La bala de: Felípe López Veneroni
- contratiempomx
- 23 oct 2014
- 2 Min. de lectura
Adelanto que sobre este asunto de las marchas tengo una posición análoga a la de John Lennon en Revolution: ...But when you talk about destruction, don't you know that you can count me out!
Recientemente vi en una fotografía la leyenda “Tomar la calle es tomar la palabra”. No podría estar más de acuerdo. Nada más público ni nada más visible que ese espacio común. Creo que hay circunstancias coyunturales o históricas que ameritan y que han ameritado esta forma de acción como un discurso políticamente racionalizado. Pero ojo: subrayo lo de acción en el sentido weberiano y habermasiano del término. El concepto de acción no es equivalente al del “acto”. Una acción se reduce a un acto (que, por su propia definición, resulta irreflexivo) cuando carece de una lógica argumentativa, cuando es incapaz de expresar, con elocuencia, dignidad y claridad, aquello por lo cual se está manifestando o protestando.
Tomar la calle no es ni debe ser una agresión. Será inevitable afectar a otros usuarios del mismo espacio público. Pero afectar es muy distinto de agredir. Vandalizar el mobiliario público, romper ventanales, pintarrajear muros, etc., no son acciones, sino actos, expresiones irreflexivas (y en muchos casos inconscientes) análogas a salir a gritar o vociferamentar. Se hace mucho ruido, pero no se dice nada. Y no sólo se afecta a otros, sino que se les agrede, con lo que la lógica inicial de la protesta (el argumento, si es que lo hubo) se diluye en el más simple y justificado de los rechazos.
Al igual que tomar la palabra, tomar la calle exige claridad semántica y una intención política o social orientada hacia un fin racional. Tomar la calle es una acción argumentativa. Por eso suelen ser mucho más elocuentes y efectivas manifestaciones como la del silencio (en agosto de 1968) o la marcha del millón de hombres, convocada por Martin Luther King también en los ’60. Y no podemos sostener, legítimamente, que esas formas de protesta no funcionan porque condujeron a la matanza de Tlatelolco o al asesinato del propio Luther King. En eso radica, lamentablemente, su triunfo más claro: desenmascarar la ausencia de argumentos y la incapacidad dialógica del Sistema. Pero combatir la violencia institucional, la violencia de Estado, con más violencia (aparentemente “anarca”, “anti sistémica”) sólo acaba colocando a quienes la ejercen en el mismo sitio de aquellos a los que condenan.

** Felipe López Veneroni es profesor investigador de tiempo completo de la FCPyS, UNAM.
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