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Un héroe disfrazado de cónsul

  • contratiempomx
  • 18 ago 2014
  • 2 Min. de lectura

Algunos años más tarde sería señalado por el presidente Cárdenas como cónsul de París, Francia.

Omar Valdéz

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Nacido en la oxidada Puebla, México en 1892, el gran Gilberto Bosques abriría los ojos por primera vez. Con escasa edad pudo vivir lo que sería uno de los acontecimientos más grandes de esta nación : La Revolución Mexicana, lo llevaría a generar una conciencia política. Partidario de la misma y en conjunto con su pasión por la justicia, harían de éste un buen ejemplar de un cónsul a admirar.


Apenas graduado se enlista en las filas del General Venustiano Carranza, quien algunos años más tarde le nombraría Secretario General de Gobierno de la ciudad que lo viera nacer. Dejando atrás un par de cargos como funcionario, serviría a su nación como Presidente del Congreso de la Unión -donde ya se empezaba a notar su preocupación por la situación mundial- comenzaba una nueva etapa, etapa que llevaría más allá el nombre de un Cónsul Mexicano.


Algunos años más tarde sería señalado por el presidente Cárdenas como cónsul de París, Francia. Una gran hostilidad generada por la Segunda Guerra Mundial y la caída de la república española ya gobernaba el mundo. Es ahí donde Bosques barajaría sus mejores ases jugando un papel de cónsul impecable.

En España se vivía una dictadura franquista, cargada de irá y crisis político-económica iban cayendo cuerpos españoles como lluvia de abril. Allí, Gilberto Bosques haría su aparición salvando a miles de españoles, trayéndolos a México en calidad de exiliados. De no haber sido por su altruismo, esos miles de cuerpos españoles habrían amanecido en algún campo nazi, declarados como enemigos sin nación y fusilados días después.


Sin embargo, su labor humanitaria no conocería el final ahí. Cuando su estadía en Francia, Bosques decide mudar el consulado a Marsella, donde daría miles de visas a judíos y antinazis que vestidos como impuros corrían por sus vidas; al mismo tiempo les dio asilo en un par de mansiones rentadas por el gobierno mexicano. En esos tiempos, la vieja Alemania vivía en el Holocausto, bajo el régimen de Hitler, uno de los más grandes genocidios que ha visto la humanidad. Y así fue como Gilberto Bosques salvó también allí a miles de inocentes de las garras nacionalistas de los nazis.


Tiempo después el consulado mexicano sería asaltado por manos alemanas, tomando por fuerza a Gilberto y a su cuerpo diplomático, arrestándolos y llevándolos a Alemania -el que sería su hogar durante poco más de un año-, hasta que el Presidente Ávila Camacho negociara su intercambio por prisioneros alemanes en Lisboa.


Con sus más de cien años, Gilberto Bosques muere en 1995 en su nación. El mundo se quedó un poco más solo desde su partida. Se ha inmortalizado al gran Bosques con algunos mausoleos y nombres en algunas calles de distintas naciones. Sin embargo, el mayor tributo que se le puede rendir, es vivir de otra manera, sin tener precio, protegiendo al desprotegido sin importar quien sea el enemigo.

 
 
 

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