Sed
- contratiempomx
- 4 feb 2015
- 9 Min. de lectura

Carlos Alberto Carrizales
... And then I see a darkness…
Johnny Cash
Una llovizna de gruesas gotas cae del cielo gris. Los vidrios se empañan, las coladeras se tragan el agua que corre por el asfalto, así como se tragan todo lo que cae en ellas. De las tiendas salen luces blancas, rojas, azules, púrpuras. Las prostitutas se guarecen bajo los salientes de los techos y las carpas, con la brisa arañándoles las piernas y esperando que una mano les pague para deslizarse por debajo de sus faldas. A todo parece que el color se le deslava.
Frío.
Un hombre va corriendo por la acera, dirigiéndose a la cantina de estrecha y vieja puerta de madera que se encuentra en la esquina. Entra.
El lugar está pintado del color amarillo opaco que sale de los focos. Huele a alcohol, a cigarro y a sudor. La luz pasa a través del humo, adquiere un aura difusa. El calor húmedo golpea el rostro del recién llegado y pronto lo envuelve. Se siente pegajoso. Mira a su alrededor a los pocos clientes que hay, que son los mismos de siempre. Con una mano se sacude el pelo. Llega a la barra y se sienta, deja su viejo abrigo encima del banco de al lado. Una cerveza. El cantinero lo mira. Hola. Qué tal. Le da su cerveza. El hombre da un trago largo, de sediento. Retira la botella antes de tiempo de la boca y unas gotas se escurren por su barba, las enjuga con la manga de su camisa. Reposa la botella.
La sed sigue ahí.
El cantinero, "Día pesado, eh". El hombre, "Ya lo creo". Bebe otro trago. Consulta su reloj; las 9:11. De pronto, otro hombre se para detrás de él, le pone la mano en el hombro. Él voltea y sonríe. Ya viste la hora, llegas tarde. Ni tanto. Siéntate, cabrón. El otro hombre se sienta. También pide una cerveza. No hay pa' más.
¿Cómo estás? Pues llevándola. Imagino que vienes del trabajo. Sí, de ahí vengo, ¿de dónde más podría venir? Mira al otro con altivez y le pega en el hombro levemente. El otro esboza una sonrisa y bebe cerveza. Su amigo se sienta y se quedan en silencio. Miran al reloj de pared que marca las 9:30. Qué temprano es. A esa hora muchos ya están en casa, a punto de dormir o quizás ordenando sus papeles importantes de la junta de mañana, escribiendo un ensayo o viendo el programa de comedia. Disfrutando de sus familias o de un tiempo a solas que no se siente como un yunque sobre la cabeza. Cuánta distancia los divide de ellos. Toman y el líquido, baja por sus gargantas, frío, amargo. Están acostumbrados a ese sabor.
Frío y amargo.
¿Cómo te fue en ese asunto del niño? No tan mal, Nora me dejó verlo. Qué bien. Sí. ¿Y cómo se ven, ella y el niño?. Se ven bien. Me alegro. Sí. Y mira al vacío, como recordando. El padre también quisiera alegrarse. Pero mentiría si lo hiciera. Siente que se vuelve malo, pero no debería sentir eso, es pecado. Nunca ha creído mucho en ese asunto de cielo e infierno, pero les teme. Extraño. A veces cree que las puertas del cielo no se abrirán para él.
Los ojos ojerosos del otro lo miran por el rabillo, con consciencia de que le ha mentido. Sabe que no se alegra. Sabe que el bienestar de su hijo y de su esposa no lo alegra. Quizás todo lo contrario. Pobre de él. No te tortures, así pasa, así son ellas. Ya lo sé, hermano… Así son ellas.
Así es él.
Piensa en qué terrible persona es. Es una mierda, bien ya lo dijo su esposa. Una mierda bien grande. Sólo los hombres mierda sienten envidia de la felicidad de sus esposas; sólo los hombres mierda quisieran que la felicidad de sus niños fuera suya.
¿Sabes que los amo, verdad, amigo? Le susurra al otro. Claro que lo sé, se te nota en el rostro. Quiero que sean felices, nada me agradaría más, te lo juro, te lo juro por dios. Lo sé, amigo… No tienes por qué jurarlo por nadie. Bueno… El esposo calla y mira su botella vacía de cerveza. El otro dice: De todas formas, ¿quién es ese tipo? ¿A quién te refieres? A dios, ¿quién es ese tal dios? Pues… dios, tú sabes. El de los milagros, los clavos y los rezos… Sí, ese, já. Él no debe saber una mierda, así que no lo metas, amigo, no te decepciones. El otro siente que en cualquier momento un rayo caerá en el lugar y los quemará a todos. Con una risa nerviosa dice: No deberías jugar con eso, hermano… ¿Y por qué no, qué me lo impide? No sé, sólo creo que no deberías hacerlo. Con todo respeto, amigo, dios me importa una mierda. Tengo cosas más importantes en las que pensar, antes que si ese pendejo se va a enojar o no. Su amigo frunce un poco el ceño, herido por esa palabra. Nunca ha creído mucho en ese asunto de dios, sin embargo, teme.
Extraño. Dios es como un pañuelo: con él limpias la mierda que pisaste. Su voluntad es la coartada perfecta, ¿no, hermano? Supongo… El esposo lo mira como implorando, temiendo una llamarada espontánea que arrase con todo el lugar y los que están en él… no sabe por qué sale eso de su boca, pero no puede abstenerse de decirlo. Él se preocupa por ti. Él te cuida. Su amigo se queda pasmado y entrecierra los ojos, incrédulo. Si él me cuida, ¿por qué no convierte esta cerveza en un vaso de agua? Sostiene la botella enfrente de los ojos del otro y la deja suspendida unos segundos. Luego, con una risa amarga, la lleva a su boca y la termina de un sorbo. Sus ojos se ponen algo rojos y el aliento se le escapa por las comisuras de su boca. El otro sólo lo mira y siente: pobre, pobres de nosotros. Voltea a ver el reloj. Las 10:47 de la noche. No, aún no es hora de ir a casa. Aún están las sombras esperándolo en la sala.
Sé lo que piensas. El otro da el primer trago a su segunda cerveza. ¿A qué te refieres? Que sé lo que piensas: No te alegras por ellos. No te alegras por un carajo. Eres un mentiroso, amigo. El esposo siente una gota de sudor resbalando por su sien. El otro sigue. Es algo asqueroso, pero es lo que sientes. ¿Y, sabes? No te juzgo. No puedo juzgarte porque quieras eso para ti. El esposo dice: Sabes que es abominable. ¿Y eso qué? Es un primer paso a que… no sé… hagas algo por ello. Debo sentir culpa, eso es lo que debo hacer. A la mierda con la culpa, hermano. El otro de pronto golpea en la mesa y sus ojos parecen humedecerse: No quiero sentirlo, no puedo ser… así… no más. Mira a su amigo con los ojos llenos de agua, la frente arrugada y las mejillas encendidas. No quiero ser así… ya no quiero ser como soy. Algunas veces he pensado: ¿por qué mi hijo no murió antes de nacer? Así no hubiera tenido que preocuparme por el dinero ni hubiera hecho turnos dobles y mi esposa no se hubiera ido a coger con… ¿crees que no soy una mierda? La saliva de su boca se mezcla por momentos con los mocos que le escurren de la nariz. Los tipos del otro lado de la barra han volteado a ver qué sucede. Su amigo expande las aletas de la nariz y tiene lástima en los ojos. Parece que los focos disminuyen su brillo, se oye que llueve. El yunque en la cabeza parece que gana mil kilos conforme avanza la manecilla del reloj. No, no se supone que sea asi, siempre es todo lo contrario: llegan luego del trabajo, cuando el yunque pesa una tonelada, se ven, toman un poco, platican del partido, juegan cartas que el tendero les presta y se van a eso del cuarto para las doce y para esa hora el yunque es sólo una pequeña piedra en la mollera, con la que pueden vivir un día más, pero hoy es todo lo contrario, el yunque pesa más, aplasta el cráneo debajo de su masa, achatándolo, oprimiéndolo… Esta noche no da tregua, las manecillas son el enemigo, el tiempo, los tipos de la barra, la oscuridad, el frío, la lluvia. El alma y el mundo son el rival.
El rival vive en su piel.
El esposo se levanta al baño. Su amigo lo sigue con la mirada y una lágrima parece correr en su mejilla. Toma cerveza con rabia. El otro llega al baño y orina, pero se mancha el zapato. Maldice mil veces porque está temblando, la mano y el cuerpo tiritan y se siente inútil, se siente enfermo. Se mira al espejo y le duelen las ojeras, las mejillas enjutas, el cabello que ya se está volviendo grisáceo, el cansancio del trabajo, la humedad de la lluvia, el sudor por el calor. Ese rostro que lo mira desde el espejo le dice que debería subir de peso, probar otro corte de cabello y comer más. Pero cómo lo hace si el cabello se le cae y no tiene hambre, qué va a hacer él. Qué va a hacer él si prefiere guardar el dinero para las cervezas y comer una sopa instantánea y una fruta por la tarde. Está más que claro: si se ve y se siente así, es porque es su decisión. Y entonces le duele más, le duele el estómago y la cabeza, el pecho; está jodido, él se jodió.
En la barra, su amigo siente que la cerveza sabe a vinagre. ¿Qué sucede? Esto no debe ser así, la cerveza debe saber a gloria, o por lo menos quitarle el sabor amargo natural de la boca y reemplazarlo por ese sabor amargo artificial de la bebida. No tiene ningún sentido, sin embargo, lo hace sentir mejor, que va él a saber por qué. Es idiota, pero así es. Se compadece de su amigo y su tragedia familiar, de las que nada sabe porque nunca ha tenido a nadie. Él, luego de que la cerveza empequeñece el yunque de la cabeza, va a casa, en donde nadie espera y luego se va a su cama, en la que nadie duerme. Las sábanas siempre están tan desarregladas como las dejó al salir, toda su casa le da la bienvenida intacta. Qué buena vida tengo, se dice. Va a dar otro trago, pero desiste. Las lágrimas escurren de sus ojos y siente una tristeza inmensa y novedosa cuando huele su aliento: le da asco. ¿Cómo lo va a querer alguien con ese aliento, con esa barba incipiente que no se ha afeitado en 2 días, con ese hedor a humedad y sudor? Nadie querría besarme.
Su amigo vuelve del baño. Ambos tienen los ojos algo hinchados. Amigo, si esto no fuera tan triste, sería imperdonable no reírse. Ya lo sé, y se ríen mirándose a los ojos, sintiéndose tristes, ni más ni menos: tristes.
Tristes.
Y entonces sólo se observan, preguntándose con los ojos cuándo fue que se jodieron tanto. No saben responder, pero creen que hacerse la pregunta ya es algo. Sólo quiero sentirme bien, amigo. Yo quiero lo mismo. Quiero dejar de venir a este lugar, dejar de tomar. Yo quiero tener ganas de llegar a casa. Yo también. Aunque no haya nadie, no importa… estoy yo, carajo, estoy yo… mierda, sólo quiero estar tranquilo.
Ambos quieren paz.
Tal vez algún día, hermano, un jodido día. Sí, quizás un día la tranquilidad los halle y les pegue un par de sonrisas alegres en la cara, unas que no usen clavos para adherirse, unas que brillen de verdad. Quizás un día el yunque en la cabeza se oxide y sólo caiga pedazo a pedazo y sus asientos del bar se queden vacíos todas las noches. Algún día llegará en el que la cerveza se convierta en agua y su propio aliento no les recuerde que tienen como veneno en la boca. Un buen día a lo mejor ya no dormirán tanto.
Quizás un día la sed ya no esté ahí.
El reloj marca las 11:56 y los hombres deciden irse. Pagan las cervezas y salen de la cantina. El piso está mojado y ya no llueve. Las prostitutas siguen en las esquinas y las alcantarillas siguen tragándose el agua de la lluvia. El color sigue deslavado de todo.
Los amigos caminan como dos sombras por la calle. No dicen nada, no hay nada que decir. El fresco de la noche luego de la llovizna les toca la cara y los libera de la sensación de calor de hacinamiento. Llegan a una esquina, luego de caminar por unos 20 minutos y se detienen. El esposo: Hasta aquí llegamos. El otro: Sí, ya es hora. Se miran a los ojos y no saben que más decirse. El esposo extiende una mano y el otro se la da. Un apretón lánguido, pero amistoso cierra su noche. Te veo mañana. Vale, hasta mañana; el hombre de nadie va por la izquierda, mientras que el hombre egoísta va por el otro. Allá se ven sus figuras, alejándose por las calles desiertas. A ambos les caen de la cabeza pequeños pedazos de metal oxidado.
Encuentran en sus casas vasos de agua sobre el televisor. No prestan mucha importancia, pero lo beben.
La sed sigue ahí.
Pero beben.
***
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