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Take your pants off and let’s go dance!

  • contratiempomx
  • 18 ago 2014
  • 4 Min. de lectura

"¡Con ustedes, su majestad imperial Silverio!" Desde ese momento la locura, el frenesí y el baile se apoderaron de los asistentes.

Gerson Acosta

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No es que la posmodernidad haya invadido por completo a la juventud de hoy día; el libertinaje y la ‘vida loca’ no es el estilo de vivir que la gente mayor piensa que tenemos. Aún existen vestigios de pudor, pena, incomodidad ante el otro.


La noche del sábado parecía ser como cualquier otra: el ruido de la ciudad, la gente, los autos, el mismo aire que cada vez aporta más gases nocivos a nuestros pulmones que buena salud. Las calles del Centro Histórico comenzaban a quedar solitarias conforme atardecía y la noche hacía su aparición.

A pesar de la rutina a la que son sometidas las semanas, esa noche tenía algo peculiar, y es que además de los diversos eventos que sin duda se suscitaron en toda la ciudad, el Club Atlántico, situado en la calle República de Uruguay 84 se preparaba para recibir una oleada de locura, delirio y baile, todo sin pantalones.


Al filo de las 9:30 de la noche la fila que se encontraba a las afueras del lugar comenzó a moverse. Grupos de cinco entraban tras la ya obligatoria revisión de mochilas y cateo corporal. Cualquier cosa hasta el momento hubiese parecido normal, sino es porque justamente antes de dar el primer paso para subir las escaleras escuchabas la oración, que, a pesar de saber que iba a pasar, conservabas la esperanza de que no sucediera, ‘Se quitan los pantalones y los dejan aquí por favor.’


En efecto, a nuestra estrella se le había ocurrido la grandiosa idea de que la entrada al exclusivo evento, era bajo la rigurosa regla de que todo asistente debía despojarse de la prenda que oculta las piernas y el delicado asunto que implican la ropa interior.


Y es que al parecer el pudor aún sigue a flor de piel, el quitarse pantalones, falda, shorts, bermuda… cualquier cosa que pudiese cubrir los llamados ‘calzones’ tenía que quedarse. Y sí, uno a uno, hombres y mujeres dejaron al descubierto su intimidad. Unos más preparados que otros, los que sin ‘chistar’ lo hacían (en su mayoría hombres), quienes aún pedían ‘casita’ o un rincón para despojarse de ellos.

Una vez dentro la cosa era un poco diferente: luz tenue en azul, oscuridad en su mayor parte, la compañía de los demás asistentes en igualdad de condiciones, y por su puesto el desinhibidor por excelencia (alcohol), facilitaban que la estadía fuese más cómoda y que poco a poco uno se acostumbrara a la singular situación.


Poco a poco la gente fue agarrando ritmo, ánimo y seguridad; se fue amalgamando al ambiente. Los minutos aparentemente transcurrían de una forma más lenta que cuando el pasto crece, todos esperaban a la estrella del show, quién a pesar de haber sido anunciado a las 10:30, dejó de pasar más de tres horas para aparecer en el escenario.

El cansancio, sudor y algunos roces más incómodos que voluntarios hacían que el humor del público fuese mermando. Silbidos, vasos al aire y algunos personajes que ya sufrían los efectos de la bebida constante, quienes comenzaban a importunar a las damas y caballeros por igual. Y fue en ese momento, cuando toda esperanza estaba perdida cuando un joven de tez clara tomó el micrófono y dijo: ¡Con ustedes, su majestad imperial Silverio!


Desde ese momento y por hora y media más, la locura, el frenesí y el baile se apoderaron de los asistentes. “¡Esto es un pinche puto servicio a la comunidad!”, exclamó el oriundo de Chilpancingo, Guerrero. ¡Chinga tu madre!, ¡Vete a la verga puto!, ¡Pinche panzón de mierda!, y no, no es que el público estuviera enojado, es más bien la forma en que estas expresiones denotan la admiración e interacción de Silverio con sus fans.

Uno piensa que la dicha se apodera de los oyentes en los conciertos a quienes la ‘necesidad’ de inmortalizar el momento los lleva a grabar el video con el celular, pero jamás pasó por la mente de una de las asistentes que en el momento menos esperado su ‘Majestad imperial’ le arrebatara el teléfono que tenía en mano y lo llevara a conocer las partes privadas, muy privadas, y sudadas de Silverio, quien después de darle al celular el ‘recorrido de la intimidad’ lo envolvió y regresó aventándolo al público (deseo de corazón que la chica no haya recuperado el teléfono).


El intérprete de ‘Yepa-Yepa’ y ‘Salón de Belleza’ deleitó a sus seguidores poco más de hora y media, llenando a su público de música, ritmo, sudor, bebida e incluso algunas secreciones nasales que a algún afortunado o desafortunado (no se sabe) tuvo a bien recibir. El intercambio de ´halagos’ no cesó en toda la noche, haciendo que las groserías dejasen de ser ofensivas y se convirtieran en la forma de decir ‘Gracias’.

Pocas veces he visto la euforia de las personas al ver a un tipo en calzones rojos; la pena y el pudor habían desaparecido del público, ahora sus rostros denotaban alegría, destellos de locura y sudor. La noche se había convertido en una fiesta, un desborde de energía, un frenesí tan contagioso como la varicela, sumado a las luces rojas, verdes y azules que se habían convertido en el manto que cubría, tocaba y acariciaba aquellas piernas al desnudo que se movían al ritmo de la música.


Sin medir el tiempo, el final había llegado. Silverio había dejado la tornamesa, caja de sonidos, mezcladora y todo su equipo en medio de aplausos, empujones, vasos de cerveza y los insultos de cariño con la gente, pero la locura y euforia seguían ahí, casi tangibles a la mano o visibles al ojo. De repente la música de los ahora ‘reivindicados’ Ángeles Azules comenzó a sonar en las bocinas. Un joven se acerca a la chica que está a mi izquierda, le escuchó preguntar: ¿Bailamos?, ella se para, se seca el sudor y cita al poeta que acaba de dejar el escenario: “Sí, otro día”… Y que la fiesta continúe.

 
 
 

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