Una mirada a la prisión (primera parte)
- contratiempomx
- 4 nov 2014
- 3 Min. de lectura
Por: Sergio Guillermo Valentín
¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones? Michel Foucault
Después de realizar una visita al Reclusorio Preventivo Varonil Sur el pasado 20 de Octubre de 2014, estar unos minutos en población, conocer su centro de educación (someramente cómo funciona) y tras intentar resolver algunas dudas sobre ese misterioso mundo al cual rara vez tenemos acceso, no quedan en mi mente más que un número mayor de ellas y tal vez una que otra reflexión.
Día con día nos desenvolvemos en una sociedad que tiene una idea sobre la prisión en su forma más general; sin embargo, desde mi perspectiva, es pertinente hacer unas menciones al respecto, las cuales pueden desengañarnos un poco, ya que las penas privativas de la libertad no son la única solución o no son la única manera de darles ese codiciado castigo a los criminales; podemos encontrar algunos substitutivos (sanciones pecuniarias, trabajos a favor de la comunidad, prohibición para ir a lugar determinado, etc.) para la mejora del derecho penal e incluso de la sociedad misma. No es una tarea fácil, debe existir un trabajo amplio y constante en diversos sectores de la sociedad para que esto pueda funcionar, ya que existe una idea muy arraigada de que si un delincuente no va a prisión, simplemente, no es castigado.
Podemos decir que, la “crisis de la prisión no se debe a la acción de factores externos, sino a su propia organización y a sus métodos tradicionales”[1] y es más, que es un reflejo de la crisis que vive el mismo sistema penal. Por tales motivos, es urgente que se empiecen a generar cambios internos pero desde luego, los cambios externos, como por ejemplo las políticas públicas adecuadas para que la situación pueda tener alguna mejora.
La prisión es una pena cara y antieconómica; cara en cuanto a la inversión en instalaciones, mantenimiento y personal; antieconómica porque el sujeto no es productivo y deja en el abandono material a la familia.[2]

Incluso podemos encontrar otros dos problemas ampliamente significativos, la prisionalización y la estigmatización. Por prisionalización podemos entender una adaptación a la prisión, adoptar las costumbres, el lenguaje, es decir, la subcultura carcelaria. Por estigmatización se interpreta el hecho de marcar a un sujeto, descreditándolo y haciéndolo indigno de confianza, lo que le atrae la repulsa social, el aislamiento, el antagonismo.[3]
Es claro que ante esto, estamos hablando de una “etiqueta” social, la cual hace que el sujeto encuentre dificultades en su correcta adaptación al medio ya estando en libertad, hecho que de alguna u otra manera lo lleva a desviar su actuar hacia esa etiqueta establecida.
Universidades del crimen
Ahora bien, aparte de los problemas sociales que existen y a los cuales se enfrentará al conseguir su libertad, es decir, en la forma en la que el sujeto va a ser recibido tras un paso (independientemente si es corto o no) en prisión, también encontramos problemas que nacen y se desarrollan dentro de las instalaciones. No es nuevo para nadie escuchar que las prisiones son Universidades del crimen, es inminente que existe un contagio criminal por ese contacto permanente con los demás delincuentes que son habituales, profesionales e incluso, una cantidad considerable de ellos, de elevada peligrosidad. En este sentido, aquel sujeto que ingresa no siendo un criminal (volviendo a las deficiencias de nuestro sistema de justicia penal) tiene las herramientas suficientes para serlo y de una manera terrible; a su vez, el que ya lo era, poco a poco se va perfeccionando.
A pesar de que hay una obligación para realizar una clasificación de los sujetos que ingresan a los centros penitenciarios, muchas veces no se realizan del todo. Tal como se encuentran al presente, las cárceles (hablando en general), son gigantescos crisoles de crimen. A su interior se arroja, sin orden ni concierto, al viejo, al joven, al culpable, al inocente, al enfermo, al sano, al empedernido y al escrupuloso; allí quedan para ser mezclados con los subsiguientes ingredientes de mugre, plagas, frío, obscuridad, aire fétido, sobrepoblación y mal servicio de cañerías; y todo ello se cuece hasta el punto de ebullición a través del fuego de la más completa ociosidad.[4] Todo ello, da como resultado el fracaso en la finalidad del sistema penitenciario, la cual es la reinserción de los sujetos a la vida en sociedad.
[1] Rodríguez, Manzanera Luis, La crisis penitenciaria y los sustitutivos de la prisión, Porrúa, México, 1998, p. 1.
[2] Ibíd. P. 2.
[3] Ídem.
[4] Ibíd. P. 133.
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