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La flor del caso perdido

  • contratiempomx
  • 21 nov 2014
  • 2 Min. de lectura

Miguel Ángel Teposteco

“El medio decisivo de la política es la violencia.”

Carlos Fuentes, La cabeza de la hidra

Era inevitable hablar de esas cosas, primero del afecto, luego de la muerte. Hubo un abrazo, sólo eso. Le dije Llora, porque sé que en esos momentos la gente llora; pero no lo hizo, esperó a que el tiempo de ese instante acabara de morir, así que le dije con mi voz seca La muerte es natural. Lo es en definitiva. La chica se fue, lo comprendí. Se desamarró de mí y desapareció.


El megáfono aturdió el lugar que acumuló a esas masas, una pequeña explanada de un auditorio que recibió a cientos y cientos de jóvenes. Vi el rostro de ella varias veces. Una niña, me dije. Su cara casi lisa, su figura pequeña y su sonrisa espontánea. Yo también soy un niño, me aclaré. Los gritos se elevaron y la política apareció, ese largo juego que intenta emular a la aparente justicia de la naturaleza, la ilusión de los sagrados equilibrios, de los libres albedríos. Todos gritamos ese día, todos lo entendimos ese día. Ella también, yo también.


Y así durante las semanas, después de cada cigarro quemado, después de tantas conversaciones sobre la acción democrática, sobre la validez, sobre las utopías, su figura pequeña resaltaba de entre las cabezas de cabello negro, las manos levantadas y los acercamientos de mi mirada a los portavoces generacionales. A donde veíamos sólo existía la muerte, búsqueda de la vida, luego más muerte, ahogada en muerte, impulsada por la muerte.

Los queremos vivos, era el grafitti de moda, era la carne negra que tatuaba las calles, los edificios, los lugares concurridos. El llanto de las madres nos llamaba y allá, donde nadie encontraba consuelo, los muertos surgían de la tierra, las palas de las manos culpables salían de nuevo a tapar los cadáveres; muerte rodeada de muerte, rellena de muerte, cubierta de muerte...


Lo recordé, lo sentí, lo viví. En ese abrazo recordé a la madre llorando por su hijo ¿Cómo chingaos se atreven a decir que era un criminal? Nadie se lo explica. El pecho de un ser querido deja de emitir el delgado sonido de la vida, nosotros alzamos la mirada, pedimos justicia y un fósforo diabólico cae sobre la gasolina; las pieles sienten las llamas, las víctimas gritan y se revuelcan debajo de esa manta oscura en una noche cualquiera de Iguala. Él, yo lo recuerdo, dejó de respirar, por eso su esposa lloró sobre su pecho e intentó decirse a sí misma Acá anda, sigue aquí. La marcha de los muertos nos concluye, nos alienta, nos pierde, nos vuelve a encontrar y nos consuela.


Su tío murió, por eso me abrazó. Eso es lo que entiendo, siempre lo entendí. Para ese día ya había pasado un mes; ésos no habían aparecido. Las bocas hablaron, las bocas tragaron tierra: ya no están vivos, lo suponemos. Incluso, con timidez y coraje, lo sabemos. En los valles de la memoria colectiva, un tapiz de flores naranjas plaga el ambiente de un olor peculiar, los muertos desfilan, lloran. Cada uno alza un dedo, una vela encendida, su propio caso aislado, su propio caso perdido.

 
 
 

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