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Las elecciones de 2015 y la crisis de partidos

  • contratiempomx
  • 1 feb 2015
  • 4 Min. de lectura

Manuel Ramón Martín Riquelme

A diferencia de las elecciones presidenciales, las elecciones intermedias suelen atraer a un menor número de votantes a las urnas, al no haber un candidato presidencial capaz de acercar la atención de los medios y los electores, los votantes, en este contexto, no encuentran incentivos para participar en las elecciones en las que se renueva la Cámara de Diputados.

En esta ocasión, el abstencionismo propio de las elecciones intermedias puede agudizarse por la cada vez más profunda crisis de los partidos políticos en México, cada día más alejados de las demandas de los ciudadanos, y cada día más cerca de los intereses que las cúpulas de los partidos detentan.

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En esta elección el votante encontrará ante sí a las tres grandes opciones políticas bajo una dinámica de creciente deterioro de su imagen y tres nuevas alternativas, de las que una de ellas, figuran entre los viejos conocidos de la política mexicana.

El PRI trae a cuestas los garrafales yerros de un gobierno que en materia económica y de seguridad arroja un saldo negativo. El discurso reformista y de modernización con que inició el gobierno su mandato se ha diluido en un desempeño económico errático, cuyo único objetivo alcanzado durante este primer trienio es lograr que la economía crezca por debajo de los pronósticos.

En materia fiscal, el incremento de la recaudación no ha impactado favorablemente a través de la inversión pública a la economía, pero si ha llevado a reducir sensiblemente el capital y la inversión privada, ralentizando el crecimiento económico y produciendo malestar en el sector privado.

En materia de seguridad, el tan traído y llevado cambio de estrategia en relación al gobierno anterior parece en haber consistido en no contar con estrategia. El caso Iguala se ha convertido en el emblema de un gobierno que prefirió evadir el problema grave de inseguridad que enfrentarlo y ahora, la reforma en materia de seguridad a la que el PRI se opuso cuando era oposición, la presenta como gobierno, pero con ingredientes mucho más centralizadores y agresivos.

Por último, la imagen de un nuevo PRI se topó con la corrupción, mal endémico de este partido. Los conflictos de intereses derivados del caso de las propiedades del Presidente Enrique Peña Nieto revela que el nuevo PRI más que una realidad que reflejara un auténtico compromiso por cambiar la forma en la que se concibe y se hace política desde este partido, se redujo a ser un lema más de proselitismo político.

El pragmatismo perredista ha alcanzado niveles inauditos, al grado de llevar a un auténtico delincuente al gobierno de Iguala (con la complicidad de los nuevos miembros de MORENA, viejos miembros del PRD en Guerrero, quienes viven del deslinde) y reciclar candidatos con la misma facilidad con la que se encuentra un OXXO.

El secretario de gobierno priista del caso Aguas Blancas se convirtió diecinueve años después en el gobernador perredista del caso Iguala, y aun así, su hijo será el candidato del PRD al gobierno de PRD a la presidencia municipal de Acapulco.

Por otra parte, el PRD en aras de dejar atrás la rijosidad que caracterizó su conducta durante años anteriores ha decidido adoptar una postura que apuesta mucho más al diálogo y a la negociación. Empero, la negociación y el diálogo, que sin duda ha colocado al PRD como un nuevo protagonista en nuevos escenarios de gobierno, ha llevado a que el discurso de los principales dirigentes del PRD se confunda con la complacencia al gobierno en turno.

Este escenario resulta benéfico para Acción Nacional; sin embargo, la fractura interna entre la facción calderonista y la facción maderista ha llevado al PÄN a un proceso de desgaste y a una espiral de polarización cada día más grave. Las acusaciones sobre los “moches” que involucra a legisladores panistas resta credibilidad a la propuesta del Sistema Nacional Anti-corrupción.

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MORENA, el nuevo partido de viejos conocidos de la política mexicana, enfrenta problemas desde un inicio.

La participación de integrantes de Guerrero del flamante partido en el caso de Iguala es una pesada losa que seguramente surgirá en campaña.

Aunado a lo anterior, la definición de las candidaturas empieza a crear conflictos al interior del partido, las cuales se definirán con la característica verticalidad de su fundador y líder real, Andrés Manuel López Obrador, el mismo que no tolera formas de disidencia y oposición en su actuación política y que hace de la hiper-personalización su rasgo más definitivo.

Los partidos pequeños, además de no ser significativos dentro de los espacios de gobierno, no abonan a la legitimidad de la democracia. Bajo estas condiciones, es difícil pensar que el Partido Humanista y Encuentro Social de reciente creación logren revertir la profunda crisis de partidos o que los partidos pequeños conocidos puedan enfrentar el oportunismo que los ha marcado.

Desafortunadamente, el denominador común de los partidos en México es el cinismo, en donde la complicidad y la pantomima representativa son el pan de cada día en la política mexicana y en el que los ciudadanos ocupan en el mejor de los casos, un lugar marginal en los intereses partidistas.

 
 
 

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