus cabellos caen

El filoso espejismo lo consume una vez más…

….a lo lejos el llamado rompe el viento hasta encontrar

alas que al abrirse sutilmente brillarán…

Observamos esos tres cuerpos en movimiento, extendidos y potenciados por los instrumentos, pues la música, para ellos, representaba ese espacio de liberación del contenido que han dejado la percepción, las vivencias, la felicidad, la desgracia y el afecto. El micrófono recibió la voz delicada, una ondulación de musicalidad femenina que volvió a aterrizar sobre el público, y nosotros, unánimemente, aplaudimos una y otra vez.

Orozco, casi por terminar esa noche, nos declaró a todos «Estamos muy felices por estar en el Distrito Federal, porque hemos hecho un viaje muy largo para llegar hasta acá y encontramos con muchos amigos músicos. Casi ni desayunamos, pero valió la pena. Además, en la tardecita, hicimos un jammin—improvisación instrumental—con nuestros amigos de Mooi—otra de las bandas del circuito tapatío—, por lo que estamos muy contentos. La siguiente canción es la más sublime, y se las queremos dedicar precisamente a René Moi, quien nos ha mostrado su apoyo incondicional en el Distrito Federal».

A continuación, ya casi dadas las 11:00 PM, con un frío apaciguado por el calor de un lugar repleto, inició “BLU”, una de las canciones más populares de la banda. «Algunos de ustedes seguramente ya la oyeron en unos videos en Youtube.» Una línea de fans, principalmente jóvenes, estaba lista para recibir la música. Fernando sacó su manguera naranja de plástico y la comenzó a girar, haciendo un sonido de viento, muy característico de la canción. Las luces abrazaron el escenario de un rojo que palpitó junto ritmo de la batería.

You are blue

I and White

You are smiling

I am sad

Todo el disco Alas y Garras había sido tocado. Las luces se apagaron con el último aparente golpe de la batería de Fernando. Sin embargo, los tres se dirigieron al frente de escenario, se sentaron cerca del borde, Yolihuani con su guitarra sostenida por las piernas, Fer con una pantalla electrónica entre sus manos y Sofía con el micrófono. Lencería fue la última canción, una experiencia oscura que rompía la tranquilidad e inyectaba, con mucha efectividad, una sensación de sensualidad en el público. La manta amarilla de los reflectores los iluminó, se levantaron e hicieron una reverencia, en agradecimiento a ese pequeño e íntimo lugar que acogió su expresión.

Fotografías: Gabriela Portillo Elías.

 
 
 

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