Una teoría más
- contratiempomx
- 7 nov 2014
- 2 Min. de lectura
Jean Carlo Zambrano Brun
Las personas inteligentes tienen los demonios más persuasivos, todos los teóricos a lo largo de la historia lo han demostrado con su locura. ¿De qué otra manera se puede llamar a una persona que busca explicar el mundo de una manera diferente a lo establecido?
Dar a conocer un nuevo supuesto del universo que nos rodea es inherente a un demente, porque pocos son los que se atreven a ver más allá de lo que está permitido. Sólo los verdaderos insanos de la cabeza y el alma se atreven a hablar de algo que no se verá como lógico o posible.
Desde que nacemos, los seres humanos pasamos una serie de cambios y, curiosamente, eso lo que más nos aterra. La transformación nos hace humanos, pero los homo sapiens son esclavos de sus miedos y el cambio es uno de ellos. Tenemos pavor a un mundo sin certezas. Porque, ¿qué pasaría si nos levantáramos por la mañana y el mundo fuera otro? Como si de un día para otro el fuego ya no quemara o el algodón fuera rugoso.
Son muy pocos los individuos conscientes del miedo a lo desconocido. Por eso se considera loco todo aquel que expone una nueva idea del mundo, porque llega a trastocar la realidad y nos quita una textura conocida del cosmos. Es una evolución vital y a la vez compleja. Pero, ¿cómo liberarse de un lugar donde no se sabe que se está cautivo?
Los locos ven todas las posibilidades por absurdas que estas suenen, no descartan nada, intentan ver el mundo completo, porque los desvaríos no se ven tan imposibles en su situación. Faraday intentó explicar las fuerzas de los polos magnéticos terrestres, Da Vinci diseñó máquinas voladoras y Galileo Galilei expuso la teoría heliocéntrica. Todos adelantados a su época y por tanto chiflados.
Quizá, en el futuro con los avances acelerados en la ciencia y la tecnología hagan a muchos locos del pasado ser ilustres pensadores dignos del nombre homo sapiens-sapiens o quizá sólo un ‘sapiens’. Alguien podría proponer “una teoría más” acerca de que todo cambio hacia el mundo inexplorado, empieza en las unidades mínimas de la materia. Y, si así fuera, se sorprenderían de que para llegar a amar sólo se necesitaría de un átomo valiente que quiera enfrentar el oscuro precipicio a lo desconocido.
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