Las cabezas de la hidra
- contratiempomx
- 16 ene 2015
- 2 Min. de lectura
Montserrat Pérez

Hace un par de años un reportero de Contratiempo recibió una amenaza debido a una publicación que hizo en este medio. Después de una serie de discusiones y pánico inmediato sobre el bienestar y seguridad de todas y todos nuestros colaboradores, hicimos lo que pensamos que era lo correcto y buscamos ayuda legal. Cabe destacar que quienes nos escucharon primero nos dijeron que era mucho más peligroso denunciar que no hacerlo.
Recuerdo que la reacción inicial fue de incredulidad, pues nunca nos había pasado algo así. La siguiente reacción fue miedo intenso, pues a través de una búsqueda en Internet localizamos al individuo que hizo la amenaza y gustaba de lucir sus armas de fuego en redes sociales. Todo era como un sueño extraño, aún más porque somos un medio pequeño, mucho más en ese entonces.
Sin embargo, esa experiencia nos hizo darnos cuenta de una cosa: el temor de nosotros hacia esa amenaza era directamente proporcional al miedo de quien la realizó. La palabra, el periodismo en general, vaya, puede causar terror. Y molestia, por supuesto. Tanta molestia que hay gente dispuesta a matar por intentar callar o desaparecer los contenidos, a quienes crean los contenidos. El problema es que eso no es tan eficiente.
Cuando se asesina a quienes luchan por la verdad, pasa como con las cabezas de la Hidra de Lerna, salen más. Se cura el tejido y vive el monstruo, ese gran monstruo que usa las letras y el arte para informar y denunciar y provocar. El periodismo desde la comodidad no sirve para nada. Estimadas y estimados colegas, si todo el mundo sonríe y asiente con su trabajo, algo no está saliendo bien.
Hoy pasó una desgracia en Francia. Una desgracia con la cual nos podemos solidarizar, pues en este país se mata, golpea y desaparece periodistas regularmente.
La revista satírica Charlie Hebdo fue atacada por extremistas religiosos y doce personas perdieron la vida. Y la tragedia nos toca, nos hace movernos, llorar, rabiar. Pero también nos hace recordar que nuestra labor es de riesgo porque es un terremoto, debe serlo.
Y lo que nos queda es honrar la memoria de quienes mueren diariamente por hablar, por escribir o dibujar. Que el dolor no nos impida continuar, que la rabia no nos haga perder el camino y que siempre, siempre encontremos un motivo para reír.
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