Cena para cuatro
- contratiempomx
- 19 ene 2015
- 4 Min. de lectura
Iván Trujillo

Era la novena vez que cruzaba el eje para llegar a casa. A casa después de casa después de verte. Verte me gustaba, no tanto como me gustaba besarte. Pero ese día el silencio nos dijo poco. Tú hablas, yo escucho. Yo hablo, tú hablas, tú escuchas, tú sanas. Ese día la nada. Ese día el nosotros estaba unificado por una decadencia que era como el chocolate amargo: delicioso hasta cerrar las papilas gustativas en un parpadeo paulatino. Cada parpadeo era total. Al abrir los ojos, tú. Tú jugueteando con las manos, tú cabizbaja, tú. Siempre tú. Eso iba bien. Sea como sea, estabas ahí.
Nosotros la nada. Tú ahí, con tus problemas en puerta. Yo la nada. No quería decir una palabra. ¿Qué digo? ¿Cómo hago? Estoy para sanarte y no tengo ni un curita para tus ojos. No querías mi mano y no querías un beso… sólo te cobijaba con esas miradas de regocijo cuando tus ojos no miraban los míos. Ni una palabra. Yo fatal, tú fatal, pero hermosa. Sin palabras aún. Quería ser entonces el poeta en el alma que dicen que soy para restaurar tu sonrisa con una veintena de palabras dulces. De mi boca a tus oídos. De mi boca a tu boca. De mí para ti y entonces hacerle honor al nosotros, porque no dejamos de ser, pero podríamos ser otra cosa. Me dolías. Me dueles. Me dueles cuando te duele, cuando las cosas no van bien. Cuando la expectativa te aprieta la garganta y ambos nos quedamos sin palabras. Porque si tú sufres, yo contigo, del modo que sea, pero contigo. ¿Ahora ves el patrón? El nosotros.
Tomé el camión a casa.
Parpadeo.
El eje.
Parpadeo.
La iglesia.
Parpadeo.
Mi casa. Bueno, el lugar donde me quedo a dormir cuando el tiempo va no tan a favor. Todos moviéndose al ritmo de las risas. Ellos, mis amigos, tan ellos. Nosotros tan nosotros. Y te extrañé. Ellos jugando. Te extrañaba aún como hace unos momentos. Un fin de semana tan ambiguo. Luego la otra realidad. Igual te extrañé en ambas realidades. La del resto y la nuestra. Donde no estás, está la nostalgia y una versión del tú y yo en cualquier otra cosa que no haga en tu ausencia.
Entre las risas y la nostalgia, hice una cena para cuatro. Nosotros hambrientos y la nada. Yo entonces imaginé que podría reparar el día, si tú estabas ahí. Me tocaba cocinar. O eso parecía. Cocinar no era la gran cosa cuando hablábamos de pasta. Pero quería esmerarme con todo el cariño porque imaginaba que estamos ahí, aquí, ahora. Que aunque tú en casa, también aquí para que probaras mi comida.
Preparé todo con calma, con esmero y con la visión –por vez primera- del resultante en tu paladar. Imaginé que me ayudabas a prepararla. Y yo imaginé llegando por tu espalda para mirar a través de tu hombro el vapor y tus mejillas sonrosadas. Imaginé besarte en señal de gratitud y luego volver a vigilar la salsa. Especias. Tomate. Queso. Mantequilla… luego tomé tu mano en mi mente e imaginé que juntos rociábamos el cubito de caldo de pollo. Ese que me dijiste, sacaba de cualquier apuro con su intenso sabor. Y todo en hervor. Juraba entonces que los vapores formaban tus labios, tu lunar, tu mirada. Y que con todo ello me quedaba en mente, en el olfato y hasta en la piel. Puse una canción de los Stones. Si Keith Richards era capaz de embellecer una canción, quizá lo haría con mi pasta. Nuestra pasta. Pero lo puse en el iPod para que no descubrieras mi secreto. Era una sorpresa que Beast Of Burden sonara en mis oídos para mejorar el sabor. Vigilé los tiempos de cocción al ritmo de la pieza. Bailé con las espirales de la pasta y le canté a la salsa. Corté las salchichas y las freí a coro. Todo parecía ir bien.
So let's go home and draw the curtains Music on the radio Come on baby, make sweet love to me…
Y todo, a tiempo y tiempo. La comida lucía espectacular mientras volvía a imaginar que entrabas a la cocina después de tu breve visita a la nada. Cerraba tus ojos con los míos. Te besaba para decirte “ya está lista”. Y te acercaba a la olla para que calaras por ti misma el aroma de mi obra. Me sentía satisfecho. Imaginaba tu cara evaluando mi frankenstein culinario. Sonriendo. Evaluando. Sonriendo de nuevo.
Ahí, en mi cabeza, probabas con delicadeza. Unos segundos. Me mirabas y sonreías.
-¿Qué tal quedó?
-Mmmmm… sabe a cariño.
-¿Y a qué sabe el cariño?
-Le falta un poco de sal.
Sonreí y la nostalgia cobró la forma de tu cuerpo. Nos abrazamos como cuando no estamos contigo. Seguía en la sonrisa y en tu curiosa respuesta. Deseaba que esta comida tuviese el poder de limpiar todos tus pesares. Que fuera una invitación sensorial para que te quedes conmigo y sazonemos juntos las comidas. Una plegaria por una sonrisa tuya. Un anhelo de conocer más allá de tus lunares. Era porque te quiero y porque seguía sin una palabra en mi boca que valiera una sanación; el cariño que tengo por y para ti.
Llegaron mis amigos preguntando el por qué de tanta comida. Y el por qué de verme abrazado a un cucharón, con los ojos brillosos y la camisa manchada mientras cantaba por enésima vez la canción de los Rolling Stones.
-Es una cena para cuatro -les dije.
Comments