Ayotzinapa: un llamado al diálogo
- contratiempomx
- 6 nov 2014
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Por: Luis Jaime Estrada Castro
Hacen falta soñadores, aceptaré ese papel,
ya que no tengo inclinación para el oficio de asesino.
Albert Camus
La formación de la voluntad política de los ciudadanos, se construye en el entramado ético de la vida social, en donde se desarrolla el juego dialógico mediante el uso público de la razón orientada al entendimiento. Renunciar al diálogo, es el primer paso para legitimar la violencia como única forma posible de transformar una situación que es considerada injusta y que exige ser restaurada.
Los recientes acontecimientos en Iguala, en donde fueron asesinadas seis personas, entre ellas tres normalistas, y de donde resultó la ignominiosa cifra de 43 estudiantes desaparecidos pertenecientes a la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, son una clara manifestación de que el país se encuentra en el centro de una profunda crisis política, de seguridad y justicia.
Esta situación ha puesto a la ciudadanía en medio de una lucha entre las fuerzas de la violencia y las del diálogo. Las manifestaciones posteriores a los acontecimientos del pasado 26 de septiembre, han dejado clara la urgente necesidad de sentar las bases del diálogo y la deliberación como formas democráticas y pacíficas para la resolución de los conflictos y la toma de acuerdos. Sin embargo, el enojo generalizado y el clima de terror que se vive en muchas comunidades del país, generan un clima desfavorable para la reflexión, por lo que algunos sectores sociales, producto de la profunda rabia ante las incompetencias de las instituciones de gobierno, seguridad y justicia locales y federales, han elegido la violencia como forma de exigir justicia.
Jean-Paul Sartre, en el prefacio a Los condenados de la Tierra de Frantz Fanon, señala que la violencia ejercida por los pueblos, ya sea para su liberación o para la búsqueda de la justicia, no puede ser catalogada de absurda o irreflexiva, ya que la violencia “es el hombre mismo reintegrándose”, y concluye que sólo ella puede destruirse a sí misma. En otras palabras, se legitima la violencia como el medio para alcanzar la justicia; sin embargo, Sartre no se da cuenta de lo que años después Hannah Arendt le respondería en su obra Sobre la violencia, al señalar que ésta se produce cuando los medios se anteponen a los fines, lo que implica la imposibilidad de acceder a la justicia, y la reproducción en concatenaciones de la violencia en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
El conflicto como tal, es inherente a las relaciones humanas. Pero se manifiesta con mayor fuerza particularmente en la democracia porque exige el reconocimiento y salvaguarda de la diversidad, en donde el intercambio de pensamientos, reflexiones, acciones y formas de comprender la realidad son tan diversos, que necesariamente implican cierto grado de antagonismo social. El sociólogo Georg Simmel señala incluso que “el conflicto en sí mismo es ya una resolución de la tensión entre los contrarios”. Sin embargo, la cuestión radica en las formas y medios que se emplean para la resolución de esos conflictos y antagonismos.
Cuando la violencia se plantea como un medio legítimo y eficiente, se convierte en un fin absoluto cerrado sobre sí mismo, y el riesgo social es tan elevado, que puede desencadenar muchas otras violencias que a su vez generen o profundicen la situación de injusticia social. Por lo tanto, el diálogo y la deliberación para la toma de acuerdos, son los medios más adecuados para proponer acciones y estrategias políticas, al oponer la palabra al horror que provoca la creciente violencia en el país. La movilización y reflexión sociales, exigen actuar dentro de la vida democrática que los ciudadanos han construido y defendido ante las causas y efectos de la violencia.

El país necesita la palabra para hacer frente al silencio que nos horroriza, pero también para señalar y condenar la impunidad, la corrupción y la omisión, las cuales son formas miserables, vergonzosas y deshonrosas de violencia. Pero para dialogar, se requiere que las partes estén dispuestas a escuchar e intercambiar en el espacio público, los diversos puntos de vista e incluso la apertura para reconocer la posibilidad de replantear los propios argumentos en aras de un mejor entendimiento.
El diálogo es la base de la racionalidad argumentativa que nos permite edificar la democracia por medio de procesos deliberativos. Pero la democracia es mucho más que un sistema o un régimen, es un mundo de vida, un universo significante que encuentra su más fuerte configuración en el lenguaje deliberativo y dialógico, por eso, cuando el discurso político se tecnifica, pierde su relación con la realidad y no nos permite comprenderla y comprendernos en ella.
La crisis de la democracia es también una crisis del lenguaje. Esto hace evidente la ausencia de referentes, significados, significantes y sentidos del discurso político con la vida de todos los ciudadanos. Las instituciones de gobierno y de justicia han dejado un vacío argumentativo que impide entablar un verdadero diálogo, y es precisamente la ausencia de un interlocutor legítimo, lo que profundiza las raíces de la violencia estructural y simbólica.
El filósofo Edgar Morin nos advierte que en el reverso de la capacidad humana de utilizar el lenguaje para la construcción de comunidad y fraternidad, se encuentra la capacidad de producir delirio, odio, desprecio y desmesura; las dos, son condiciones inherentes al ser humano, pero elegir una u otra vía, es una decisión política, social y cultural a la que nos enfrentamos cada vez que la realidad nos exige pensar y transformar. Para que una democracia no degenere, debe regenerarse permanentemente.
A lo que nos deben conducir los acontecimientos de barbarie ocurridos en Iguala, es a una reivindicación ciudadana y humanista: el reconocimiento por parte de los tres órdenes de gobierno, así como de las instituciones de seguridad y justicia de su responsabilidad, ya sea por acción u omisión, del crimen de lesa humanidad contra los normalistas de Ayotzinapa. Los ciudadanos tenemos derecho a saber con certeza qué ocurrió el 26 de septiembre y en dónde están los 43 estudiantes desaparecidos, así como a exigir que los autores intelectuales y materiales sean debidamente juzgados. De lo contrario, tal vez estemos asistiendo a la última oportunidad para el diálogo.
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