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De las nostalgias

  • contratiempomx
  • 4 ene 2015
  • 3 Min. de lectura

Montserrat Pérez

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Cholula en tiempos de soledad


Camino sola. Esta vez no se trata de pisar las calles para encontrarme con alguien. No cae el sol; aquí se disuelve y besa los volcanes antes de dar pie a la noche. Tengo el estómago lleno de algo que no entiendo bien. Lo pienso, me recorre las piernas y los brazos, se queda en mis manos, como las esperas más intensas, pero no hay nada que esperar esta vez.


Ah, la nostalgia. No, las nostalgias. Son diferentes, están separadas y cada una tiene su razón de ser… o no, solamente existen, son y se prenden de todas las demás sólo por el gusto de provocar, de acariciar esa zona del cerebro que se estremece con cada parpadeo, cada memoria, cada sensación.


Volver una y otra vez. Dejar que los zapatos se desgasten, que se desgasten las aceras con las nuevas pisadas. Ahora no soy de nadie, ni por diez minutos ni por diez horas. No soy con. Sólo soy. Miro los candiles, huelo el aire que ahora me parece más dulce. No hay prisa, nadie aguarda.


Reflexiono, siento todo mil veces y me doy cuenta que la amante, amiga y familia que me espera aquí es la misma tierra. Es este lugar que nunca me ha rechazado, que me despierta con fiesta cada domingo, que me deja mirar sus atardeceres y me enseña caminos nuevos. Es la pirámide con la iglesia, es el ladrido de los perros, la luna llena de junio y la de julio. Es la mañana helada de noviembre.


Los Santos y los demonios. San Pedro y San Andrés y cualquier otro al que me le haya arrodillado. La tienda de canastas, la heladería y este pequeño santuario desde donde escribo. Eres tú, Cholula, y a la vez no. Porque hay recuerdos que no son propios y nostalgias que han sabido guardarse muy bien en las piedras.


Camino sola. Disfruto de cada descarga de electricidad que produce mi cuerpo. Dejo que me tome por completo la nostalgia, río por dentro, fluyo con las calles y me dejo ir. Caigo en un letargo delicioso. Pretendo un poco que no hay tristeza en todo esto, que no hay dolores profundos guardados ni resentimientos, pero no lloro. Respiro una vez más, suenan las campanas…


Un poema para Roberto


Me bastan tus ausencias para morir un poco

Cada junta se vuelve un martirio, no estás

No está tu sonrisa burlona y tu mirada marrón

No están tus dedos largos ni el latido de tu corazón


Cada reunión es aburrida, sosa… no estás

No están ni tus muslos ni tus pantorrillas

No está tu pantalón ni tu vientre

Enloquezco. Tiemblo. Rabio.


Me faltan tus palabras sucias al oído

Y el susurro de mis labios cerca de tu cuello

Me falta deslizar la mano bajo la mesa y encontrarte

Y jugar a pretender que estoy seria,


Que me importa un carajo lo que dicen los demás

Me faltas tú para adornar mis noches con sudor

Para recorrer tu espalda, imaginarla desnuda

Mi más constante fantasía, la de la quincena

No estás. No me esperas ya,


Se acabaron las frambuesas y la crema y todo

Que tu regreso sea un orgasmo estruendoso.

Aunque sea un rato, pero estemos solos.

Me bastan tus ausencias para morir un poco.

 
 
 

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