Últimos besos. (Lado A)
- contratiempomx
- 7 nov 2014
- 4 Min. de lectura
Montserrat Pérez
Por las promesas...
“Te lo digo de una vez, esto jamás vuelve a pasar”. Siento esta vez que la sentencia es real. He pronunciado las palabras tantas veces, es más, las escribí, las grité, pero sabía que no lo iba a cumplir. Ahora sí. Me pesa el pecho, se me atora la saliva en la garganta. Sí, la adrenalina siempre me llena el vientre cuando estoy contigo. ¿Cómo no lo iba a hacer? Una no desaprovecha un cuarto obscuro lleno de humo. Una no desaprovecha la luz roja tenue ni las siluetas de un proyector inútil. Tus manos en mi cintura, mi boca cerca de tu mejilla, espacio público vacío, mi boca seca. Sí, lancé el beso, no fuiste tú. “Ya no te quiero besar más”, te digo, pero no me crees. No me creíste. Hay promesas que no se rompen.
De un adiós anunciado...
Por mí que quemen el metro. Así se mueren de una vez todos los recuerdos que tengo en esos túneles infernales. Tu cuerpo pegado al mío. Qué cansado saber que te vas. Qué semanas tan horribles. Hoy se vuelve real. Te vas a perseguir el sol del oeste, ése que se robó más de una vez los suspiros de alguien. Te vas sin que hayamos hecho el amor una vez más. Me abrazas, trato de no llorar. Me aferro al tubo metálico, respiro hondo, pero el corazón se siente como un costal de agujas pequeñísimas. Que pasara una desgracia, que se acabara el mundo contigo y conmigo tomados de la mano. Pero no, avanza lento el tren. Llegamos al túnel que antes se me hacía tan largo y hoy se siente como dos pasos. Otro tren. Ruego porque se detenga, que se vaya la luz, que tiemble. No pasa nada y nos bajamos. Las estaciones de autobús siempre tienen despedidas. Ésta se antoja más larga, pero tú te tienes que ir. Me besas, te beso. Me juré no voltear porque, si volteo, no te dejo ir. Me juré no voltear porque, si volteo, me voy contigo. Me juré no voltear porque presiento lo que sí pasó. Te fuiste, me quedé. Te fuiste, ¿dónde quedé yo?
Y de otro agendado...
Sé, por cómo me soltaste la mano, que deseabas el adiós. Un final triste para una pareja desdichada. Ya viene el tren. Brilla como el acero de tus ojos, ambos fríos, ambos fugaces, ambos puntuales en sus partidas. Me quieres fuera de tu vida y yo lo sé. Es un sentimiento mutuo, pero pesa. Fuimos familia, amigos, medio amantes, medio cómplices. Es difícil porque me pregunto quién te va a cuidar cuando te enfermes, quién verá que la alacena tenga comida, que la cocina esté limpia. No soy yo más. Por eso también es fácil, porque me voy a ver por mí misma y te dejo solo con tu desastre. Me voy a ver el mundo de nuevo sin más compañía que la cadencia de mis caderas. Tu silencio es doloroso, pero peor quedarme. Un beso, otro más rápido, fumas. Sé, por cómo te solté la mano, que añoraba decir adiós.
Por ser libre de nuevo...
Cuando me subo al taxi lo sé. La claridad es apabullante. El Tsuru se convierte en santuario y el taxista en cualquier santo al que le gusten las cumbias sonideras. El mundo brilla más porque sé muy dentro de las entrañas que nunca más voy a pararme en tu departamento. Ya no me importa si quieres que sea la madre de tus hijos, como exclamaste después de medir un librero. Ya no me importa si sí sabes que quieres estar conmigo. El asfalto se convierte en cielo. Vuelo de nuevo, aunque admito que voy a extrañar las tardes de sólo dormir sobre tu cama abrazada y protegida. Pero es hora de irse a buscar otras mentiras, otra boca que no aborrezca cuando me besa casualmente antes de subirme a un taxi.
A pesar de añorar unos labios...
Si hay algo que extraño, es reírme contigo mientras follamos en tu cuarto. Si hay algo que extraño, es ver cómo cae la luz de la ventana sobre tu espalda. Espera, no. Si hay algo que extraño, es la música y fumarme las especias de la alacena. O tal vez lo que extraño es arañarte la espalda o ponerme de rodillas y saborear el sudor de tus ingles. No, supongo que, si hay algo que extraño, es gemir sin que me importe un carajo que los niños estén jugando afuera en el patio y me escuchen. O, no sé, tal vez lo que más extraño es la charla poscoital sobre política y economía. Cuánto echo de menos que me cuentes lo que sea, que me muerdas... Me palpitan las puntas de los dedos cuando pienso en tus piernas, tu sonrisa socarrona, tus axilas cuando te estiras. Extraño las horas desnudas de abrazos y risas. Pero no, lo que más me hace falta es esa veta brillante de tus ojos. El café intenso que se pierde entre unas pestañas perfectas. Extraño no tener que tenerte, poder ser yo contigo y sin ti. Extraño la amistad erótica de las tardes solitarias. Pero extraño más despedirme de ti. Sí, es eso. Si hay algo que extraño, es darte un beso en los torniquetes de un metro olvidado. Son esas separaciones las que no soporto haber perdido, esos adioses fugaces que ese día llegaron para quedarse.
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