No soy Magaly
- contratiempomx
- 6 ene 2015
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Montserrat Antúnez Estrada

Seis de la mañana. Suena el despertador, con dificultad abre los ojos, -cinco minutos- susurra. Pasan quince.- ¡Se va hacer tarde Vanessa!-. Grita su mamá desde la cocina antes de salir de la casa para ir a trabajar. Se cambia tan rápido como puede. Desayuna. Poco después, Vanessa corre a esperar el transporte público “Que horror, aquí todos van con prisa”, piensa.
Habían pasado sólo tres meses desde que Magaly, su hermana mayor, le había contado a su mamá lo que vivió en Ilopango, la pequeña localidad de El Salvador en la que residían. Después de tanto tiempo, Magaly había decidido hablar. Con un nudo en la garganta y las lágrimas desbordando rompió el silencio de nueve años.- Me violaron mamá ¡fueron más de 15! Estaba el hijo de Doña Luz, el Chole, el Pilas… ¡a casi todos los conocía!
Aunque Magaly contó el desagradable suceso cuando creía que Vanessa dormía, ella lo sabía, desde hace nueve años lo sabía. Años atrás se percató de todas esas noches en las que Magaly lloraba casi sin hacer ruido y del súbito desinterés que mostró por la escuela y salidas con amigos ¿acaso su mamá estaba ciega? Vanessa estaba consiente de que las repentinas decisiones tomadas de buscar trabajo y un lugar para vivir cerca del centro de Apopa no eran casualidad: quería protegerla.
Llegó a la escuela, observaba a sus compañeras y no sabía a quién acercarse. Después de diecisiete años de ver a las mismas personas, esto era un gran cambio. Entonces vio a Flor, con una nariz pequeñita que combinaba perfecto con su metro y medio de estatura, cabello largo y rizado, tan delgada como Magaly, no pudo evitar pensar en su hermana. Tímidamente se dirigió a ella pero no fue la única, los abrazos y pequeños gritos de Flor y sus amigas, felices porque no se habían visto, impidieron que Vanessa pudiera presentarse.
El día siguiente fue diferente, esta vez Flor se acercó.- ¡Hola! ¿No tienes con quien juntarte verdad?, soy Flor ¿y tú?-. Vanessa se presentó; basto la primera semana de clases para que las dos se hicieran amigas y para que Vanessa pudiera sentirse feliz. Comenzaba a convencerse de que Apopa no era tan malo, aquí no había un grupo de mal encarados que se reunieran en la esquina del patio y le gritaran alguna vulgaridad si pasaba cerca de ellos. Se sentía tranquila cada vez que pensaba “al menos aquí no están los del Barrio 18”.
Una tarde, al salir de la escuela el Pava, novio de Flor, y uno de sus amigos las esperaban.- ¡Corre, Vanessa, ven a conocerlos! Si quieres te presentó al Sirra, estás bien linda, bicha, seguro miguelean-. Las dos rieron. Flor tenía razón, después de esa tarde todo cambió para Vanessa. Dejó de preocuparse por las clases, le parecía más divertido seguir las sugerencias de su amiga.- Mejor vamos con ellos, Vane, aquí nos aburrimos mucho-.
Estaba muy contenta, su mirada y la repentina transformación frente a su madre lo demostraban. Ya no se arrepentía del cambio, no podía dejar de pensar en lo que sentía cada vez que el Sirra la besaba y en cómo reaccionaba su cuerpo esbelto al roce de la mano tatuada con tres puntos entre el dedo pulgar y el índice.- ¿Por qué tienes ese tatuaje?-.Le preguntó en una ocasión.- Son los puntos locos, las claves del éxito, Vane-. ¿Éxito? Ella no pensaba en eso, mientras estuvieran juntos, lo demás simplemente no importaba.
Un día la mamá de Vanessa llegó antes a casa y vio a su hija en la parada del transporte. Estaba con el Sirra. Vanessa entró a la casa y la recibió un grito.- ¿Eres tonta Vanessa? ¡Está en tu narizota! ¿Qué no ves sus tatuajes?-. Que le dijeran tonta en verdad la enfurecía.- ¿Tonta yo? ¡Yo no soy Magaly mamá! ¡A mí nadie me usa! ¡Estoy con un poderoso! Él no es del Barrio…-. Entre bofetadas, llanto y gritos Vanessa tomó una decisión: Quería que la respetaran como al Pava, estaba cansada de que nadie la viera, si era una de ellos, ya nadie le diría tonta.
Llenó una mochila con ropa y guardó el poco dinero que tenía en la bolsa de su ajustado pantalón de mezclilla. Ya no escuchaba los gritos, las lágrimas en su rostro comenzaban secarse, azotó la puerta y de un teléfono público habló con el único que podía ayudarla. No estaba asustada, el miedo vino después. Habían pasado veinte minutos desde que llegó a la casa donde el Sirra la esperaba. Un veinteañero sin playera, lleno de tatuajes caminó hacia ella.-Para vivir aquí tienes que ser fuerte bicha ¿crees que puedas?-. Vanessa retrocedió y no tardó en responder.- ¿Qué tengo que hacer?-.
Solo son trece, se repetía a si misma mientras las mujeres que vivían en la casa la pateaban, jalaban de su cabello, rasguñaban y pellizcaban. Trece segundos de maltrato tuvo que soportar para pasar la primera prueba. De pie y limpiándose la sangre que caía sobre su ojo derecho, el joven que la retó llamó a otros dos con la misma apariencia que él, la tomó por la espalda.- Ahora nosotros te vamos a probar, quédate quietecita-. Entraron a un cuarto y él le quitó la playera.- ¡Rosa! así te vamos a decir. Así te pongo chiquita, del color de tu brasier-.
Vanessa no pudo evitar llorar.- ¡Suéltame!-. Gritó y más segura que nunca en medio de sollozos sólo se escuchó.- ¡Carajo, yo no soy Magaly!-. Corrió con todas sus fuerzas, pero al salir de la casa más hombres tatuados la esperaban, mordió y pateó a cuantos pudo. Gritó como nunca antes.
La golpearon tan fuerte que cayó al suelo, desde ahí vio venir a más de ellos. Ignoró las frases obscenas, las caricias llenas de morbo. ”Sólo son trece” pensó. Parecía estar resignada, hasta que dos maras más se acercaron. No podía soportarlo. Cerró los ojos. Trató de imaginar que no estaba ahí, pero fue imposible. Los abrió de nuevo. Volteó a su izquierda y se percató de la navaja que colgaba del pantalón de uno de sus agresores. Rápidamente jaló la cadena que la sostenía y antes de que pudieran quitársela, con la fuerza que aún le quedaba la enterró en su pecho. Silencio total. Sangre manchando ese pequeño sostén rosa. No tuvo opción, después de todo, ella no era Magaly.
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