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¿Simulacro?

  • contratiempomx
  • 6 ene 2015
  • 4 Min. de lectura

Natalia Jiménez López

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Se escucha un sonido molesto. A Morani le parece similar al que la despierta cada mañana. Recuerda lo poco agradable que es para ella despertar a las 5:30 am con una alarma que la enfada. Sin embargo, ella no la cambia porque es lo único que la puede despertar a tiempo. Claro que de vez en cuando la aplaza por 15 o incluso 30 minutos. Pero hoy es 21 de septiembre y se despertó antes que de que sonara su delirio matutino. ¿Quién no madruga el día de su cumpleaños?


Ella definitivamente no es el tipo de niña que goce al ir de compras, pero hoy es especial: van a comprar los boletos para ir al pueblo donde ocurren las historias que le cuenta su padre. ¡El mejor regalo que puede recibir!


Pero ese sonido no puede ser la alarma, son las tres de la tarde y no está en casa. Además, el sonido no la hace a levantarse, sino todo lo contrario. Se da cuenta que no tiene su pulsera puesta y la quiere ir a buscar. Sin embargo, su madre no la deja, frustra su intento de levantarse y la aferra al suelo de la cafería donde están.


Oye de nuevo ese sonido. También se parece al de salida de las carreras de caballos que ve en la televisión con su padre, la persona a la que más admira, su gran héroe. Él siempre le cuenta historias sobre su pueblo de origen y las maravillas que se observan en el cielo nocturno. Ella jamás ha visitado este lugar, pero de sólo escuchar los relatos se le eriza la piel. Para ella su mayor tesoro son las historias y su papá.


El cielo nocturno” esa frase resuena en su cabeza. Piensa: ¿acaso será más oscuro?, ¿será más grande?, ¿tendrá más estrellas? Escucha por tercera vez ese sonido. Conocer el sitio en el que se desarrollan las maravillosas historias de su padre, es su mayor anhelo.


Está acostumbrada a acostarse en el suelo por largo tiempo. Recuerda cuando en su escuela hicieron el simulacro. No supo exactamente para qué era. Pero comparó esa experiencia con la de acostarse a ver el cielo con su padre y su hermano menor Kiano.


Absorta en sus recuerdos se sobresalta porque oye de nuevo ese sonido que empieza a incomodarla. Lo único que la controla es saber que su padre está con unos hombres, que de seguro le explican qué es lo que sucede. Está segura que después él va a regresar por ellos para que puedan comprar los boletos del viaje.


Jamás había hecho un simulacro fuera de la escuela, pero ver a su madre y hermano abrazados la tranquiliza.


Se oyen muchos gritos, le recuerdan a uno de esos documentales de National Geographic en los que los pequeños chimpancés demandan alimento. ¿Cómo será la comida en el pueblo de su padre? ¿Comerán hamburguesas? ¿O comerán ratas de campo? Suena por quinta vez ese sonido.


Al menos no cree que desperdicien el agua como en la cafetería donde la espera se ha prolongado por horas. Ella sólo piensa en cómo es que de repente la mesera tiró la jarra de agua y salió corriendo ¿Por qué se habrá espantado tanto?


Morani no tiene miedo como la mesera, ella busca honrar su nombre. Cuando tenía cinco años le daba miedo la oscuridad; su padre le decía que desde que nació sietemesina venció el reto de sobrevivir, por eso la llamó Morani cuyo significado, guerrero, era perfecto para definirla.


Por sexta vez se escucha ese sonido. Comienza a desesperarse. Le duelen las rodillas. Su padre no regresa. A lo lejos parece sonar una patrulla, pero ella no puede preguntarle a su madre ya que debe estar en silencio, no puede ni siquiera pararse por su café.


De repente observa pasar a muchos hombres de verde con metralletas, parecen gacelas que al caminar apenas tocan el piso. Sólo mueven las manos, parece un saludo pero no… es más bien una señal para que no se muevan.


Aún piensa sobre la última vez que escuchó ese sonido. Ahora sabe de qué se trata. No es una alarma, ni la salida de una carrera. Es una bala. Un pequeño artefacto que acaba con todo lo que se le atraviesa. Ella ve los casquillos tirados.


Cada minuto es desolador. Ese sonido ahora trae la sensación de temor. Ruega por que ninguna bala la toque a ella o a su familia.


Su padre no llega, probablemente jamás regrese, sólo queda su madre quien se aferra a ella y a su hermano. Los militares pasan una y otra vez cautelosamente, ahora ya no lucen como gacelas sigilosas sino como lo que son: hombres que tratan de preservar la seguridad de las personas.

Pero, ¿quién se encarga de preservar sus sueños? Morani ha perdido casi toda la fe. Estar recostada bajo el techo de la cafetería, no se compara con estar bajo el cielo de noche. Ella sabe que su sueño nunca se cumplirá.


En este momento, su mayor sueño no es ver el cielo nocturno de su lugar especial, sino ver la luz del día y respirar aire fresco. Ahora, lo que más anhela Morani es la oportunidad de salir viva de allí, ya que eso no es un simulacro.

 
 
 

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