La disputa por la historia
- Rosa Margarita Sánchez Pacheco
- 3 abr 2015
- 4 Min. de lectura

… ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence.
Y este enemigo no ha dejado de vencer.
W. Benjamin
Sin ningún afán de entrar en discusiones en torno a los planteamientos relativistas de la historia, es necesario reconocer que, en principio, la historia no es más (pero tampoco menos) que una construcción social del pasado; construcción que se elabora inevitablemente desde este tiempo que es el presente. En palabras de Walter Benjamin: “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío, sino otro, lleno de tiempo del ahora.” Es decir, construimos la historia desde un tiempo concreto que nos impone formas específicas de entender nuestro lugar en el mundo, y al mismo tiempo, nos plantea una idea sobre el devenir mismo del mundo, como parte de nuestro pasado. La advertencia de Benjamin sobre el lugar desde el que se construye la historia como un lugar que no es homogéneo ni vacío, nos obliga a hacer una doble consideración sobre la mirada que echamos al pasado para elaborarlo como historia. Por un lado, habría que hacer hincapié en que son nuestras condiciones concretas de existencia las que nos permiten volver a tales o cuales momentos del pasado, pero más aún, a conferirles una importancia trascendental o no. Esto a su vez, significa que hay una diferenciación entre las miradas sobre las que se reconstruye la historia. De ninguna manera me inclino a decir que la mirada de la historia simplemente tiene que ver con lo que cada una quiera ver, sino que está pautada por lo que cada grupo social necesita y puede ver. Pensemos entonces en las implicaciones específicas que tiene este tiempo (como un tiempo específico) en cada uno de los grupos sociales como grupos diferenciados, que sufren de maneras y en escalas distintas los dolores de esta época.
Estas consideraciones nos llevan a asumir que, por un lado, la historia es una construcción social que se elabora desde las necesidades que impone un tiempo presente; pero además, en tanto que la sociedad que encarna este tiempo presente , está conformada por clases distintas, por pobres y oprimidos, o por no tan pobres pero oprimidos, y por ricos y dominadores, y cada grupo o clase social elabora y recupera del pasado lo que a ella concierne, lo que a ella interesa como parte de sus propios intereses. Más aún, la realidad específica que a cada grupo le toca vivir es la que le confiere una manera particular de entender y reproducir el mundo, lo mismo de su presente, que de su pasado.
Siendo así, volver sobre un momento del pasado una y otra vez, traerlo a la memoria, colocarlo como un momento histórico de relevancia en la historia de la propia sociedad, trasluce, al final de cuentas, una disputa permanente entre la historia de las y los despojados, y la de los dominadores. De ahí que el autor también advierta que “… la imagen verdadera del pasado es una imagen que amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca aludido en ella.”
Durante los últimos cinco meses —y justo sería reconocer que desde muchos años atrás—, en el país hemos librado una batalla permanente por la construcción de una historia, que responda a nuestras necesidades concretas de justicia y de dignidad. En respuesta, el Estado a través de la voz del ahora ex procurador General de la República, declaró como verdad histórica que los 43 normalistas fueron privados de su libertad primero, asesinados después y finalmente incinerados y arrojados al río San Juan. Esta versión de los hechos, que debemos reconocer como la elaboración de un grupo que defiende intereses específicos, se ha apoyado en la construcción de un discurso supuestamente científico que busca conferirle objetividad y, fundamentalmente, el principio de verdad, pese a que ha sido refutado una y otra vez por el grupo de antropólogos forenses argentinos y otros académicos de las principales universidades de México.
Es necesario no menospreciar el artilugio de la verdad histórica, presentada por el Estado; antes bien, podríamos plantearnos algunas consideraciones, sin obviar la falsedad del discurso. Primero, como ya se ha demostrado, existe prueba material, científica, suficiente para poner en entredicho las conclusiones de las investigaciones de la PGR. No obstante, como construcción que se elabora desde la clase dominante, presenta los riesgos reales de constituirse como la verdad decretada que se asimila de manera colectiva por medio de la imposición y el decreto. Debemos denunciar al mismo tiempo, la clara ofensa y desprecio que trasluce hacia el pueblo mexicano, es decir, nosotras, nosotros.
La aseveración por parte del Estado de que sus conclusiones poseían un carácter de verdad histórica, pretende: Imponer su versión de los hechos sobre el resto de la sociedad mexicana, como la única y verdadera, de modo que la dominación pueda seguir ejerciéndose pese a la resistencia; sentar las bases para justificar el cierre del caso, que implica la negación de la responsabilidad del gobierno, acompañada de una minimización de la magnitud de la barbarie. En este sentido, la negación y el menosprecio de los niveles de brutalidad que han quedado expresados en los asesinatos, en las desapariciones, las detenciones, las violaciones y feminicidios que ejecuta y/o permite el Estado, busca que se profundice el ya iniciado proceso de naturalización de estos actos de barbarie. Siendo así, la recuperación de la historia, la defensa de una historia que sea nuestra, que sea real, aunque ello implique un profundo dolor, tiene que ver también con la defensa de nuestra humanidad, de nuestra posibilidad de construcción colectiva desde nuestras necesidades concretas.
La exigencia por que se esclarezcan, porque al fin sepamos dónde están nuestros desaparecidos, no sólo pasa por una exigencia de justicia inmediata, sino por una defensa de nuestra propia historia y nuestra humanidad, como seres históricos, que así, como tenemos memoria, somos cada vez más conscientes de que hacemos la historia, y que este hacer que puede ser una construcción colectiva propia, desde nuestras necesidades; porque que no vamos a aceptar es ésta que se nos impone de manera sanguinaria día con día.
Defendamos la historia que se construye y no la que se decreta, defendamos nuestra necesidad de justicia y de verdad. Defendamos la esperanza, porque el enemigo no nos va a vencer.
Vivos se los llevaron
Vivos los queremos
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