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Recuento de una vida en Zona Rosa

  • contratiempomx
  • 3 feb 2015
  • 2 Min. de lectura

Yamileth Hernández

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Hoy en día, cuando alguien dice “vamos a Zona Rosa”, uno se imagina antros, bares, estudios de tatuaje, diversión y mucho alcohol, pero, ¿qué hay de todos esos niños explotados que caminan pidiendo monedas?, ¿qué pasa con aquellas personas en situación de calle que no tienen cómo cubrirse de la lluvia? La señora María Cruz, comerciante desde hace 35 años en la plaza del Metro Insurgentes, ofrece su testimonio sobre cómo era la Zona Rosa en aquel entonces, cuando ella era aún una niña:


Fue en el año de 1980. La crisis económica arrasaba con la estabilidad de las familias numerosas. Niños y niñas desde los 4 hasta los 12 o 13 años de edad deambulaban de un lado al otro para llevar el pan a sus casas. Sin dormir, con los pies entumidos, el frío quemando su piel y los intestinos contraídos por el hambre, no les quedaba de otra más que mostrar una sonrisa amable y esperar que algún buen samaritano les comprase un chicle o una flor.


Buscando entre la basura, se podían ver también grupos de pequeños vagabundos, con su ropa andrajosa, su cabeza llena de piojos y el olor a orines, excremento y sudor que impactaban en la nariz de cualquiera que pasase junto a ellos. Su vida cotidiana consistía en refugiarse del frío en las coladeras, pedir limosna y –cuando les alcanzaba el dinero- drogarse un poco para olvidarse de su existencia.


Alejandro, un chico muy tímido de 11 años, vivía con otros ocho muchachos en un callejón abandonado de la plaza, debía ajustarse muy bien la venda de su pecho todos los días, pues si sus compañeros sabían que en realidad era Alejandra y no Alejandro podían abusar de ella. Su estancia en el lugar fue efímera, a los pocos meses ingresó a un centro de apoyo infantil y tuvo la suerte que muchas otras no tuvieron.


Justo en el centro de la plaza, “Don Toño”, un boleador de zapatos que trabajaba desde la mañana hasta la noche, era conocido por prostituir menores. Algunos eran niños en busca de un hogar y la protección de alguien, otros eran adolescentes adictos que hacían lo que fuera con tal de conseguir alguna moneda, dos de ellos -los que tenían más tiempo en el negocio-, eran sus propios hijos.


Pero no todo era pobreza, Ana era una adolescente que desde los 15 años acudía a la plaza con sus amigas para conocer a otras chicas lesbianas. Para esa época existía una menor libertad en el tema de la diversidad sexual. Esta joven era acosada por los comerciantes de los alrededores y las personas que pasaban, en muchas ocasiones le dijeron “depravada” o “asquerosa” sólo por ir tomada de la mano de su pareja.


Muchos sabemos la clase de crímenes que han ocurrido en este lugar, pero pocos hemos hecho algo al respecto, las autoridades tampoco hacen nada. Han pasado más de 30 años y la situación sigue igual: discriminación, violencia, explotación, pobreza, hambre, muerte.

 
 
 

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