De playeras de flores y pelos azules
- Cristopher Cabello Ruiz
- 17 jun 2015
- 4 Min. de lectura

Los dos muchachos se miraron asustados y confundidos, heridos en alguna parte de sí. Los demás pasajeros ignoraron el hecho y muchos se hicieron los disimulados, otros no le dieron importancia y lo pasaron por alto. La verdad es que, aunque la sociedad mexicana ignore el tema, siga la influencia mediática y se rijan por sus viejas costumbres, la discriminación hacia los homosexuales es un asunto que importa mucho en nuestra era. Aquellos dos jóvenes, que son pareja y paseaban en un día cualquiera del Distrito Federal, fueron víctimas de un hecho que pretendía herirlos y mostró una cara de la ciudad, uno de esos rostros que exhibe la desigualdad de géneros entre nosotros los ciudadanos.
Son las 3: 40 de la tarde. El metrobús de la línea uno, que corre de Indios Verdes hacia El Caminero y viceversa está despejado y traslada a los usuarios que viven al sur de la Ciudad hacia sus destinos, trabajos, escuelas y demás. En la estación El Caminero, hay poca gente a pesar de ser jueves de una semana laboral de abril, increíble para un día de trabajo común y corriente. Las personas van y vienen, bajan y suben de los camiones diseñados para dar un transporte eficaz y seguro. El día se mira en calma y todo es cotidiano.
Dentro de la estación El Caminero, se encuentran aproximadamente doce policías mujeres, con distintivos de color rosa. Están ahí para asegurarse que los pasajeros respeten el reglamento que divide el metrobús en dos secciones: la parte de enfrente exclusivamente para mujeres, niños y personas de la tercera edad y la parte de atrás, que es usada preferentemente para hombres, pero donde puede viajar toda la población. No hay una distinción para esta parte del transporte público, en sí todos los usuarios pueden acceder a ella.
Las policías mujeres miran fijamente que los hombres no se coloquen en la parte delantera de las entradas, y si uno llegara a hacerlo, le indican amablemente que se dirijan a la parte apta para toda la población usuaria. Esto sucede repetidamente en esa estación, ya que algunos pasajeros masculinos violan las indicaciones y se instalan en la parte de enfrente del camión, enfadando a las usuarias mujeres y provocando algunos altercados entre ellos.
Dos jóvenes varones entran al metrobús y se instalan en la zona de mujeres. Una de las policías duda en reprenderlos y tarda algunos segundos en hacerlo. El metrobús no pasa, la gente comienza a juntarse. De pronto, tres policías más se acercan a los dos jóvenes varones, que son pareja, y les piden de manera algo brusca que se vayan a la zona preferente para hombres. Ellos, al ver la actitud negativa, casi grosera de las figuras de autoridad, deciden irse a donde se les ha indicado.
Son las 3: 46 de la tarde de un jueves cotidiano. El metrobús ha demorado en pasar y la gente se ha juntado para esperar su transporte. Los dos jóvenes, que son novios y no dudan en querer mostrarlo a la sociedad, platican, se toman de la mano, se besan, se abrazan.
El transporte comienza a avanzar de manera rápida. Primero pasa por La Joya, luego por Santa Úrsula y llega a Fuentes Brotantes. En esta estación se detiene unos segundos más para esperar a algunos pasajeros. Se sube un hombre con gorra azul y sudadera negra. Observa al interior del camión y se instala cerca de la pareja que no deja de mostrarse su cariño hacia el otro. El hombre los observa detenidamente y parece que le molesta lo que están haciendo, se enfada y comienza a gritarles, a decirles que lo que hacen va en contra de la naturaleza humana.
‘’Lo que ustedes hacen está mal, ¿no saben que dos hombres no pueden coger?’’, dijo el hombre, con tono agudo y seguro de sus palabras. Los dos muchachos, que parecían asustados al ver la actitud del hombre, deciden ignorarlo. El metrobús sigue avanzando y llega a Corregidora, luego a Ayuntamiento. De nuevo, el hombre decide agredir a la pareja y les lanza insultos homofóbicos sobre su ropa y peinados. ‘’Es muy ridículo que te peines así, tú no eres niña y pareces pendejo, nada más’’, le dijo a uno de ellos que llevaba su pelo pintado de color azul y peinado de manera que se esponjara solo de enfrente y de atrás no. Al otro lo insulto de la siguiente manera: ‘’Pensé que las mujeres eran las únicas que utilizaban blusas con flores, voy a demandar a la empresa que hace playeritas para jotitos’’, dijo el hombre que parecía enojado por ver a dos hombres jóvenes besarse en público.
El metrobús avanza a Perisur y la pareja llega a su destino. Descienden del transporte con agilidad y de manera que no los vean, casi queriendo ya no estar ahí. Los demás usuarios no intervinieron cuando el hombre lanzó los insultos. Algunos incluso prefirieron alejarse de ese lugar y otros solo ignoraron el hecho.
Los dos muchachos sufrieron una discriminación que fue permitida por los demás, incluso por mí. Descendí del Metrobús en la estación Centro Cultural Universitario, pensativo de lo que había sucedido. Una culpa me invadió por no intervenir, por ser parte de estos actos en el transporte público. Me alejé de la estación con la intención de volver a ver a aquella pareja para hablar con ellos, para pedirles una disculpa y decirles que eso no volvería a suceder, pero sé que las posibilidades son escazas.
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