La magia del ridículo
- contratiempomx
- 28 nov 2014
- 3 Min. de lectura
Oliver Neoquínico
No me gusta la magia. En primer lugar, porque no existe. Son trucos y juegos de manos ágiles, ilusiones visuales, destreza física. ¿Pero la magia?, no señores, no creo en ella. Ni porque Woody Allen haya tenido esa curiosidad infantil por ser mago y la haya plasmado en algunos de sus filmes. Ni por eso. No, no me gusta la magia. Sobre todo, porque de niño tenía un par de libros de cómo hacer trucos de magia y jamás de los jamases me salió uno. Aquí está el toque subconsciente, dirán los entusiastas del psicoanálisis ramplón. La verdad es que estoy jugando. No odio la magia, sí me gusta, es interesante. También es cierto que no me salió nunca un truco. Ni siquiera con las cartas, a las que soy tan asiduo, aunque podría decir que hay algo de magia en humillar a la gente jugando póker, teniendo a mi lado a alguien tan poderoso como al azar y a las cartas marcadas.
Fui a ver “Standmagiando”, un show que mezcla la magia con el Stand-up, presentado todos los viernes del mes de noviembre (aún queda la función del viernes 28), en el Foro Shakespeare a las 9 pm. Tres magos estandoperos o tres estandoperos que se creen magos, o tres tipos que hacen truquitos mientras cuentan chistes –me estoy vengando un poco del ridículo que me hicieron pasar cuando fui, la verdad es que los admiro, pero sólo tantito-, hacen bromas mientras embelesan al público con la fantasía de sus manos.
En un momento, cuando uno de los magos va a hacer un truco pregunta: “¿Han visto el truco del mago donde desaparece la seda de su mano?, ¿entonces para qué lo hago si ya lo han visto?”
Pero aparte de estas bromas malas, juegan con el público. En mi caso, el Mago Zazu decidió humillarme un poco con una cuerda grande. Hizo el conocido truco de la cuerda que se endurece y me hizo gritar “dura”, repetidas veces, con un tono sensual para que el trozo de reata, pues, se pusiera así, dura. Pero como la cuerda sufría de impotencia ante mi falta de erotismo vocal, me pusieron un gorrito de condón. Y la cuerda endureció.
Luego apareció Coyo. El mago Zazu demostró sus dotes de ventrílocuo e inundó de risas al público. Pero, no conforme con mi humillación anterior, apareció el Mago Takandri y me pasó al centro del escenario, me sentó en una silla y me preguntó si sabía hacer magia. No le conté lo que escribí al principio de este texto porque habría sido muy aburrido para todos, así que solo dije que no. Me dijo que haría magia por mí. Me pidió que juntara mis piernas y me puso un atuendo azul celeste, un traje horrible, mientras yo cruzaba mis brazos por enfrente para que el metiera las manos en las mangas e hiciera magia por mí. Pero, no conforme con eso, me puso unos lentes de fondo de botella y yo ya no vi nada. Para terminar, me puso un sombrero de copa y comenzó a hacer magia, pidiéndome que hiciera gestos cada vez que lo pidiera. El público reía mucho así que debí haber hecho un show fenomenal, o simplemente se burlaban de mí. Al final del acto, nos tomamos una foto, una “selfie”, sale un poco borrosa, pero es el único vestigio en imagen de mi ridículo.

Uno de los actos más espectaculares fue del Mago Angello, que usó su poder mental en juego de vasos. Colocó un clavo grande y lo ocultó en un vaso, le pidió a una persona que revolviera los tres vasos que había colocado mientras él tenía los ojos vendados. Debía romperlos –eran de unicel- con la palma de la mano, adivinando dónde no estaba. Un movimiento en falso y ¡zas!, un mago con un pedacito de estigma de la crucifixión de Jesús.
Todo esto y más se presenta en el show de estos tres magos talentosos, que han innovado el stand-up en México, agregándole toques de magia, o viceversa, o al contrario. Como prefieran llamarle.
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