El símbolo de la generación #Tuit y una moderna historia de amor.
- contratiempomx
- 21 oct 2014
- 4 Min. de lectura
Daniela Flores / Ipso Facto.

El avión salió de Barcelona para llegar a Dublín. Las conversaciones variaban en todos los asientos. Entre los ronquidos y los temas incómodos como el miedo a volar, Jamie y Katie, un chico irlandés y una chica canadiense, hicieron a un lado sus audífonos para escucharse. Se enamoraron pero no intercambiaron correos, ni su perfil de Facebook. La predecible historia “Love at first flight” terminó en el aeropuerto; pero la era digital escribió una secuela, #LoveAtFirstFlight. El hashtag, un signo que invade las palabras de internet, ya invade las ideas.
El signo que conecta a todos los usuarios de mundos digitales como Twitter, Facebook, Instagram o Pinterest ha permeado la convivencia humana más de lo esperado años atrás. El “hashtag” se ha convertido en un símbolo de la generación “tuit”. Más que un elemento decorativo, en su representación guarda infinidad de interacciones que permiten catalogar contenidos según temas en común.
La historia de su funcionalidad evoluciona desde los mitos de su presencia en los teclados hasta los acontecimientos en que los usuarios aportaron ideas a los portales de internet. El origen de esta tecla es más viejo que el internet pero el encuentro con su significado viral de la actualidad es tan reciente que seguramente pasará de moda cuando se encuentre un caracter más talentoso.
Siglos atrás, el “hashtag” se estancó en la medición; como representación de una libra (lb) tenía la forma parecida a un tres; número con el que comparte ahora una tecla en el tablero de las computadoras. Su re-significación llegó con los medios de comunicación. En 1870 probó suerte en el alfabeto telegráfico norteamericano. Posteriormente, estaba en todos los teléfonos y años más tarde en el lenguaje de la “programación”. Esa minúscula partícula aún buscaba un código para sobresalir.
Jamie no dejó de pensar en Katie tras haberla perdido entre pasajeros ruidosos que buscaban maletas maltratadas. Ella sólo pudo recordarlo como “el chico de los ojos lindos”. Salieron de ahí como si hubieran cerrado sus perfiles de internet. Sin amigos ni nacionalidades en común, dos enamorados del siglo pasado se habrían entregado a la casualidad. Él no sabía por qué, pero a su mente llegaron los recursos de su afortunado tiempo, pensó en campañas sociales, campañas políticas, campañas publicitarias, las selfies de su mejor amigo y los trending topics de Twitter. Todos eran “likeados”, “retuiteados” o leídos. Todos contenían un hashtag.
Desde el año 2000, esta tecla se utilizaba para catalogar los temas o grupos de las redes conocidas como “IRC” (Internet Relay Chat); herramientas donde se podía contactar con cualquier ser poseedor de un perfil. La evolución virtual llevó en 2006 al posicionamiento de Twitter, una plataforma donde las ideas viajan a 140 caracteres por comentario. La red estaba incompleta, faltaba la diferenciación del producto. El caracter perdido en códigos del pasado estaba por convertirse en una etiqueta.
La campaña de búsqueda por la cara conocida comenzó desde la computadora de Jamie. A partir de los hashtags #LoveAtFirstSight y #FindKatie, el chico de 24 años movilizó a sus contactos; no necesariamente amigos, para que escribieran el capítulo de una historia romántica moderna. Ampliaron la frontera de su país y los tuits se multiplicaron; la realidad virtual traspasó fronteras geográficas y llegó a un familiar de Katie. El signo insignificante se convirtió en el Cupido moderno. El hashtag les informó que se encuentran a 10 horas de distancia.
La etiqueta llegó a Twitter en agosto de 2007. El usuario Chris Messina retó a los administradores del portal cuando mandó el primer tuit que alteraría el imaginario colectivo de las nuevas generaciones: “¿Cómo te sentirías al utilizar el signo numeral dentro de los grupos, como en el ejemplo de la palabra #barcamp?”. Una pregunta sencilla que se convirtió en la nueva forma de interacción entre personas que creen conocerse por intereses en común.
Desde el 6 de agosto de 2014, la historia de Jamie Kelly y Katie Moreau es una anécdota comentada por todo el mundo y narrada a detalle por la revista Time. La era digital ha conseguido acaparar los diferentes espacios de las relaciones humanas. El amor, el odio, lo efímero de la realidad, la lucha social y el sistema económico conviven desde el mismo código. La interacción basada en íconos y direcciones electrónicas es una rutina incomprensible para el pasado, funcional para el presente e impredecible en relación con las herramientas del futuro.
Desde su ubicación en las líneas de tiempo azules de Twitter, el hashtag ha volado de código en código hasta otras plataformas y funciones sociales. En 2011, llegó a Instagram para unificar fotografías con contenidos similares y/o triviales. Ese mismo año, la publicidad lo robó y ahora está en todas partes. Sus apariciones saturaron la televisión un año más tarde. Facebook le ha robado su esencia desde que un like dejó de ser suficiente.
La generación “tuit” ahora no sólo ve “#” en todas partes; también lo piensa. Los enunciados adquieren mayor trascendencia cuando los acompaña un signo con valor. Dicha trascendencia se incrementa con la necesidad de ser escuchados; de ser leídos. Una tecla se ha convertido en la ventana hacia un inmenso edificio de conversaciones posibles. El edificio cada vez es más alto y cada día se satura más. Lo ideal es buscar al viejo amor desde hoy antes de que se enreden demasiado las escaleras. En caso de no ser posible, lo mejor será encontrar un caracter menos gastado.
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