Migración interna
- contratiempomx
- 18 ago 2014
- 4 Min. de lectura
Esto no es un fenómeno nuevo, ha existido siempre, pero sus índices se intensificaron en México en la segunda mitad del siglo pasado.
Karen Carrillo Santiago

Aquellos que se han sentido orillados por falta de dinero; a los que les falta el plato en la mesa; quienes son impulsados por quimeras generales que envuelven un concepto de “mejor vida”; los que salen en búsqueda de lo que su tierra natal no les puede ofrecer; a los que el miedo los ha empujado a cruzar la frontera o, incluso, ¿por qué no? aquellos que han huido de la justicia. Todos ellos tienen algo en común: son migrantes.
El sueño americano no ha estado en cabeza de pocos, es más, los últimos años se ha vuelto tema del cual hablar: lo antiético del término “ilegal” asignado a una persona; que si las remesas, que si las condiciones mortales, que si La Bestia −y el cementerio que hay bajo sus vías−, que si los miles de niños cruzando en la frontera, que si los atropellos a centroamericanos en su odisea de paso por México, que si la trata de blancas en el camino, muchos y muchos más “que si”… Y sí, todo es verdad, todo es un problema, pero todo también... es un resultado.
La migración internacional es importante, evidentemente, pero ¿con qué cara exigimos derechos para las personas que están buscando un lugar allá arriba? Si dentro del propio país no existe una conciencia para con los migrantes que vienen a los centros urbanos importantes en búsqueda de las mismas añoranzas: bienestar.
Esto no es un fenómeno nuevo, ha existido siempre, pero sus índices se intensificaron en México en la segunda mitad del siglo pasado, al mismo tiempo en el que se gestó un importante movimiento interno en el país, que no por ello es menos importante. Los principales implicados de éste han sido los individuos que componen los grupos indígenas, pues más de 7 mil emigran cada año.
Estas movilizaciones no se han generado espontáneamente. Migrar es el resultado de problemas y de tensiones. Cada persona tiene sus razones y lleva una historia consigo, por ende no podemos generalizar el problema. Es cierto, cada migrante tiene sus motivos; no obstante, hay historias en común que son el porqué de muchos.
El boom demográfico que experimentó el país –la disminución de mortandad y la no regulación de natalidad− y la entrada de capital extranjero sin regulación ni consideración al campo mexicano fueron los dos factores primordiales que modificaron la dinámica rural, para conducirla a su inanición. Cultivos improductivos, capitalización de la agricultura y demás elementos llevaron al campo a un estado de depresión extrema.
Independientemente de eso, imaginemos un escenario en un barrio marginal, en el que no hay trabajo, y en el que sus habitantes carecen de educación y de apoyo gubernamental. Según el Instituto Nacional Indigenista: “de la población indígena económicamente activa, 99% tiene como principal actividad la agricultura. De ésta, 25.8 % no tiene ingresos monetarios, 52.9 % percibe ingresos hasta de un salario mínimo y sólo 19.4 % alcanza más de dos salarios mínimos.” Una de las razones por la cual se genera esto es porque no hay ganancia real de las producciones agrarias. Los productos se venden a mal precio o simplemente no se venden.
Hidalgo, Guerrero y Oaxaca son los tres estados de los que sale más población indígena con dirección, en muchos casos, hacia Nuevo León, Baja California Sur, Tamaulipas, Aguascalientes y Colima −que son los estados con los índices más altos de migrantes de diferentes grupos etnolingüísticos: mixteco, zapoteco, nahua, triqui, tlapaneco, mazateco, amuzgo, mexicano, tarasco, mixe, cora, totonaco, chatino, mayo, tepehuano, huichol y chinanteco−, en gran medida porque ahí la agricultura está más desarrollada y tecnificada. Por lo tanto, es más rentable.
Sin embargo, la migración indígena todavía es un interrogante sin responder, existe muy poca información acerca de esta problemática ya que los parámetros ni siquiera están definidos. Sabemos, por ejemplo, que la presencia de mujeres es fuerte y que en la zona metropolitana, se desempeñan principalmente para el trabajo doméstico.
Las mujeres migrantes son muchas, y el número de mujeres que migran es casi igual al de los hombres. Pero aquí hay un punto a destacar: la migración supone un empoderamiento de la mujer en las comunidades el cual se traduce en la toma de jefatura en los hogares: 16.2% de éstos tienen a una mujer al frente y en el campo 37.69% de mujeres mayores de 12 años trabajan.
Los caminos de estos grupos, sin importar el género y la edad, implican un reto que no se resume a condiciones económicas, sino también a un impacto cultural en el que no siempre salen beneficiados pues, en ocasiones, son tratados como ilegales en su propia patria.
La migración, en su generalidad, es un reflejo de la precariedad que viven los sectores más bajos de la sociedad. Entre ellos, los grupos indígenas tienen un lugar de marginación impresionante en comparación con el resto de la población. Esto, en primer lugar, no debería ser así, la gente debería encontrar en los campos, o en cualquier del que provengan, los elementos para una vida digna y de calidad.
Hacen falta políticas públicas y no programas asistencialistas, porque, además, no existe ningún programa gubernamental que apoye el mantenimiento y reproducción de costumbres y tradiciones indígenas fuera de su territorio. Los factores de expulsión son graves, pero también lo es pensar que cada vez es menos atractivo emigrar a la capital mexicana. Las oportunidades −ahora inexistentes− que ofrecía la Ciudad de México hace algunos años, la convertía en el punto de llegada. Hoy eso está cambiando.
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